Opinión

El mayor Judas de la historia de España

Lo de esta semana en Barcelona fue como La Rendición de Breda, retratada por el magistral Diego Velázquez, pero al revés. El que pasa por ser uno de los cuadros más famosos de la historia, y no es para menos por su descomunal calidad pictórica, refleja la entrega de las llaves de la ciudad holandesa a las victoriosas tropas expedicionarias de Felipe IV en 1625, con Ambrosio Spínola y el derrotado Justino de Nassau de protagonistas. Lo del jueves pasado fue una contrarrendición: el que tenía que rendirse jugó el rol de vencedor y el vencedor desempeñó encantado de la vida el papel de rendido. El mundo al revés, bueno, ni más ni menos que el mundo de Sánchez. La crónica de ese 6-F, que pasará a la historia de España como el día de la infamia, fue la de una sucesión de humillaciones en las que quien ponía el látigo era el delincuente, golpista y racista Quim Torra y quien aportaba las posaderas el individuo que es presidente del Gobierno gracias al respaldo de toda la escoria patria. La mofa del lugarteniente de Puigdemont en la posterior rueda de prensa lo dice todo: “Me ha parecido escuchar que el presidente Sánchez reconoce el derecho de autodeterminación”.

Poco eco ha tenido otro de los gestos más degradantes que se comió el representante de todos los españoles ante el delincuente Quim Torra. El regalo envenenado que en forma de libros le hizo el machaca de Carles Puigdemont: “Inventing Human Rights/A history [Inventando los Derechos Humanos/Una historia]” de Lynn Hunt y “Llibertat i Sentit [Libertad y sentido]” de Lluís Solà. El primero en inglés y el segundo en catalán, lengua por cierto que el presidente del Gobierno no domina. Una falta de respeto más. Yo soy Pedro Sánchez y le suelto a Quim Torra dos zascas en forma de recaditos:

—Lecciones de democracia, ni una—.

—Métase los libros donde le quepan, señor president—.

Suscribe todo esto alguien que considera la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 uno de los grandes episodios de la Historia Moderna. Un servidor siempre ha defendido, por ejemplo, la Justicia Universal. Porque los Derechos Humanos no tienen patria ni deben albergar límites. Son un manual de mínimos que deberían ser respetados de Alaska a Australia y de Islandia al Cabo de Buena Esperanza. Pero lo que no puede permitir el presidente de un Gobierno impecablemente democrático es que un ultra, que para más inri acaba de ser condenado, se ría de él con tamaña desvergüenza.

Pedro Sánchez tiene todo el derecho del mundo a ejercer el masoquismo en su vida privada si eso es lo que le pone. Pero no a hacerlo en nombre de los 46 millones de españoles a los que representa. He de recordar que también permitió que le otorgasen trato de jefe de Estado o primer ministro extranjero. Con una diferencia: lo de los libros de marras fue una puñalada trapera, es decir, inesperada, mientras que el protocolo se hizo público al menos 24 horas antes. Por no hablar de esa imagen que consagró el otrora presidente y ahora embajador de Maduro urbi et orbi, José Luis Rodríguez Zapatero: la de las dos banderas —la nacional y la autonómica— al mismo nivel en las reuniones entre el presidente del Gobierno y los jefes regionales. La peligrosa boutade zapateriana se repitió pero esta vez no en Moncloa sino en el Palau de la Generalitat. Si a un extraterrestre recién llegado a la Tierra que no supiera quién es Sánchez ni quién es Torra le solicitasen que describiera la escena, respondería en milésimas de segundo sin dudarlo que se trata de “una cumbre de dos jefes de Estado o dos primeros ministros de dos países diferentes”.

Enseñas aparte, yo me pregunto cómo un presidente del Gobierno, que en teoría es el garante del Estado de Derecho, consiente sentarse con un baranda autonómico recién condenado por uno de los delitos más graves que puede cometer un político en el ejercicio de sus funciones: el de desobediencia. Un delito, por cierto, que atenta contra esa división de poderes que es el punto cardinal de cualquier democracia digna de tal nombre. Item más: nadie en su sano juicio entiende cómo Sánchez ha dado el plácet a la cita cuando su interlocutor no sólo es el jefe de los terroristas callejeros CDR sino que también un golpista en potencia. Si no han sido cinco habrán sido 10 y si no son 10 habrán sido 15 las veces que ha advertido que volverán a perpetrar un 1-O y declararán la independencia de nuevo.

Lo que salió de ese tête-à-tête sería para olvidar si no fuera porque es una realidad que, más pronto que tarde, nos meterán dobladita por salve sea la parte. El Gobierno no sólo acepta la mesa bilateral sino que además da el visto bueno a que en ella se siente un Joaquim Torra que está condenado y, que según los letrados del Parlament de Cataluña, debería haber abandonado ya el puesto. La segunda la conocimos el viernes por boca del tipo que considera que el resto de españoles “tenemos una tara en el ADN”. “Es imprescindible que haya un mediador”, apuntaron desde el entorno del presidente autonómico catalán diciendo “mediador” donde antes hablaban de “relator”. Sea como fuere, me temo muy mucho que nos tendremos que comer con patatas esa figura que emplea habitualmente la ONU para poner de acuerdo a dos naciones en guerra o con desavenencias próximas a la guerra.

El día de la infamia también dio carta de naturaleza a esa “desjudicialización de la política” que en román paladino significa, ni más ni menos, que condenados e imputados por golpismo y otros graves delitos se irán de rositas. Otra afrenta a Montesquieu. Peligroso camino porque sin legalidad, no hay democracia que valga, es más, resulta un imposible físico y metafísico. Junqueras saldrá en breve de la cárcel modelo Pablo Escobar en la que cumple condena, el chulo de Puigdemont regresará a España antes de lo que pensamos y los terroristas CDR se volverán a preparar explosivos a su casa como si nada hubiera pasado.

La traición infinita de Sánchez a España y a los españoles no queda ahí. También da vía libre a esas embajadas que nos cuestan un congo y son el marco en el que el independentismo ha ido gestando complicidades a nivel internacional. De los polvos de la permisividad con las embajadas, vienen los lodos del trato de la prensa internacional y las negativas de otros países a entregarnos a los Puigdemont, Comín y cía. Las selecciones deportivas se “negociarán” lo cual, traducido de la jerga sanchista al español, significa que Cataluña acabará pudiendo disputar competiciones oficiales. Más bemoles tiene si cabe la financiación extra que recibirá TV3 por vía indirecta perdonándole 150 millones de euros que adeuda por IVA. Consecuencia: el órgano de propaganda continuará sembrando el más enfermizo odio a España y reescribiendo la historia y encima con nuestro dinero. No termina ahí la lista de agravios: mientras a nuestros policías y guardias civiles se les continúa pagando menos que a ertzainas y mossos, Sánchez ha garantizado a su quinqui interlocutor 1.500 kilos —que se dice pronto— para el cuerpo policial catalán. Por cierto: el servil cabezazo del Rasputín Redondo a Torra ejemplifica a las mil maravillas quién manda en España.

También se blindará para siempre el fascista sistema educativo catalán que permite adoctrinar a los niños en el separatismo y prohíbe a los progenitores elegir la lengua en la que se educan sus hijos. Claro que teniendo en cuenta que los vástagos no son de los padres, sino de Sánchez, Celaá y ahora parece que también de Torra, eso es lo normal. Más madera: Hacienda niega —¿roba?— el IVA pendiente a las comunidades autónomas 24 horas después de prometer al delincuente Torra un aumento del ¡¡¡60%!!! de las inversiones en Cataluña. Ya saben lo que tienen que hacer Moreno, Page, Vara, Mañueco, Feijóo y López Miras si quieren más pasta de papá Estado: dar un golpe. Es un sistema infalible si María Jesús Montero te hace la cobra. La pasta, con sangre entra.

Pedro Sánchez ha contraído méritos más que suficientes en tiempo récord para que se le otorgue un nada honroso título: el de mayor traidor de la historia de España. La segunda nación más antigua de Europa se va al carajo y no en un par de siglos, que es lo que puede durar la descomposición de un imperio o un país, sino en un par de años. Y él no sólo no lo para sino que lo alienta obligándonos a sus 46 millones de compatriotas a recibir zasca tras zasca de la mano de quienes subvirtieron la legalidad hace dos años y cuatro meses. Nuestro presidente va camino de superar en felonía a ese Carlos IV que regaló España a Napoleón, al Petain que entregó Francia a Hitler y a un Benedict Arnold que rindió West Point a las tropas británicas. Aunque yo, ciertamente, lo veo más de Judas Iscariote: el discípulo traicionó a Jesucristo por 30 monedas de plata y el inquilino de Moncloa nos ha vendido por un Falcon. España le importa un pepino. Todo sea con tal de seguir viviendo en Palacio.