De lo de Ferrovial y de todo lo demás
Si se tiene en cuenta la política económica, laboral y fiscal del Gobierno, y aún más las broncas e insultantes declaraciones con que acompañan cualquier desencuentro con los empresarios, no parecería lógico que al Gobierno le siente tan mal la decisión de Ferrovial de cambiar su sede social.
Pero, aunque no les guste nada, el comportamiento del Gobierno es de un amateurismo excelso. Han fabricado gratuitamente una historia tenebrista de desapego e ingratitud, cuando, con las amistades que frecuentan -desde los bildutarras a la rendición al Sultán marroquí-, son los menos indicados para acusar a nadie de antipatriotismo. Se empeñan en echarles en cara que crecieron con las numerosas obras públicas realizadas en nuestro país, olvidando que el Estado únicamente cumplió con su deber contratando con el mejor postor. ¿O es qué no fue así? Pero, además, lo hacen sin comprender que, aunque hipotéticamente se les favoreciera en el pasado, las grandes corporaciones no tienen alma ni memoria y que es una ilusión esperar que las tengan.
Por otro lado, esa falta de saber dónde se está y con quién se trata, se engarza con la acostumbrada soberbia de dictadorcillo de Pedro Sánchez. Esa del «quién manda en la fiscalía» o de los feos al Rey Felipe. De ahí, el ataque de hipersensibilidad que ha devenido, incluso, en acusaciones e insultos a Rafael del Pino y a sus accionistas.
Y la realidad es que esa respuesta tan llena de bravuconería y de amenazas de represalias es consecuencia de la marcha de la constructora, pero es también su origen: el sanchismo se comporta así porque las empresas se van y éstas se van porque ellos (los del régimen) reaccionan así. Por eso, para advertir del efecto llamada que pueda tener en otras multinacionales, además de para dar las convenientes indicaciones de por donde tiene que ir la política en el próximo semestre europeo, se ha presentado aquí Larry Fink, el CEO de Blackrock. Bien hará en explicar a nuestro doctor en diplomacia económica que poner impedimentos a las empresas que quieran marcharse es también ponerlos a las que quieran venir.
En definitiva, la pérdida de empresas, igual que la reducción progresiva de las nuevas inversiones extranjeras o los embargos a bienes estatales en el exterior por el tema de las renovables, son ejemplo palmario de que nada sale gratis y de que las extravagantes y populistas medidas de los gobiernos tienen consecuencias. Y esta causalidad funciona más allá de las políticas económicas; y por eso se manifiesta a partir de cada una de las equivocadas actuaciones del Gobierno y de la coalición frankenstein: inseguridad jurídica, ingeniería social, cortoplacismo y despilfarro electoralista…
Queremos pensar que los efectos perniciosos de sus políticas no son deseados por Pedro Sánchez, pero indudablemente que lo son para casi todos sus socios que, confesadamente, no aspiran al bienestar y la prosperidad de los españoles. ¿Cómo podríamos hacerle ver que no nos renta el que siga dándose el gustazo de ser presidente? O que si ha, o mejor dicho, hemos pagado a enemigos declarados semejantes peajes, teniendo el PSOE 120 diputados, imagine los que pagará con 15 o 20 menos y dependiendo todavía más de esa caterva de extorsionadores que se ve obligado a mantener.
Por eso, los que ahora publican o hacen circular mensajes cargando contra Ferrovial, o asombrándose por las leyes y despropósitos de los socios del Gobierno, deberían tener claro que, en una cosa o en otras, estamos donde nos ha llevado el régimen sanchista. Pedro, si en tu excursión de veleidades y exhibicionismo te haces acompañar por estos impresentables, no te escandalices después porque se caguen en la manta, ni tampoco porque las personas normales, físicas o jurídicas, no quieran ir a merendar contigo.
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