Opinión

Hipocresía

  • Xavier Rius
  • Periodista y cofundador del diario E-notícies. He sido redactor en La Vanguardia y jefe de sección del diario El Mundo. Escribo sobre política catalana.

Hace unos años estaba deambulando por el bar del Parlament y me invitaron a sentarme a su mesa diversos diputados de CiU. La federación estaba todavía en su apogeo.

Era entre el 2010 y el 2012. Mandaban en la Generalitat, en el Ayuntamiento de Barcelona, en las cuatro diputaciones -solos o con Esquerra- y tenían 17 diputados en Madrid.

A pesar de mi resistencia innata a comer con políticos, acepté. Al fin y al cabo era de menú. Y me daba igual sentarme en una mesa o en otra.

Mas había ganado las elecciones autonómicas del 2010 con 62 diputados y muchos alcaldes habían entrado en el Parlament. Los habían metido en las listas con la excusa de la «implantación en el territorio». Pero en el fondo era para cobrar más. En localidades pequeñas, el sueldo de parlamentario era superior al de alcalde o al de concejal.

Entre los que compatibilizaban ambas funciones -debían elegir un sueldo u otro- estaba Carles Puigdemont (Gerona), que no destacaba.

También Lluís Corominas (Sentmenat), Pere Regull (Vilafranca del Penedès), Albert Batalla (La Seu d’Urgell), Ferran Falcó (Badalona), Francesc Sancho (L’Ampolla), Xavier Pallarès (Arnes) y Lluís Guinó (Besalú). Seguramente me dejo alguno.

A la mayoría se los llevó el proceso como un vendaval. Pero recuerdo que, durante la comida, salió el tema de inmigración. De manera tangencial. Entonces era un asunto tabú. En general, miraban hacia otro lado.

Uno de los citados, del que me voy a ahorrar el nombre, explicó que había estado un día en Tortosa y que «parecía Tánger». El aludido llegó con los años a la Mesa del Parlament. Era de los que iban susurrando a Carme Forcadell, qué artículo del reglamento tenía que aplicar en cada caso. La mujer no estaba muy ducha en estas lides.

De esto, hace más de diez años. Junts, antes Convergencia, ha permanecido en silencio durante todos los años de proceso porque les interesaba atraer inmigrantes a la causa.

Por las redes todavía circula una foto del 2021, en pleno Covid, en la que se ve la crème de la crème pidiendo el cierre del CIE de la Zona Franca, el centro de internamiento de extranjeros. Como si fueran cupaires’ militantes de la CUP.

Estaban la entonces presidenta del partido -y del Parlament-, Laura Borràs -¿por cierto, entra en prisión?-, las exportavoces del Govern Elsa Artadi y Neus Munté; los diputados Francesc de Dalmases, Aurora Madaula, Jaume Alonso-Cuevillas y Josep Rius. Además de otros dirigentes que, por la mascarilla, no reconozco.

El turning point fue la rueda de prensa que dio Puigdemont el 5 de septiembre del 2023. Aquella en las que exponía sus exigencias al PSOE. Hablo de «compromiso histórico», pero en el fondo era qué hay de lo mío. Es decir, la amnistía.

Ese día mencionó por primera vez la cuestión. «Tenemos la tasa de inmigración más alta de toda la Península, un 16,2%, más de dos puntos por encima de Madrid», afirmó. Como pueden ver, dijo «península» para ahorrarse «España» que, seguramente, le produce urticaria.

Luego añadió: «Y no tenemos competencias ni suficientes recursos para gestionarla». Ahí me dije: «date, aquí hay tomate». Hasta entonces no habían sacado nunca el tema.

Convergencia, el antecedente de Junts, había hecho proselitismo a favor de la inmigración. Basta recordar la labor de Àngel Colom al frente de Nous Catalans, la sectorial del partido.

Yo le he visto llenar, con mis propios ojos, el Palacio de Deportes de Barcelona -el que está en Montjuïc- de inmigrantes en las elecciones autonómicas del 2010 para llevar en volandas a Artur Mas hasta el Palau de la Generalitat.

CDC tenía una espina clavada: la inmigración de los años 60 y 70 era castellanoparlante y votaba mayoritariamente al PSC. El antaño cinturón rojo de Barcelona.

Con los nous catalans procedentes del Magreb o del África subsahariana no podía pasar. Tenían que ser buenos catalanes y votar a Convergencia. Todo el mundo sabe que el catalanismo favoreció la inmigración magrebí porque llegó a la conclusión de que la hispanoamericana no aprendería catalán. Con el castellano tenían suficiente.

La primera vez que oí exponer semejante teoría a alguien fue a un dirigente de la extinta Plataforma por Cataluña, August Armengol, que lo dijo en el fragor de un mitin en l’Hospitalet.

A mí, la verdad, me pareció exagerado. Pensé que era una leyenda urbana o que veía conspiraciones. En periodismo, si no tienes pruebas, no lo puedes publicar.

Armengol, sin embargo, no era un cualquiera. Pediatra, había estudiado en Lovaina, y llegó a encabezar un grupo de cinco concejales en El Vendrell (Tarragona). Ahora está ya retirado, pero me lo encuentro en Facebook y me dan ganas de repetir una entrevista que le hice en su día en su consultorio particular

– Si viene una madre con un niño magrebí, ¿qué hace?, le pregunté.
– Atenderlo, me contestó.

El doctor había sentado la primera sospecha. Meses después se lo leí al periodista y escritor Gregorio Morán en una de las añoradas sabatinas que publicaba en La Vanguardia. Fundamentalistas son los otros, se titulaba el artículo publicado el 6 de marzo del 2010. Lo guardo como oro en paño.

«En Catalunya, en mayor medida que en el resto de España, se da la particularidad de que la emigración musulmana, magrebí en su mayor parte, fue promovida con mayor benevolencia que la latinoamericana, por razones políticas», explicaba.

«Los cerebrinos mandris del pujolismo juzgaban más útil la integración de quienes debían optar por una lengua nueva, que aquellos que traían su condición de castellanohablantes. Que yo sepa, no se llegó a formular de manera explícita, pero sí se llegó a practicar de manera implícita».

Eso ya era otro cantar. Gregorio Morán, con el que no siempre estoy de acuerdo, ha sido uno de mis periodistas de referencia. Y, tras haber pasado por el PCE o la oposición al franquismo, nadie puede acusarle de ser un submarino de la ultraderecha. Pero tiene un problema profesional en los tiempos que corren: decir las cosas como son.

La tercera experiencia personal fue unos años después. Estaba yo indagando sobre el tema y conocí a un alto cargo de extranjería. Le pregunté si, en su opinión, era cierto que Pujol había favorecido la inmigración magrebí. Me contestó con una pegunta:

– ¿La Generalitat dónde abrió su primera embajada?
– En Casablanca, contesté porque recordaba el dato.
– Pues ya está.

Cierto, en los últimos años de Jordi Pujol nombraron al citado Àngel Colom embajador en esta ciudad. Cuando ganó el tripartito ordenaron cerrar la oficina. Corrió la versión de que Colom se quedaba en Marruecos tras abrir una champañería. Nunca entendí cuál es el modelo de negocio de un local semejante en un país islámico, que prohíbe el consumo de alcohol.

En resumen, ahora que no se quejen. Lo que no entiendo es la diferencia: Carlos Mazón pacta con Vox no acoger más menas y todo el mundo se le echa encima, sobre todo los medios progres. Mientras que Junts pacta con el PSOE lo mismo al día siguiente y es lo más normal del mundo.

Lo que me pregunto es qué deben pensar los canarios. A este paso montan otro proceso. A ver si alguien les hace caso y les saca las castañas del fuego.

Voy a terminar diciendo lo que digo siempre: los menas tienen padres. Y tendrían que haberlos devuelto a sus familias. Si nunca consiguen repartir los 4.000 que dicen que hay, cuando vengan 4.000 más, ¿qué harán?