Opinión

La improvisación política en la energía

Desde finales de verano, el precio de la energía no para de crecer, elemento que está impulsando hacia arriba el precio de todos los productos, con lo que la presión inflacionista se deja notar ya de una manera muy clara. La energía no es el único elemento que está impactando en la escalada de precios -el coste del transporte y la escasez de algunas materias primas también- pero sí que lo hace en una parte muy significativa.

Dicho incremento se debe, en gran parte, a que la política, en prácticamente todo el mundo, ha vuelto a intervenir de manera equivocada, condenando a la extinción a muchas fuentes de energía cuando todavía no tenemos otras alternativas que aseguren el abastecimiento y que no disparen los precios. En este contexto, China elude esas prácticas y contiene los precios energéticos.

No es que sea un ejemplo para esto la dictadura comunista china -ni para esto ni para nada-, pero compite en una posición de ventaja sobre el resto de países. Si se trata de poder cuidar el medioambiente, sin el concurso del país más poblado del mundo de poco servirá que el resto renunciemos a las energías fósiles, pues la contaminación permanecerá, pero con un occidente más empobrecido a costa de un mayor enriquecimiento del régimen chino.

No se trata de copiar, por tanto, a China, pero sí deberían reflexionar los gobiernos occidentales sobre las decisiones que llevan ya años tomando en materia medioambiental, porque bajo la excusa de la conservación del medioambiente están adoptando unas decisiones que nos está empobreciendo a todo occidente. Se pide acabar con el carbón, con el gas, con el petróleo, pero ese cambio se está llevando a cabo sin que tengamos un buen sustitutivo, competitivo y abundante. Las energías renovables siguen siendo caras, y muchas de ellas no se emplean al máximo de su producción porque los productores no consiguen cubrir costes con sus precios. Paralelamente, no se apuesta decididamente -en especial, en España- por la energía nuclear, segura, barata y que se puede producir de manera abundante.

Con todo ello, hay escasez de energía y hay que completar el conjunto de la oferta con el gas, que, por una parte, se quiere desterrar, pero que por otra se emplea como imprescindible para poder mantener la oferta energética en línea con la demanda. Lo que sucede es que el precio del mismo, que marca el marginal de la energía, se dispara, y el coste conjunto se encarece.

Vivimos en una época en la que las decisiones políticas son cada vez más equivocadas, debido al corto plazo. Si bien es cierto que la política siempre se ha movido más por el cortoplacismo que por pensar a largo plazo -con excepciones- hoy en día se muestra todavía más acusado este problema: es la era de las redes sociales, donde lo que se escribe ahora es ya antiguo, donde todo se quiere al momento, donde no se reposa nada. Y si así es el conjunto de la sociedad, la política muestra ese rasgo de manera exacerbada. De ese modo, en materia energética envuelven todo en celofán de respeto medioambiental sin haber buscado antes una alternativa eficiente, empobreciendo al conjunto de la sociedad, en la que las familias pierden poder adquisitivo para hacer frente a la factura de la luz y al resto de productos, al propagarse el incremento del coste energético por toda la cadena de producción, y paralizando las industrias, que ven cómo sus costes se comen todo margen por la subida del precio de la energía. Es el coste de la improvisación política también en materia energética: un problema de enormes dimensiones en el que nos han metido decisiones erróneas y del que veremos cómo conseguimos salir.