Opinión

Una izquierda sin ley

Uno de los hechos más vergonzosos que he podido contemplar últimamente ha sido la utilización de la fachada de la Casa de la Panadería, en la Plaza Mayor de Madrid y por parte de PODEMOS-Ayuntamiento para proyectar los llamados “papeles de Bárcenas”. Saltándose a la torera la ley, la norma, la más mínima decencia y ética política. Que ingenuo soy, todavía sorprendido y estupefacto ante la innoble tradición de la progresía de incumplir la ley de forma sistemática sin que tal actuación repercuta en castigo alguno. ¿Qué hubiera pasado si tal “proeza” la hubiese realizado el Partido Popular o VOX, por ejemplo, con los pagos no aclarados del gobierno chavista a sus “hermanos ibéricos”?

La izquierda legisla solo para supeditar a la sociedad a sus intereses, y sus leyes no pueden ser más férreas e invasivas. Pero a su vez, quema la norma cuando entorpece los fines y objetivos propuestos. Establece como delito la cercanía o respaldo individual al franquismo para a la vez protestar de forma violenta, ¿cómo no?, contra la llamada “Ley mordaza”. Es capaz de
justificar en aras de la manipulada y embargada “libertad de expresión” para sus “hazañas”, la violencia contra la derecha, la iglesia o sus fantasmagóricas cloacas del Estado y a la vez impedir los actos de VOX y manifestarse de forma agresiva, ¿cómo no?, contra asistentes y simpatizantes del movimiento de derecha en constante alza.

Se trata de usar la demagogia como arma argumental para erigirse en garantes de una democracia pervertida. Una respuesta siempre violenta y agresiva de aquellos que viven abducidos en un inflexible canon ideológico donde quien osa o se atreve a cuestionar sus manidos postulados, es automáticamente tachado, señalado, marcado, pasando a ser un lisiado social. Ese desprecio a la ley les atribuye la potestad de convertirse en censores y jueces de los demás apropiándose de un poder supremo, sumo, eminentísimo, con poder para descalificar a aquellos cuyas ideas, argumentos o pensamiento político no se ajustan a su omnímoda idea de falsa y oscura realidad. Pero esta es terca y manifiesta, por mucho que parte de la sociedad siga embelesada ante los embrujos del trilero. Y la realidad les pone en evidencia. Ninguno de estos prebostes hacen nada para mejorar nuestra sociedad, para sacar a España de la crisis social e institucional en la que se encuentra. Es la política de la fachada, si, de la fachada de todos saltándose la ley y de la fachada de un edificio, el mensaje de la izquierda, que desde hace decenios se encuentra en ruinas, rebosado de escombros.

No pasará nada. La ley es aquello que solo se cumple si nos interesa y sirve a nuestros fines, y que se puede incumplir de forma impune cuando es a la progresía a quien interesa. La izquierda de hoy, salvo honrosas excepciones, recorta las libertades, pretende criminalizar cualquier idea discrepante y azuza a sus bases en una peligrosa estrategia de crispación tratando de obtener algún rédito político para salir de la desesperada debacle ideológica en que se encuentra. El peligro es un Gobierno que no sólo nos conduce a la ruina económica a España, sino que resulta cada vez más autoritario e intolerante. Es esa mezcolanza ideologizada, prepotente y disfrazada de inclusión y diversidad. El pensamiento único e indiscutible muchas veces validado de forma cobarde por el históricamente ruinoso centrismo que mira hacia otro lado. Saltarse la ley con esa chulería y altanería es violencia, un exabrupto frente al orden y el sentido común que hoy representa una gran parte de la sociedad que mantiene principios y valores. Quizá sea solo complejo que es necesario desenmascarar. Porque ya lo dijo el Conde de Chesterfield, político y escritor inglés: “El hombre odia a quien le hace sentir su propia inferioridad”.