Opinión

Iglesias, eres un delincuente

Al comandante francés judío Alfred Dreyfus se le vino encima el mundo el 13 de octubre de 1894. Cuando es detenido por orden del ministro de la Guerra, Auguste Mercier, piensa que lo que está ocurriendo es una simple pesadilla. Pasan los minutos, se pellizca y empieza a percatarse de lo obvio: que esta vez la vida no es sueño. No entiende nada. Se le acusa de alta traición “por haber entregado documentos secretos al Gobierno del Imperio Alemán”. Le someten a tortura física y, sobre todo, psíquica. Lo interrogan día y noche hasta que al final logran una falsa confesión con un modus operandi tramposo y mafioso a más no poder: le hacen escribir La lista bordereau, los papeles clasificados puestos en manos del país vecino. Cuarenta y ocho horas después, el comandante del Ejército encargado de su torquemadiana investigación, Armand du Paty de Clam, protagoniza un duro cara a cara con el acusado. La tensión alcanza su clímax cuando le pone encima de la mesa un revólver invitándole al suicidio:

—Es lo más digno que puede hacer, capitán—, le espeta.

La víctima de la caza de brujas antisemita se niega en redondo con una frase que acabará engrosando por derecho propio los anales:

—No lo voy hacer porque quiero demostrar mi inocencia—, replica el capitán haciendo gala de una frialdad que sorprendía a sus compañeros y entusiasmaba a los superiores que vieron en él unas cualidades innatas para el arte de la guerra.

Dreyfus es recluido a la espera de juicio en una chirona militar. Entre tanto, cuatro medios se dedican a esparcir todos a una, como si fueran dogma de fe, las patrañas urdidas contra él por los antisemitas del Ejército francés. Los periódicos que protagonizan el mayor libelo de la historia moderna tienen nombre y apellidos: La Libre Parole, dirigido por el ignominioso Drumont, La Autorité, La Croix y Le Journal. La pantomima mal llamada juicio acaba en condena a cadena perpetua el 22 de diciembre. Como quiera que todo era un montaje, se antojaba menester ineludible mandarlo a un lugar en el que no pudiera tener contacto con nadie. Así los falsarios vivirían tranquilos mientras él se pudría entre rejas. Qué mejor lugar para el destierro que la Isla del Diablo, a 7.059 kilómetros de París, debieron de pensar. Y allá que lo mandaron. El capitán más famoso de la historia llegó al islote de La Guayana —casualidades de la vida— un 14 de abril, el 14 de abril de 1895.

Nuestro protagonista tuvo suerte de que hubiera gente decente como Émile Zola y el diario L’Aurore. La gloria de las letras francesas recibió una serie de pruebas que demostraban, más allá de toda duda razonable, que Dreyfus había sido víctima de una mascarada fruto del antisemitismo que recorría cual peste bubónica la Tercera República francesa. Y las publicó, vaya si las publicó, no sólo sacudiendo los cimientos de la República sino también cambiando la historia. Consecuencia: en 1906, 12 años después, Dreyfus fue declarado inocente por la Corte de Casación gala y repuesto en su cargo. El verdadero culpable, Charles Ferdinand Esterházy, no fue condenado pese a que las pruebas de cargo contra él eran nivel dios. Tal vez porque temían que el mayor cantase La Traviata.

Cuando un servidor dio desde Nueva York, donde me encontraba de vacaciones, el nihil obstat a la publicación de los tan asquerosos moralmente como ya celebérrimos mensajes machistas de Pablo Iglesias nunca pensé que me acabarían costando un proceso inquisitorial como nunca se había visto contra un periodista en 40 años de democracia, excepción hecha del igualmente delictivo vídeo de Pedro J. Ramírez. Aún recuerdo la conversación con Miguel Ángel Ruiz Coll en julio de 2016 en la que me contó con todo lujo de detalles el contenido del chat interno de la cúpula de Podemos que había caído en sus manos. Me trasladó los pantallazos por whatsApp, aluciné al instante y me froté periodísticamente las manos:

—Soy un marxista convertido en psicópata. Azotaría a Mariló Montero hasta que sangrase—, había escrito el secretario general de Podemos y adalid del feminismo entre las risas de sus correligionarios y, lo que es peor, de esas correligionarias como si fueran seres inferiores.

Palante—, indiqué desde la capital del mundo, satisfecho de continuar desenmascarando al machaca de Chávez y Maduro, de desentrañar su vomitivo machismo y seguro sabedor de que el tráfico se pondría por las nubes, como así ocurrió.

La frase pasó a la historia, el Instituto de la Mujer, entonces en manos del PP, puso el grito en el cielo y las asociaciones feministas y los medios izquierdosos se hicieron los suecos. La vida continuó hasta que se detuvo al comisario Villarejo en el otoño de 2017 y, entre sus pertenencias, la Policía halló el contenido del chat interno del caudillo podemita y sus subalternos. La Fiscalía, por obra y gracia de esos Du Paty que son los fiscales ¿anticorrupción? del caso Villarejo, Ignacio Stampa y Miguel Serrano, empezaron a trazar una teoría basada más en suposiciones que en pruebas. Todo muy ejemplar. Alguien de Podemos les sopló que el contenido del chat figuraba en la tarjeta sim del móvil que supuestamente habían robado a Dina Bousselham, asistente personal de Iglesias, y dijeron: “Tate, aquí hay tomate”. Y se pusieron a elaborar una teoría consistente en que Villarejo había sustraído el móvil a la hispanomarroquí y había entregado a OKDIARIO los chats para acabar con Podemos.

El caso saltó a la palestra en plena campaña electoral de las generales de 2019. La teoría de Iglesias y sus periodistas de cámara, gentuza que actúa más como propagandistas que como informadores, se pusieron a propalarla a los cuatro vientos. Aún recuerdo la que le montó a traición y en directo a Antonio García Ferreras:

—Mucha gente se pregunta, y a mí me gusta decir las cosas a la cara, quién protege a Eduardo Inda. Quién le abre los espacios mediáticos a quien parece que forma parte de una trama criminal para fabricar pruebas falsas contra un partido político—, apuntó el candidato morado, exigiéndole por enésima vez que prescindiera de mí.

Sin apenas solución de continuidad, volvió a la carga:

—Me parece terrible que se le haya dado un espacio del que carecen buenos periodistas honrados de este país, de izquierdas y de derechas, pero que trabajan con arreglo a la deontología. Que a este personaje que parece que pertenece a una estructura de cloacas se le proteja, hace daño a la democracia. El periodismo está para controlar al poder, no para servir al poder—, subrayó el desahogado führer podemita.

Ferreras le recordó, entre otras cosas, que un servidor y este periódico han destapado infinidad de casos de corrupción en general y de mangancia policial en particular, entre otros la Operación Kitchen, implementada por Villarejo por órdenes del Gobierno de Rajoy para comprar al escolta de Luis Bárcenas e intentar hacerse con los papeles comprometedores que tenía en su poder el ex tesorero del PP. De nada sirvió porque el político de los dientes modelo mina de carbón prosiguió una campaña de calumnias que buscaba mi muerte civil. En las jornadas posteriores, El País, de la mano de un ex militante socialista llamado José Manuel Romero, eldiario.es, el rotativo podemita de Roures, Público, Infolibre del periodista feminista (Jesús Maraña) que pagaba a mujeres para que salieran desnudas en la portada de Interviú, El Plural de la ex jefa de prensa de Zapatero, Angélica Rubio, y otros como el sanchista El Español se apuntaron sin dudarlo a la tesis de la campaña podemita para acabar conmigo poniéndome en el epicentro mismito de la diana.

OKDIARIO se puso manos a la obra a desentrañar una campaña feroz que buscaba cerrarnos y a mí encarcelarme

“Inda”, “Inda”, “Inda”, “Inda” y mil veces más “Inda”. El director de OKDIARIO fue el principal argumento de campaña podemita. Mañana, tarde y noche, el candidato coletudo me mentaba como integrante de las “cloacas policiales”. De nada le sirvió porque el votante no es gilipollas y porque tanta insistencia apuntaba a montaje por su parte. Cayó de los 71 escaños de 2016 a los 42 que se anotó en las generales de abril. Pero ni los fiscales ni toda la banda mediática paró. Stampa y Serrano pidieron al juez instructor del caso Villarejo, Manuel García-Castellón, el registro de nuestras oficinas mientras Podemos, que jugaba el partido con ellos de tiki-taka, exigía mi imputación. El veterano magistrado se negó en redondo y, finalmente, aceptó mandar a un par de agentes a pedirnos que les entregásemos el pendrive con el chat del “la azotaría hasta que sangrase”. El firmante de la información, Miguel Ángel Ruiz Coll, explicó a los por otra parte amabilísimos policías que no encontraba el pincho alegando lo evidente: “Han pasado tres años”. Lo normal en cualquier periódico y lo habitual en un Ruiz que es tan buen periodista y ordenado en lo mental como desordenado en lo material.

OKDIARIO se puso manos a la obra a desentrañar una campaña feroz que buscaba cerrarnos y a mí encarcelarme. Lo primero que hicimos fue desvelar quién había dado a Villarejo una copia de la tarjeta sim de Dina: Alberto Pozas. ¿Y qué era entonces, primavera de 2019, Alberto Pozas? Pues ni más ni menos que el número 2 de Comunicación de Pedro Sánchez en Moncloa, que había hecho el regalito a Villarejo cuando era director de Interviú. Vamos, que lo de las cloacas policiales empezaba a quedar en aguas de borraja. En trola pura y dura. En bulo y de los buenos. El periodista fue imputado entre la rabia de Podemos y sus corifeos. La cosa empezó a ponerse muy fea para ellos cuando los directivos del Grupo Z, propietario de Interviú, confesaron al instructor que habían entregado la tarjeta sim a Pablo Iglesias. Primera conclusión: OKDIARIO había publicado un chat que tenía hasta el tato.

El bumerán reventó la chepa de Iglesias hace un mes al conocerse un informe en el que a los fiscales no les quedó más remedio que apuntar que Iglesias había podido cometer un delito de revelación de secretos y otro de destrucción de pruebas porque cuando le facilitó la sim a su asistente personal estaba ya destruida. ¿Cómo la inutilizó? Cual mafioso: metiéndola en un microondas. De la complicación pasó a la implicación gracias a nuestros Zolas particulares, José María Olmo y Esteban Urreiztieta, que esta semana han publicado mensajes de la abogada de Podemos con el resto de la jerarquía morada, en los cuales la tal Marta Flor revela a sus compañeros que el fiscal Stampa le está pasando información secreta del caso, que van de la mano para acabar conmigo, además de sugerir que son algo más que amigos, extremo este último que de ser cierto debería haber llevado al representante del ministerio público a abstenerse.

Se ha demostrado que Iglesias montó la campaña de muerte civil contra Eduardo Inda y OKDIARIO sobre pruebas falsas

¡Ah! y lo más importante: que el a la sazón responsable jurídico de Podemos, José Manuel Calvente, advirtió a ella y a los barandas podemitas en 2016, nada más publicarse en OKDIARIO el chat machista de Iglesias, que “no hay caso, ha sido una filtración y no un robo”. La explicación era de perogrullo: “Si os fijáis, son pantallazos mientras otros escriben, lo cual descarta un móvil robado”.

Todo esto demuestra que Iglesias montó la campaña de muerte civil contra Eduardo Inda y OKDIARIO sobre pruebas falsas, que destruyó la tarjeta sim de Dina para seguir dando hilo a la cometa, para impedir que se supiera la verdad y seguramente porque contenía algo más que el chat y fotos íntimas de su asistente. El magistrado ya da por hecho que Villarejo nada tiene que ver con el robo del móvil, si es que alguna hubo robo del móvil y no fue todo un invento o tal vez, como dicen algunos, la vendetta del novio de la susodicha al enterarse de que mantenía una relación paralela con Iglesias.

Sea como fuere, la verdad ha prevalecido. Dios escribe derecho con renglones torcidos. Me pasó en el caso Munar, donde yo era el malo para la mayoría de los bienpagados medios mallorquines y al final ella acabó donde está, en la cárcel, porque me había limitado a descubrir sus bestiales corruptelas. Se repitió la historia con el golfo de Xavier Trias, ex alcalde de Barcelona, al que destapamos sus cuentas en Suiza. Sus portavoces indepes y los calumniadores madrileños de izquierdas me pusieron a caldo. Pero luego resultó que también aparecía en los papeles de Panamá y Trias, que por cierto es el mejor amigo de Javier de la Rosa, quedó como Cagancho en Almagro y como el corrupto que es. Ha costado pero al final se ha conocido la verdad de un caso Inda, que luego se transformó en caso Dina y ha acabando resultando ser el caso Iglesias. Como apunté el 29 de febrero y reiteré el 31 de mayo: “Las cloacas eran Podemos, Iglesias y sus periodistas de cámara”. Por cierto, todos estos últimos silencian o maquillan ahora las novedades que demuestran la actuación delictuosa de su vicepresidente y otros pequeños detalles como el hecho de que Villarejo me hizo seguimientos y pinchó mi teléfono por encargo del ex presidente de BBVA Francisco González.

Termino tuteándote, Pablo. Además de ser el mayor defensor de los etarras y sus satélites, de haber estado a sueldo de la narcodictadura de Venezuela y de la teocracia iraní, de alegrarte cuando patean a un policía, de tener un patrimonio injustificable, de intentar imponer una dictadura bananera por estos pagos, eres un delincuente. Sí, un delincuente, que presumiblemente ha cometido un delito de revelación de secretos, otro de obstrucción a la Justicia y un tercero de fraude procesal. Lo que has hecho conmigo y con este proyecto de libertad no tiene nombre. Pero no te va a salir gratis. Vamos a ir a por ti con dos armas: la verdad y el Estado de Derecho. Y espero que acabes donde te mereces: en esa Isla del Diablo a la que nunca debió ir Alfred Dreyfus.