Opinión

Lectura del santo Evangelio según san Chez

La Navidad no forma parte de la iconografía de ese neo progresismo cargante y capador que, con la excusa de mejorarnos la vida, no para de amargárnosla. Pero en la variante de fiestas del invierno o del solsticio o de la gran tontuna sí que permite a estos talibanes climáticos, feministas y animalistas cogerse tantos días de descanso como puedan arramplar. Vamos, igual que todo hijo de vecino, pero sin poner Belén y sin cantar villancicos, que eso les parece discriminante y casposo.

Pedro Sánchez es como esos amigos, envidia de todas las pandillas, a los que cuando llegan estas fechas (igual que la Semana Santa, los puentes o el mes de agosto) siempre les quedan días libres. En su contrato tiene más vacaciones que un profesor de primaria y, además, incluye moscosos por episodios de enamoramiento súbito. Así que el presidente se dispone a hacer mutis y a ocupar durante unos cuantos días alguno de sus palacios, que para eso se ha gastado muchos millones en tenerlos acondicionados y disponibles 24×7. El rey Fahd tenía en España numerosas residencias y, entre ellas, una bonita casa con un evocador jardín en la localidad de Miraflores, en las estribaciones de la Sierra madrileña. Cuentan que desde Arabia obligaban a los guardas de la finca a tener la iluminación encendida, las fuentes corriendo y las neveras llenas de viandas, como si el rey, que nunca llegó a conocer su propiedad, fuera a aparecer en cualquier momento. Aquí Pedro hace lo mismo en Lanzarote, en Doñana o en el aeropuerto de Torrejón, pero pagando con nuestro IVA en vez de con petrodólares.

Ahora bien, ayer antes de irse nos soltó la pelmada de rigor; tanta prisa tiene por marcharse y tan poco respeto por Felipe VI, que no ha esperado, como es habitual, a los últimos días del año, y se ha anticipado al mensaje del monarca. Claro que a efectos prácticos da igual el qué y da igual el cuándo, porque el evangelio según san Chez no es más que un panegírico de sí mismo que genera a partes iguales alipori e indignación. Entre las mentiras que contó y las verdades que ocultó nos trasladó a uno de esos mundos irreales creados por Orwell o por Carroll en los que iba de su propia utopía a la distopía de la oposición, de la fachosfera y, en realidad, de la mayoría de los españoles.

En relación con la economía, que es su mejor baza, utilizó datos sesgados de crecimiento, productividad o inflación, haciendo zoom en periodos cortos que no permiten ver la realidad de una caída en la renta disponible, de un incremento de los índices de pobreza y, en definitiva, de un desempeño ruinoso y de un lustro largo perdido.

En todos los otros temas se manejó con un cinismo que hasta en él parecía excesivo. Ensalzar, por ejemplo, las políticas climáticas y de medio ambiente después de la riada del barranco del Poyo; o la política energética, con el cierre de nucleares incluido, después de que la comisaria Ribera reconozca que en Europa hará exactamente lo contrario que aquí; o al fiscal general por borrar las pruebas de sus presuntos delitos. O decir que no pasa nada por reunirse con Puigdemont porque ya no es un delincuente fugado, cuando ha sido él quien, para poder seguir en Moncloa, le ha amnistiado en vez de traerle preso como prometió.

O cuando habla de integración y solidaridad interterritorial a la vez que se incrementan las desigualdades y se propone un perdón selectivo de la deuda. Y es que en este caso es sibilino y engañoso utilizar la palabra perdón; ese término evoca humanidad cristiana y buenos sentimientos, pero aquí tiene unas consecuencias perniciosas e injustas. Si alguien sin querer te pisa en el Metro o llega tarde a una cita, el que tú le perdones es algo lógico y virtuoso; si le perdonas la deuda a Cataluña no es tan inocuo, ya que ese dinero lo tienen que pagar otros españoles que, en su mayoría, tienen menos recursos.

Sigue el presidente, por otro lado, hablando de bulos y tratando de obviar la corrupción económica e institucional que le rodea. Su intento es a la vez patético e hilarante. Hace pensar en aquella escena de La Vida de Brian en que los rebeldes judíos se ocultaban de los romanos utilizando burdos escondites. O de aquel sketch de Tip y Coll en el que contaban que un descuidero se llevaba de El Corte Inglés un piano de cola metido en el agujero de una muela. Ante las mentiras y ocultaciones de Sánchez le diremos lo mismo que decía en el chiste el genial José Luis: – ¡Dinos lo que te parezca Pedro, pero se te nota mucho!