Opinión

El liderazgo en el toreo popular

Se dice con frecuencia que «los toros son del pueblo». Si bien es cierto que poco se habla de liderazgo, cuando el toreo popular es uno de los grandes yacimientos infinitos que tiene España, porque es precisamente en el caos donde emergen los verdaderos líderes.

No son pocos los aficionados a las corridas de toros urbanitas los que miran con desprecio al festejo popular. Su aparente caótica espontaneidad la ven como un «pero», cuando precisamente es el nervio de su bendita idiosincrasia.

Esto lo he aprendido el fin de semana pasado en Teruel, con el toro ensogado y el de fuego, si bien es palpable en cualquier otro pueblo de España en el que se celebren festejos populares.

En una sociedad ultrarreglamentada, los juegos del toro son un espacio de libertad (casi) ilimitado. Eso no significa que no haya reglas (claro que las hay), pero no hay necesidad de que el político imponga sus maniqueas ocurrencias.

Cuando un toro bravo aparece en la escena urbana, vuelve todo cristal. Este animal tiene la capacidad (como ningún otro) de transformar en caos todo su ámbito de influencia. Y he ahí la gracia y el reto de todo aquel que participa en el juego táurico: desafiar ese caos burlando al toro, en otras palabras, reinstaurando el orden.

En este punto emerge de forma natural e innata el líder, puesto que para enfrentarse al toro bravo a cuerpo hay que ser igualmente bravo. Pero no sólo eso: el líder además es capaz de ahuyentar el miedo del resto, porque domina la situación. Es decir, da seguridad. Podríamos decir: «Si está él, todo está controlado», por lo que crea confianza y, por consiguiente, logra crear grupo, manada, cuadrilla.  Por eso, los verdaderos líderes infunden respeto e incluso despiertan una atracción atávica.

Podría poner muchos ejemplos, pero siguiendo con Teruel, me gustaría hacer una mención especial a Antonio Ros Minguillón, presidente de la asociación El Ruedo. Ros y su cuadrilla lograron componer una coreografía espontánea, digna de admiración, al prender las bolas de fuego del toro jubillo de Miura, teniendo como invitado de honor el torero Morenito de Aranda.

¿Se imaginan a un Antonio Ros fichado como CEO de una compañía tras ser capaz de coordinar a 600 socios en una peña, organizar festejos multitudinarios y además aguantar el tipo ante un toro que da miedo sólo de pensarlo, con la responsabilidad que ello conlleva?

Aquí es donde nace el liderazgo innato en el pueblo español. Otro ejemplo, otro turolense, el empresario taurino Alberto García, cuyos mimbres fueron el toreo popular.

El pueblo de Valencia, otro caso más. Se ha repetido mucho entre los círculos más afectados por la DANA que sólo el pueblo salva al pueblo. Valencia es una tierra acostumbrada a reinstaurar la armonía que siembran los bous al carrer. Saquen sus propias conclusiones de la ejemplaridad que sus gentes han exhibido ante la soledad burócrata…

Porque la paradoja de todos estos festejos es la disposición que tiene el español para jugarse la vida. ¿Por qué lo hacen? ¿Qué ganan? Es difícil de comprender, para una mente constreñida en el materialismo, que haya personas dispuestas a jugarse la vida sin un intercambio monetario. He ahí lo que distingue nuevamente este aliento ancestral.

El que está dispuesto a jugarse la vida gana más valor ante la vida. Pues, en cierta manera, el desprecio a la vida es necesario en aquel que ama la vida y desea vivir en plenitud. ¿Por qué? Porque no le sirve malvivir, no le sirve pasar de puntillas por este mundo. Por eso, los espíritus libres (que no tienen miedo a la muerte) son indómitos, se ríen del sistema, como se ríen del caos que siembra el bravo toro.

Cada vez estoy más convencida de que cuanto más grande es una ciudad, menor espacio hay para el liderazgo popular. ¿El motivo? Porque la velocidad que impone las nuevas urbes digitales dificultan la genialidad de la gracia.

Cualquier que frecuente ciudades de provincia o pueblos, se dará cuenta. En estos territorios de la España desmasificada, habitan muchos líderes que, con su aparente modo de vida sencillo, ajeno al ruido global, convierten, estos rincones perdidos en Google Maps, en poesía.