Opinión

Lula da Silva y el sanchismo

Brasil acabó finalmente decantándose por el candidato apoyado por la ultraizquierda frente al del ala dura de la derecha, en una muy reñida elección con segunda vuelta incluida entre dos ex presidentes, Lula da Silva y Jair Bolsonaro.

La división y polarización política y social que refleja el ajustado resultado, no augura un mandato tranquilo en la etapa que se abre en la gran nación iberoamericana, en un continente donde el Foro de Puebla —anterior Foro de Sao Paulo— está gobernando en casi todos los países. Con alguna excepción, como Ecuador, es imparable la victoria de los populismos radicales de izquierda, desde Nicaragua hasta Chile, pasando por Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia etc. Incluidos los dos grandes, México con AMLO y Brasil otra vez con Lula, a los que debe añadirse Argentina bajo el Kirchnerismo, lo que es una clara demostración de ello. Ese neto dominio de la ultraizquierda populista en aquel continente, proyección ibérica en ultramar, es un dato a tener muy en cuenta al analizar en España la política nacional con el ex presidente Zapatero haciendo campaña sobre el terreno en Brasil en apoyo de Lula da Silva, y Ada Colau haciendo lo propio entre la numerosa colonia brasileña residente entre nosotros, que según los datos conocidos, también aquí ha obtenido la victoria. Por cierto, sería deseable —al menos desde aquí— llamar a las cosas por su nombre, y abandonar el término Latinoamérica para hablar de lo que es exactamente herencia cultural e histórica de la península ibérica en América. No fueron ni Italia, ni Francia, sino España y Portugal quienes conquistaron y evangelizaron aquel inmenso territorio, que el Tratado de Tordesillas dividió entre las dos naciones ibéricas.

Sentado lo cual, no debería extrañar en demasía ese paralelismo político e ideológico entre ellos y nosotros, con el sanchismo político como síntesis cuasi perfecta de los Petro, AMLO, Boric, Lula, Maduro, etc. Recuérdese que el sanchismo reúne en el actual PSOE —con Zapatero y González apoyando ahora a Sánchez— a Yolanda Díaz, Belarra, Garzon, Montero, Iglesias, Colau, Monedero, Errejón, entre otros, que son alumnos aventajados y conmilitones suyos del Foro de Puebla.

Ante unos adversarios políticos con esta agenda ideológica radical populista de izquierda, la oposición no puede soslayar la denominada «batalla cultural» y quedarse tan sólo en el debate económico o economicista. El orden del día del debate político no lo puede marcar en exclusiva una izquierda que no es socialdemócrata, sino dirigida por el Foro de Puebla, que quizás vuelva a ser de Sao Paulo con Lula otra vez al frente. El esquema de una derecha que cuando gobierna sanea la economía —previamente arruinada por la izquierda— mientras ésta se dedica a ir avanzando en un programa de transformación de la sociedad desde el Gobierno, que no es derogado por aquélla cuando puede hacerlo, nos lleva irremisiblemente a un «paraíso» bolivariano. Si la derecha asumiera ese papel, no sería alternativa del sanchismo sino mera pareja sistémica suya.

El episodio de la ruptura de la negociación sobre el CGPJ debería servir de escarmiento acerca de las limitadas posibilidades de acordar políticas de Estado con un sanchismo que encarna la antítesis de ello. Queda por delante tan sólo un año de legislatura, con la etapa intermedia de las elecciones territoriales del 28 de mayo, y Sánchez ya no engaña a nadie tras cuatro años y medio en La Moncloa. Ya ha mentido a cuantos han creído en su palabra, y no se puede pecar de ingenuidad en la relación política con él. Tras su paso por la presidencia del Gobierno con el empoderamiento de la posverdad y la subsiguiente postética, en España la res publica ha entrado en un tiempo nuevo. Cuando a finales de mes sea proclamado presidente de la Internacional Socialista, la duda que nos quedará es si con él en la lejanía ejerciendo su vocación de gran líder mundial «socialdemócrata», aquí triunfará la alternativa y acabará el dominio de la posverdad sanchista.