Opinión

La huella hídrica: pobres y sedientos

Desconozco qué hemos hecho en el mundo libre a esa progresía millonaria que, aburrida de vivir a tope, se crea un capricho nuevo a costa de matar de hambre a la humanidad y hacer desaparecer a millones de personas mediante inventos víricos y guerras patrocinadas. La turra woke con la que pretenden modificar lo que somos -y lo que fuimos- no descansa nunca. Es autónoma. No conoce festivos ni días de guardar. Tampoco es funcionaria, a pesar de ser creada por mentalidades de paternalismo. Se levanta cada mañana con la firme intención de molestar al pobre ciudadano que sólo quiere que le dejen en paz. Nació para cambiar el mundo conforme a sus exigencias totalitarias y no parará hasta que lo consiga. O alguien le enfrente.

En el deseo de las élites globales por reducir la población mundial y someternos a la pobreza perpetua, que incluye la modificación de nuestros hábitos vitales, alimenticios, de tránsito y hasta de vivienda, se une ahora lo que la intelectualidad siniestra que nos gobierna desde lo supranacional ha denominado la huella hídrica. ¿Qué es la huella hídrica? Es un indicador que mide la cantidad de agua que se destina a la producción o fabricación de cualquier bien de servicio o consumo, desde unos pantalones hasta el cultivo y reproducción de alimentos que luego llegan hasta nuestro plato, pasando por las diferentes fases de comercialización y distribución. Una huella que nos culpabiliza por comer lo que causa la sequía en nuestro planeta. No hay agua porque comemos mucha carne y demasiadas lechugas, una sandez financiada a cargo del rebaño acrítico.

Los mismos que imponen el argumentario son los que, precisamente, provocan la escasez con remedios aéreos evidenciados y destruyendo presas y demás construcciones hidráulicas que facilitaban hasta hoy el abastecimiento de agua a la población. Al mismo tiempo, someten a los agricultores a un estrés desmedido en costes y rendimientos que les impiden desarrollar su producto si no es elevando la explotación de acuíferos, que están bajo mínimos y no sólo por falta de lluvia. Es decir, crean el problema y luego ejecutan la decisión por mor del problema que han creado. Un plan infalible de esa agenda totalitaria que nos están implantando como chip reproductivo. Y no hay remedio. Como cualquier revolución, o la combates, o te sometes. Y si te sometes, procura adquirir resiliencia para sobrevivir en el nuevo ecosistema de adaptaciones que los discursos políticos van a presentar como avance de la humanidad. Y aún habrá ingenuos que se crean la enésima trola de la propaganda veintetreinta.

Nos dicen los mandamases de Davos que debemos dejar de comer productos que siempre hemos asociado a un buen mantel, a una conversación apañada y a una sobremesa disfrutona, porque quienes dirigen el cotarro consideran que el buen condumio es un placer sólo al alcance de los ricos de la Tierra, ergo, progres. Tras las campañas a favor de la ingestión de gusanos, de no comer carne, verduras y cualquier alimento que moleste a la progresía woke, ahora llega la campaña contra la huella hídrica. No hay agua y la culpa es de los alimentos que comemos. Y con ese mantra generado en jets privados nos aturran cada día. Los ricos y la izquierda no son un maridaje de conveniencia, sino la razón de ser que siempre ha movido los hilos del mundo. Al menos, en el último siglo.

Y aquí, en España, mientras nos quitan cada día una porción de libertad y nos añaden una pizca más de pobreza, feliz por supuesto, el Gobierno de Sánchez y asociados entierra por la mañana las esperanzas de los españoles con la misma saña con la que desentierran por la tarde sus fantasmas del pasado. Controlan jueces, instituciones públicas, medios de comunicación, y desaparecen cada día millones de euros gestionados desde Moncloa y dependencia ministeriales sin que pase absolutamente nada. La anestesia social siempre fue la primera fase de toda tentación autoritaria. Ya queda menos. Y cuando griten los cautivos, los abducidos, los locos que ven progreso en los reaccionarios, no tendrán quien les cure su soledad de pensamiento y su crítica subvencionada. Van a tener socialismo hasta el final. Pobres y sedientos. Que les aproveche.