Opinión

¡Isabel, quédate con Cataluña!

Y haz lo que quieras con ella. Si cualquier cosa sería mejor que el caos en el que vivimos (dos partidos repartiéndose el poder con sus dirigentes uno en la cárcel y el otro fugado), lo que tú has conseguido, proteger en lo posible la economía y levantar el ánimo de la ciudadanía, serían un regalo mayúsculo. Una amiga madrileña, convertida al “ayusismo” con entrega total, me definió a la con creces revalidada presidenta de su Comunidad con estas palabras: “Se ocupa, gestiona, tiene sentido común, humilde y además guapa y castiza.” Humildad. Precisamente un término que ha utilizado a menudo la propia Ayuso describiendo sus posturas.  Cayetana Álvarez de Toledo señaló algo similar en una entrevista el mes pasado : “Ayuso no es una intelectual ni pretende serlo. Pero sí es un ejemplo del triunfo del coraje al servicio de las ideas.”

Por ello, tantos charlatanes, listillos, tuiteros furiosos, politicastros y periodistas demasiado exquisitos para pisar la calle hacían chanza del estilo de la que llamaban “IDA”, especialmente en los momentos más peleones de su defensa de la hostelería. Por no hablar de cómo han utilizado las peores armas para entorpecer el resultado que más temían:  desde el CIS “de parte”, anti científico, de un Tezanos que se ha ido dejando un reguero de insultos; de una RTVE entregada a la información sesgada hasta lo más burdo; de esos escraches” antifascistas” (qué hartos estamos de los “antifascistas, por Dios); o de manipular los envíos de balística ortopédica de enfermos mentales. ¡Qué reguero de hemeroteca y “tuitoteca” han dejado muchos! Se han quedado bien retratados.

Ayuso ha barrido. Y en Cataluña han temblado los desmejorados cimientos del independentismo más montaraz. Periodistas como el valenciano Vicent Partal (¿qué les habremos hecho los catalanes a ciertos valencianos? ¡Y eso que ahora no quiero hablar de argentinos!), en el pasquín Vilaweb, decía ayer que “la Moncloa la ocupará el nacionalismo ultra español dentro de muy poco tiempo y esto conducirá inevitablemente a la confrontación abierta y total con Cataluña”. ¡Jajaja, qué triste bravuconada! Y se pone el hombre a hablar de Serbia y cómo su intolerancia causó el desmembramiento de Yugoslavia. Hay que estar loco. Y más recordando que del golpe político de los suyos, en el 2017, ya han pasado cuatro años. De que el “procés” siga va a tener la culpa también Ayuso. Como si lo viéramos.

Mucha frustración se vivirá en Cataluña. Porque ahora tenemos a Madrid como un espejo de lo que decíamos que íbamos a ser: un lugar business friendly, abierto, liberal y no sé qué. A pesar de las fanfarronadas de tantos políticos suicidas catalanes, la realidad es que hemos ido avanzado inexorablemente hacia un modelo que ha apretado las tuercas a la ciudadanía hasta no poder más (espero). La locura identitaria ha tenido consecuencias, y no la menor el abandono en el último par de decenios de una estrategia más productiva en favor de otra más extractiva. El rechazo a la competencia fiscal que algunos políticos catalanes han expresado últimamente (pidiendo la igualación por la parte mala de tributos e impuestos como sucesiones, donaciones y sociedades) es el legado de unas élites locales antes convencidas de su superioridad de manera apriorística. Porque ellos lo valían. Y la creación de redes clientelares ideologizadas y el dispendio en instituciones sólo dedicadas a la propaganda identitaria ha contribuido en forma decisiva a que perdiéramos ese liderazgo que por un tiempo parecimos disfrutar. Ahora pasamos de alardear de ser, como dijo Pascual Maragall, “la locomotora de España” a mirar con temor un furgón de cola que podría ser nuestro lugar para siempre. Madrid es una comunidad donde simplemente se ha apostado por la libertad de los ciudadanos y no por la identidad del territorio. Y ya ven el resultado.