Opinión

Marga Prohens Rousseau no ha entendido nada

Le ha bastado un año a Marga Prohens para percatarse de que la equidistancia y su patética huida de la confrontación no le ha servido absolutamente de nada para frenar el ruido y la furia de la izquierda, el agit-prop de una izquierda tirada al monte que no duda en abandonar la institucionalidad para crecerse a lomos de la ola de indignados apesebrados que pretenden dictar las decisiones políticas desde la intimidación callejera y sus trompetas mediáticas. ¿Por qué os manifestáis? La pepesfera consuela a la campanera diciéndole que era inevitable teniendo a los «impresentables» de Vox como socios de gobierno, de ahí que algunos le coman la oreja para que se decida a convocar nuevas elecciones y así dejar de depender de los de Abascal con el espejismo de una mayoría absoluta a día de hoy imposible.

Parece mentira que la mejor hermeneuta de la voluntad general que ha dado de sí el archipiélago balear después de Gonzalo Adán, la ciudadana Marga Prohens Rousseau, no haya entendido nada de nada y siga confundiendo la chispa con la causa del incendio. Haga lo que haga, diga lo que diga, se comporte como se comporte, siempre habrá un pretexto, a menudo una nimiedad, que actuará de detonante para activar una ola de indignación popular que justificará tomar la calle, rodear el Parlamento balear o cargar las tintas de los titulares de prensa y las tribunas de opinión de quienes creen que cualquier gobierno de derechas es ilegítimo a menos que haga lo que ellos quieren.

La izquierda, con sus siete cabezas de hidra, está acostumbrada a dirigir la política, a acelerar en sus avances cuando gobierna y a frenar las reformas adversas cuando está en la oposición. Lo ha aprendido todo del catalanismo, con el que ya se confunde: no admite un paso atrás. Cada avance progresista es terreno conquistado para siempre. Sólo es tolerable aquel PP que se adapta a los signos de los tiempos que le va marcando la izquierda y que se contenta de vez en cuando en apropiarse de alguna de sus banderas, como la lucha contra la masificación, un tacticismo de vuelo corto ante el que los votantes de derechas, lejos de sumirnos en el desamparo y la decepción, tendríamos que alegrarnos por la suprema inteligencia y sagacidad de Prohens a quien, cual Líder Supremo, tenemos que fiar nuestro bienestar material y emocional, a riesgo incluso de rendir nuestra forma de pensar, siempre moldeable al servicio de los intereses de las nomenclaturas partidistas que, como sabemos todos los ingenuos votantes de derechas, siempre hacen lo mejor para nosotros.

El detonante a la santa indignación de la izquierda puede ser cualquier bagatela, por nimia e irrelevante que parezca en principio. La demagogia y la capacidad de movilización de sus fuerzas de choque apesebradas hacen el resto. Una bandera LGTBI que por lo visto nos representa a todos desde las instituciones. Un 25% de las horas lectivas en español. La concesión del título de ‘Real’ otorgado a una asociación filológica. Una negociación dura de los presupuestos con Vox con victorias más simbólicas que reales. Un insulto frutero a la edil Truyol. Un manotazo fruto de una provocación previa que involuntariamente rompe la foto de Santa Picornell, un símbolo intocable para quienes no dejan de desairar símbolos como la bandera de España, la bandera autonómica, la monarquía, la Casa Real y tantos otros que sí nos deberían unirnos a todos. Un lío interno del Grupo Parlamentario de Vox que se proyecta falazmente como un factor de inestabilidad del Govern, con acusaciones de transfuguismo cuando Vox nunca ha suscrito dicho pacto y el PP se salió de él hace poco. Una subvención eliminada a algún pesebre progresista, de estos que acuden a toque de corneta a cualquier movilización para la causa que se tercie, sea la memoria histérica, la «persecución» del catalán, el cierre de algún camino «público» o la masificación turística. La retirada del respaldo institucional a una hagiografía de una santa laica, vendida como «censura». Una comisión de investigación con resultados adversos.

Todo vale para desatar la furiosa tempestad callejera y la lluvia implacable de improperios de sus sicarios. Cualquier motivo se transforma en piedra de escándalo para los nuevos clérigos que, como custodios de todas las causas justas, no vacilan en enviar a la muerte civil a quienes transgreden, aunque sea por error, algún precepto de sus catecismos climáticos, feministas, guerracivilistas, migratorios, catalanistas o turismofóbicos.

Lo que para cualquier persona normal no deja de ser una decisión política o técnica, para la demagogia de la Santa Izquierda es una «segregación», un «atentado» a los derechos humanos, un intolerable «consumo del territorio», una falta de «humanidad», una «violación del derecho a la vivienda», un paso más hacia el «exterminio» del catalán, un «atentado» climático, un nuevo paso hacia la «destrucción de la isla», una complicidad en «el asesinato de mujeres», un impulso a la «gentrificación» o un nuevo escalón hacia la «muerte del planeta». ¡Asesinos de razones y de vidas!, como clamaba el profeta Lluís Llach. La política ya no es un foro delimitado en el que nuestros representantes resuelven de forma pacífica y racional distintas propuestas que emanan de diferentes puntos de vista, sino un cúmulo de guerras de religión que enfrenta a los justos que izan todas las causas santas a los malvados que tratan de arriarlas.

El Partido Popular de Baleares, una formación que en cuarenta años se ha mostrado incapaz de confrontar ninguna idea (¿tiene alguna idea propia el PP balear?, nos preguntamos a veces) con la izquierda para terminar aceptándolas todas, ha decidido achantarse como siempre, autosugestionándose de que va a poder detener la marea de indignados de la Santa Izquierda si sigue regando de dinero público y no toca ninguno de los privilegios a su sociedad civil apesebrada, la misma que, espoleada por los altavoces de sus cabeceras mediáticas, sale a la calle a exigir que rueden las cabezas que osan cuestionar cualquiera de sus sagrados preceptos («Prohens i Le Senne són lo mateix!», «Le Senne puto nazi»…). El fin justifica los medios, aunque estos últimos sean asaltar las instituciones.

Quien no dirige culturalmente a la sociedad, quien ni siquiera lo intenta, como el Partido Popular balear desde los tiempos de Gabriel Cañellas, está obligado a ir a remolque de esta misma sociedad que sí dirigen otros a través de la los «expertos» de la universidad, la educación, los altos cargos de la administración autonómica, la administración paraestatal que da cobertura institucional a la sociedad civil subsidiada (OCB, sindicatos, Memoria de Mallorca, FAPA, GOB, lobbies feministas…), los medios de comunicación o la cultura en sus múltiples facetas, unos ámbitos en los que el PP balear ha renunciado a intervenir por su miedo paralizante y que se muestra reacio a hacerlo pese a la insistencia de Vox.

Si Cañellas nunca lo hizo por tacticismo, si los traidores que le hicieron la cama a José Ramón Bauzá en su propio partido se encontraron que el monstruo que habían engordado los suyos era ya demasiado grande para combatirlo, a Marga Prohens, la reina de la no confrontación, sólo le queda hacer lo que hizo el astuto Jaume Matas (cuya ejecutoria fue tan brillante en otros aspectos) en el terreno cultural y educativo: achantarse y rendirse. Es lo que va a hacer. Y rezar todos los días a santa Aurora de los quiñoneros y demás dioses lares para que, gracias a los incesantes sacrificios que Antoni Vera le prodiga a diario con el dinero de todos a costa de agudizar el problema, la santa no se nos enfade y termine en su hibris llevándose por delante los cohibidos avances de otros cuatros años perdidos de cobarde apaciguamiento.