La frivolidad cumbre de Irene, Irena o Ireno
Lo de nacer mujer en un cuerpo de hombre u hombre en cuerpo de mujer es una putada. Cosas de la naturaleza que el intelecto normal no alcanza a entender. Y solucionar estas disfunciones biológicas es una cosa muy seria en la que han de emplearse cuantos medios públicos sean necesarios. Para que se hagan una idea de lo que estamos hablando: una operación de cambio de sexo cuesta hasta 25.000 euros, una cantidad fuera del alcance de un bolsillo bajo, medio y medio alto. Y hormonarse, otro potosí.
Detesto tanto a los que demonizan la homosexualidad o bisexualidad como a los que pretenden crear una nueva cultura de estas legítimas concepciones de la identidad personal. Más que mi desprecio, que también, a los primeros les opondré siempre la fuerza de la razón, esa razón que permitió al mundo pasar del despotismo a la libertad. Uno no se hace homosexual, uno nace homosexual o bisexual y lo mismo ocurre con las personas que nacen en el cuerpo equivocado. La homosexualidad, la bisexualidad o la transexualidad son tan naturales como una heterosexualidad que, cierto es, algunos locos quieren situar ya como poco menos que una conducta desviada.
Y la obra cumbre de la imbecilidad en esta siempre espinosa materia tiene un único copyright: Irena Montera. Su “todos, todas y todes” figurará durante décadas en el número 1 del escalafón de la antología del disparate. Esta semana leía embobado una magnífica entrevista del gubernamentalísimo El País —no todo es mentir— a Hélène Carrère, secretario —sí, secretario— de la Academia Francesa fundada ni más ni menos que por el cardenal Richelieu en 1635. “El lenguaje inclusivo”, apostillaba, “es una deformación del idioma”. Y puntualizaba por si había quedado alguna duda: “Yo soy historiadora, he sido europarlamentaria, entré en la Académie y nunca pensé que fuese por ser mujer”. Zasca que te crió a Irena y demás locatis. Claro que comparar a Carrère, que ocupa el sillón que un día fue —ahí es nada— de Victor Hugo, con Montera es como trazar un paralelismo entre un Rolls y un 600 desvencijado.
Me produce asco que parte de esos impuestos que gustosamente apoquino vayan a financiar campañas idiotas como la del “todos, todas, todes”. Más aún que los contribuyentes hayamos sufragado involuntariamente —a la fuerza ahorcan— una Ley Trans que es el culmen del despropósito, la infantilidad y, desgraciadamente, porque no estamos hablando de ninguna broma, la hilaridad. Lo de cambiarse de sexo no es ninguna broma y esta norma reduce este trascendente paso vital a la categoría de frivolidad.
Para pasar de hombre a mujer, viceversa o para encajarse en esa surrealista categoría de “no binario” bastará simple y llanamente la voluntad del peticionario. Y la patria potestad se irá a tomar viento por el mero hecho de que un imberbe de 14 años podrá cambiar de sexo con el simple apoyo de los padres, o como coño se llamen ahora los progenitores, y hasta los 12 de nombre. Desde los 16 tendrán libertad absoluta para dar cualquiera de estos dos pasos sin tutelas ni tu tías, reduciendo de facto la mayoría de edad a ese umbral.
En otros países esta locoide política que Irene Montero quiere imponer en España está provocando problemas terribles
El cambio de sexo, y consiguientemente de nombre, se consumaba hasta ahora en un proceso en el que intervenían médicos, psicólogos y toda suerte de especialistas. Vamos, lo normal. Ahora bastará la mera voluntad del solicitante, lo cual abre la puerta a todo tipo de abusos y trampas. En otros países esta locoide política está provocando problemas terribles: hombres que pasan a ser mujeres para colarse en baños femeninos, desahogados que se declaran mujeres para ser estrellas en el deporte en el que no pudieron triunfar e incluso malnacidos que se pasan al sexo contrario para beneficiarse de sanciones penales inferiores.
Ser mujer, como asevera el feminismo de verdad, no es un sentimiento sino una realidad material. Y ser hombre, tres cuartos de lo mismo. Un hombre nacido en el cuerpo equivocado no siente que es mujer, simple y llanamente, es mujer. De la misma manera que una mujer que nació hombre no lo siente, lo es. Punto. Las progresistas de verdad que se oponen a esta barbaridad lo han podido explicar más alto pero no mejor: “No es una ley para el 0,4% de la población [estimación de españoles trans] sino para toda la sociedad”. Ahora el género no lo determinará la realidad sino un mero acto burocrático consistente en rellenar un impreso en el Registro Civil de turno.
Estas feministas sensatas, muchas de las cuales llevan luchando por sus derechos desde antes de que Irene Montero viniera al mundo, también están asombradas por que se permita consumar la transexualidad con 12, 14 ó 16 años. “No existe la infancia trans”, advierten para, acto seguido, enfatizar que la normativa alumbrada por esa indocumentada de marca mayor que es la ministra de Igualdad “induce a los niños a pensar que han nacido en un cuerpo equivocado, provocando dudas”. Así es, porque el que es mujer en un cuerpo de hombre u hombre en cuerpo de mujer no puede pensar nada porque es lo que es. Ni más ni menos, ni menos ni más.
Por no hablar de los palabros que introduce esta basura de ley en los códigos Civil y Penal. A partir de ahora, una viuda será “una cónyuge supérstite gestante”, una madre “progenitor gestante”, un ciudadano que se identifica con el sexo asignado al nacer se denominará “cisgénero”, un individuo que no se considera ni hombre ni mujer es “no binario” y uno que lo hace con todos los géneros es “pangénero”. ¿Se puede ser más gilipollas?
Chiringuito es ese Ministerio de Igualdad que nos cuesta 451 millones, dineral que se invierte en proyectos gilipollescos
Por no hablar del totalitarismo que introduce en la legislación española al invertir la carga de la prueba como si esto fuera la Rusia de Putin, la China de Xi Jinping, la Corea del Norte de Kim Jong-un o la Venezuela de Nicolás Maduro. Cuando una persona acuse a otra de discriminarle por razones de orientación sexual se considerará verdad judicial en tanto en cuanto el denunciado no pruebe su inocencia. Una caza de brujas en toda regla que abre la puerta a la venganza indiscriminada desdibujando, además, cualquier testimonio cierto. Más madera: denegar el alquiler a gays por su opción sexual o no prorrogar el contrato tras enterarse de que lo son se sancionará con hasta 150.000 euros de multa. Conclusión: si usted quiere arrendar un apartamento ni se le ocurra decir “no” a un homosexual porque exige una rebaja y usted se niega a concederla o, simple y llanamente, porque el tipo o los tipos le dan mala espina.
Esta semana se ha montado la de Dios es Cristo a cuenta de la decisión de Ayuso de montar una Oficina del Español y situar al frente de ella a ese brillante liberal que es Toni Cantó. La izquierda mediática de argumentario, el de Iván Redondo naturalmente, salió en tromba a linchar a la presidenta de Madrid olvidando por enésima vez que esa táctica engorda el caudal de votos de su presa. “Los chiringuitos del PP son una vergüenza”, aullaban. Olvidando que chiringuito, no, chiringuitazo es ese Ministerio de Igualdad que nos cuesta 451 millones de euros, dineral que se invierte en contratar proyectos gilipollescos a los amiguetes de turno o a los correligionarios de guardia. Tres ejemplos: “Un total de 18.000 euros a una cooperativa que defiende las okupaciones», 600.000 para un estudio sobre “el machismo en el Covid, la nutrición o los museos [sic]”, 180.000 a la red de sociedades del ex tesorero de Ganemos y otros 120.000 a una campaña “para defender que el hombre feminista también es un hombre [requetesic]”. El tufo a malversación es estratosférico.
No sé cuánto habrá costado esta gili-ley pero intuyo que varios millones de los españoles que el pasado miércoles terminamos de hacer nuestros deberes ante Hacienda. Lo peor de todo, más allá de las anécdotas, es la categoría: esta frívola norma hace un flaco favor a todos esos españoles y españolas que han pasado, pasan y pasarán auténticos infiernos por haber nacido en el cuerpo equivocado. Algo que ellos no eligieron. Lejos de resolver problemas, esta ley los dispara exponencialmente. Equipara a los que un día decidan declararse mujer y al siguiente hombre con quienes viven esa realidad material que es ser hombre en un cuerpo de mujer o mujer en un cuerpo de hombre. Cosas de la política del caca, culo, pedo, pis. Sencillamente un horror. Horror que el españolito despachará con unas risas, pero que ese 0,4% de trans de verdad acogerá con estupor, pena y más congoja aún que la que provoca la eterna discriminación.
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