Opinión

Para Igualdad, después de un hombre lo más perverso es un semáforo

Para el Ministerio de Igualdad después de un hombre no hay nada más perverso que un semáforo. El departamento de Irene Montero ha concluido en un informe que los sistemas de los semáforos para permitir que los peatones crucen la calle no tienen en cuenta que las mujeres tardan más en cruzar. «Algunos sistemas a primera vista neutrales, como los programas de control y coordinación de la red de semáforos, pueden comportar un impacto discriminatorio de género edadista y capacitista», es decir, contra mujeres mayores y con discapacidades, dice el texto de Igualdad. El argumento tiene miga: «Los sistemas de control y coordinación de semáforos determinan, por ejemplo, el tiempo del que disponen los peatones para un cruce o calle. ¿Con la velocidad promedio de qué perfil se automatizan las fases verdes para peatones? ¿El perfil de una persona adulta de 30 a 50 años? ¿O el de una persona ciega y anciana o de una persona en silla de ruedas?», cuestionan desde Igualdad.

Los autores del informe se preguntan desde un punto de vista crítico si los semáforos «asumen el cálculo del sistema que todos los peatones cruzan a una velocidad uniforme, lo que no es el caso en horas punta para personas discapacitadas o peatones acompañados de infantes». Dejan caer que los semáforos tardan demasiado en ponerse en verde para los peatones, lo que beneficia a los conductores. Aunque en el informe se reconoce que en términos absolutos «fallecen más hombres como peatones que mujeres», se matiza que «no obstante las mujeres fallecen principalmente desplazándose a pie y los hombres fallecen principalmente utilizando otros medios de transporte (63%). Conclusión: la red de medidas de regulación de la movilidad peatonal (cruces, semáforos, pasos de cebra, señales de límite de velocidad, etc.) tiene «un impacto desproporcional en la movilidad e integridad física de la mujer como peatón». Lo dicho: nada más sexista que un semáforo. Hay que reconocer que esta gente no tiene límites a la hora de dar rienda suelda a su estupidez