Opinión

Mejor callarse como una tumba que mentir como un bellaco

Nuestro amigo Miguel, que es jubilado de la Renfe y que siempre ha sido de izquierdas, nos dijo un día en el que despotricábamos de la política que Pedro Sánchez es ‘muy mentirosísimo’. Miguel es lebaniego de nacimiento, gallego por matrimonio y asturiano de residencia, tiene habilidad para la conversación y se mueve con cierta libertad por el español, el gallego y los dialectos asturianos; él piensa que la falsaria condición del presidente del Gobierno es la realidad más incontestable de la política española y que para expresarla con el adecuado grado de intensidad, extensión y abundancia es preciso acumular el adverbio de cantidad y el adjetivo superlativo.

Es posible que Sánchez tenga una incapacidad psicológica para entender que la mentira es reprochable, o mejor dicho, para asumir que lo es aunque sea él quien la expresa. Para él la identificación de la verdad con el bien y de la mentira con el mal no es universal y categórica, sino parcial y determinable; no considera, por tanto, una disfunción moral el utilizar una u otra a su propio interés.

La ideología tampoco ayuda. La mentira fue una de las más poderosas herramientas del comunismo, y el progresismo feminista y ecologista, que es su heredero, ha asumido su metodología, que es tan perversa como eficaz. El libro Mentiras no tan nuevas que el desertor del KGB Anatoliy Golitsyn escribió en 1984 para abrir los ojos a Occidente es de completa actualidad y radiografía desde su subtítulo «estrategia comunista para el engaño y la desinformación», las principales características del socialismo, que ahora lo son también de un progresismo populista, intolerante y cancelador.

Sánchez ha abrazado esta ideología progresista por ser el mejor cauce para sus pretensiones, ya que puede hacer el mejor uso de su sectarismo, ampara su carácter manipulador y, sobre todo, no le condiciona la inexistente obligación de decir la verdad. No es tanto que se sitúe ideológica y políticamente donde quiere estar, sino que está donde puede estar, donde no desentona su superchería.

Pero ojo, a todo el mundo le toca retratarse, aunque sea una vez en la vida, y hoy ha podido ser ese día para alguien que no dice la verdad ni al médico. Y es que un tipo como él tiene las condiciones idóneas para ser vendedor de crecepelos, pero es el peor cliente para comparecer como testigo en una investigación judicial en la que, por esa condición testifical, no puede mentir. ¡De ahí el pánico, de ahí la zozobra y la comezón!

Porque es difícil que el juez Peinado estuviera hoy abierto a oír las impostadas soflamas de regeneración democrática, o que sea víctima de la misma distorsión cognitiva que afecta a Carmen Calvo y que estuviera dispuesto a aceptar que Pedro Sánchez y el presidente del Gobierno son personas distintas y que pueden decir, sin contradecirse, cosas diferentes.

Mejor estarse calladito, porque cuando el juez le pregunta si conoce a Barrabés o a Hidalgo, quizá no le valga de mucho responder que «no hay caso». Y si a la pregunta de si tenía conocimiento de la relación profesional que estos empresarios tenían con su esposa cuando desde el Consejo de Ministros u otros entes de la administración se les concedieron fondos públicos, Sánchez se pone a dar vueltas con la derecha, la ultraderecha y la máquina del fango, es muy probable que el juez le dijera:

– ¡Wronggghhh… respuesta incorrecta! ¡Se ha ganado usted una imputación por no facilitar la investigación o por ser colaborador necesario en un delito de tráfico de influencias!

Como terminará la responsabilidad penal de Begoña será cosa del juez Peinado o del correspondiente tribunal, pero es inaudito que la responsabilidad política todavía no haya hecho saltar por los aires al farsante epistolar de su marido. Porque nadie que no sea un obtuso y recalcitrante sanchista, ya sea de derechas o de izquierdas (como mi amigo Miguelín), puede pensar que quien ha protagonizado los mayores engaños y corrupciones políticas (como la ley de amnistía) sea en su ámbito más privado un tipo honesto y refractario a la corrupción. ¡Es que quién puede lo más puede lo menos, y quién hace un cesto hace cientos!