Opinión

El moderado ajuste salarial de España

Junto al desempleo y a la precariedad, el otro gran drama que ha caracterizado al mercado laboral español durante la crisis ha sido el de la caída de los salarios: ante la imposibilidad de depreciar la moneda —esto es, de nuestros salarios frente al exterior— y de incrementar de golpe la productividad de los trabajadores parados, la única fórmula a corto plazo para crear varios millones de empleos ha pasado por un ajuste salarial. No hay recetas mágicas: para aumentar nuestra competitividad global sólo nos queda o lograr que cada trabajador produzca más bienes y servicios por hora o rebajar el coste de aquello que produce por hora —o una combinación de ambas—; a largo plazo, la apuesta debe pasar por una mayor productividad; a corto, desgraciadamente, por la llamada “devaluación interna”.

Sin embargo, la magnitud de esa deflación salarial ha sido más moderada de lo que suele difundirse. La semana pasada, el Instituto Nacional de Estadística publicó el avance de la Encuesta cuatrienal de la estructura salarial correspondiente al año 2014: un sondeo en el que, cada cuatro años, se recaban datos de más de 200.000 trabajadores procedentes de más de 28.000 establecimientos empresariales. Los resultados de esta encuesta nos permiten comparar la evolución de los salarios entre 2006 (antes del estallido de la burbuja y antes de iniciar las políticas de “ajuste”) y 2014 (tras varios años de “austeridad”), desmintiendo así muchas de las ideas preconcebidas sobre el ajuste salarial de España.

Primer resultado: los salarios nominales medios no han caído en España ni con respecto a 2006 ni con respecto a 2010. En 2006, el salario medio en nuestro país era de 19.680 euros; en 2010, de 22.780 euros; y en 2014, de 22.858. Esta evolución positiva de los salarios nominales no se debe a que los supersueldos hayan subido espectacularmente sesgando la media al alza, pues el salario mediano —aquel que se encuentra justo en la mitad de la distribución salarial de los españoles— ha seguido un rumbo similar: el salario mediano era en 2006 de 15.760 euros; en 2010, de 19.017; y en 2014, de 19.263.

Segundo resultado: si tenemos en cuenta la evolución de la inflación, sí ha habido una caída del poder adquisitivo de los salarios, aunque ciertamente escasa con respecto a 2006. En concreto, el salario medio real de 2014 apenas era un 0,07% inferior al de 2006, mientras que el salario mediano real era un 5,1% superior. Más apreciable ha sido la caída con respecto a 2010: el salario medio real se había reducido en 2014 un 6,2% frente al de 2010 y el salario mediano real, un 5,3%.

Y tercer resultado: en contra de lo que suele afirmarse, la brecha entre los salarios más elevados y los salarios más bajos no se ha ensanchado, sino que se ha reducido. En concreto, en 2006, el 10% de trabajadores mejor pagados cobraba un salario por hora que era 3,38 veces superior al 10% de trabajadores peor pagados; en 2010, ese diferencial se redujo a 3,34 veces; y en 2014, a 3,25. Idénticos resultados se desprenden de comparar el salario-hora del 10% mejor pagado con el salario-hora del trabajador mediano: de 2,19 veces en 2006, se pasa a 2,12 veces en 2010 y a 2,07 veces en 2014. Ahora bien, lo anterior no significa que la desigualdad salarial no haya aumentado en España. De hecho, sí lo ha hecho, según nos indica la propia encuesta: significa que los incrementos de la desigualdad salarial se deben a una redistribución de las horas de trabajo —los empleados en rangos salariales bajos han visto reducir sus jornadas laborales frente a los empleados en rangos salariales más altos— y no a un ensanchamiento de los diferenciales entre sueldos-hora.

En definitiva, España no ha padecido un descalabro salarial sin precedentes. La percepción de un intenso empobrecimiento de los trabajadores se debe, en esencia, a dos circunstancias: una, el estancamiento —que no hundimiento— salarial a lo largo de una década; dos, el fuerte aumento del desempleo y del subempleo —reducción de horas trabajadas— durante esa misma década. Dos fenómenos cuya solución pasa por incrementar la demanda empresarial de trabajadores —a mayor número de contrataciones, jornadas laborales más prolongadas y salarios más altos—, lo cual depende, a su vez, de que convirtamos a España en un destino atractivo para la inversión global. No erremos ni en el diagnóstico ni en las soluciones.