¿Nadie puede poner coto a la ‘anomalía’ del emérito?
Gentes que nunca conocieron a don Juan Carlos personalmente y mucho menos su aportación general durante 39 años al desarrollo democrático, andan opinando de lo que ignoran y se aferran a que hay que fusilar al emérito al amanecer, cuando alguien intenta rebatir sus postulados. Están en su derecho, desde luego, de conducirse de esa guisa, no seré yo el que ponga puertas al campo, porque España es hoy un país libre y democrático y lo es, en gran parte, por la aportación decisiva del ex monarca cuando aquí era difícil opinar contra el poder constituido.
Las imágenes de estos días a propósito de su viaje a Sangenjo, además de poner a la localidad gallega en el mapa mediático, arroja una primera conclusión: ya va siendo hora de que el Estado –Casa Real y Gobierno de turno- ponga fin a una situación anómala de un ex jefe de Estado que cometió sus errores, sin duda, pero el bagaje juancarlista en España es muy superior en lo positivo a los fallos (algunos clamorosos) que cometió.
Si hay algún delito no prescrito que se pueda imputar al emérito, no sé a qué espera la Justicia para empapelarle. Si, por el contrario, no hay ningún delito que se le pueda atribuir, nadie entiende bien –mucho menos en el exterior, donde Juan Carlos I fue una celebridad mundial en sus tiempos- qué demonios hace dando saltos por el mundo como si fuera una pelota de ping-pong. Porque básicamente ese repudio por parte del poder político no hace otra cosa que perjudicar al conjunto de los intereses de España y su imagen.
Tendría y tengo para mí que la agresividad esencial contra don Juan Carlos no parte, como se oye, precisamente, por parte de su hijo, el Rey prudente Felipe VI, ni del resto de la familia, como se lee en ocasiones. Creo que el problema reside en otro palacio que no es La Zarzuela.
Cuanto más humillen al Rey emérito, más grande será la admiración por parte de la inmensa mayoría del pueblo hacia la figura de un monarca que, con sus sombras, como todos, tiene un lugar destacado en el trono de la historia. Eso resulta especialmente cierto cuando se compara con algunos dirigentes de la hora actual, que no podrían explicar tampoco el origen de su incremento patrimonial.
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