Opinión

Es la libertad

Soy una ciudadana española que ha nacido y vivido toda la vida en el País Vasco; conozco pues la sensación de vivir sin libertad. Conozco también, y muy bien, los efectos de la perversión del lenguaje, cómo las palabras se escogen y utilizan para expresar lo políticamente correcto y para ocultar la realidad de los hechos.

Durante muchos años el País Vasco fue ese lugar de España en el que parecían convivir lo mejor y lo peor de la sociedad española. Los más viles, los más crueles, los más sanguinarios, los más cobardes de los españoles perseguían a muerte a quienes defendían una Constitución que proclama y protege la libertad de todos los españoles y que sólo disfrutaban quienes asesinaban inocentes para impedir que se construyera la democracia.

Eran tiempos en los que los vascos malos –siempre en alianza de intereses con los malos vascos- pretendían que los buenos vascos renunciáramos a nuestra condición de ciudadanos españoles. La persecución, el desprecio, la marginación y la manipulación de las palabras –y de la historia- eran los instrumentos utilizados para ahormarnos y/o expulsarnos de nuestra tierra.

Eran tiempos en los que la palabra más repetida era “paz”, sin duda alguna una de las palabras más manipuladas de la historia. En cada encuesta tras una tregua trampa o un proceso de “negociación”, en cada informativo tras un atentado criminal, en cada entrevista a los defensores o “comprensores” de los crímenes (“no tienen razón, pero tienen sus razones”, que diría Jesús Eguiguren, el socialista que negociaba con ETA mientras la banda terrorista asesinaba a inocentes), en cada pregunta a los “rebeldes” constitucionalistas, siempre aparecía el concepto y la palabra: “¿Acaso no está usted a favor de la paz?”;  “Sólo queremos conseguir la paz”; “La paz es lo que esta sociedad necesita”; “Hay quien sólo quiere poner palos en la rueda para impedir que llegue la paz”…

Para quienes imponían el discurso de lo políticamente correcto para blanquear el proyecto totalitario con el que querían pactar, poco importaba que la palabra que se escuchaba cuando la gente salía a la calle tras un atentado criminal o convocados por Basta Ya! fuera ¡Libertad! Pero quienes sufríamos la persecución de los totalitarios que diseñaban los crímenes y señalaban a los trabajadores que iban a ser las próximas víctimas siempre supimos que lo que nos faltaba no era la paz sino la libertad. La libertad para movernos sin miedo por nuestra tierra; para recoger a nuestros hijos del colegio… sin miedo; para salir a pasear al parque con nuestros niños… sin miedo; para salir al cine, al teatro, de compras, de paseo… sin miedo. Libertad para hablar en cualquier lugar público sin estar rodeados de escoltas; libertad para comentar en una cafetería las ultimas noticias –un atentado que estaba saliendo en ese momento por la pantalla del televisor, por ejemplo- … sin miedo.

Pues bien, ese mismo clima es el que hoy se respira en Cataluña entre los justos y los malos, entre los que disfrutan de todas las garantías y derechos constitucionales y aquellos que son perseguidos por defenderlos. Y no me digan que no se pueden comparar ambas situaciones porque en Cataluña no existe una banda criminal que asesina inocentes para imponer su voluntad, porque si hoy los totalitarios no necesitan asesinar contra la democracia para imponer su modelo y robarnos la libertad es porque el PSOE se ha rendido frente a ellos, se ha convertido en su cómplice y ha dejado de ser un partido que defiende la democracia para convertirse en un ladrón de nuestras libertades. No nos matan, nos gobiernan. El nacionalismo identitario no necesita  asesinar a ciudadanos inocentes porque, directa o indirectamente, ya gobiernan en España, ya se han hecho con el poder institucional y ya imponen sus reglas desde los Boletines Oficiales, ya sea el del Estado o los de las comunidades autónomas.

Hubo un tiempo en el que la resistencia frente al totalitarismo estaba residenciada en el País Vasco y en el que los constitucionalistas vascos libraron la batalla para que hoy en España viviéramos en democracia. Hoy la batalla por la libertad y la democracia se libra desde Cataluña. Los catalanes que nos han convocado el día 18 de septiembre en Barcelona no sólo están defendiendo sus derechos –el estudiar en la lengua materna cuando esta es  la común, en dirigirse a la administración en la lengua del Estado, el de moverse con libertad por todos los rincones de su comunidad, el de rotular su comercio en cualquiera de las lenguas oficiales, el de garantizar que sus hijos puedan jugar expresándose en su lengua materna, el de que se cumplan las sentencias de los tribunales y sean efectivos todos los derechos que la Constitución les reconoce…- sino que están siendo nuestros escudos. Los catalanes que no renuncian a sus derechos de ciudadanía están librando la batalla para impedir que se extienda a toda España ese modelo totalitario impuesto por el socialismo traidor en alianza con el nacionalismo golpista.

Lo que están sufriendo las familias catalanas que quieren proteger a sus  hijos es un drama humanitario impropio de la Europa democrática. Pero su drama nos compete a todos, es nuestro problema, el de todos los españoles que amamos la libertad.

Os doy las gracias a quienes desde Cataluña estáis librando la batalla por la libertad. Os doy las gracias por recordarnos que las instituciones no se defienden solas, que todos debemos cuidar la democracia cada día. Os doy las gracias por convocarnos el 18S, por darnos a todos los españoles la oportunidad de defender lo que nos une, para reencontrarnos y sentirnos mayoría.

Hoy el frente en la lucha por la libertad está en Cataluña, pero la batalla que se está librando es por toda España. El próximo domingo día 18S todos los españoles de bien tenemos una cita en Barcelona. Libres y unidos vamos a demostrar que los resistentes tenemos la última palabra. Nos vemos en Barcelona.