Fraga, 100 años
Felipe González le definió un día ya lejano ante un repleto Congreso de los Diputados como la persona al que «el Estado le cabía en la cabeza…». La muerte no es el final, desde luego, para los personajes públicos que hicieron algo por sus semejantes, pero la desaparición física también tiene ventajas.
¿Se imaginan a Manuel Fraga contemplando la España de hoy después de su lucha para evitar que el Estado cayera en manos de sus enemigos declarados? El gran pecado para la izquierdona irredenta es que el gallego de Villalba hubiera formado parte de un Gobierno de Franco y olvidan que Carrillo fue uno de los jefes comunistas (Paracuellos, checas, etc…) en el Madrid de la Guerra Civil. Los dos se reconciliaron hasta el punto de que el fundador de la derecha moderna no tuvo inconveniente -pagando un alto precio por ello entre las mesnadas más radicales- de ser el telonero del secretario general del Partido Comunista de España en el entonces exclusivo Club Siglo XXI. Fue, en efecto, la España de la concordia y la reconciliación a la que se apuntaron todos los dirigentes comunistas -Marcelino Camacho, entre ellos, que estuvo encarcelado- que sus teóricos sucesores neocomunistas han hecho estallar por los aires.
Durante un encuentro en el Parlamento Europeo -finales de los años 80-, Fraga me confesó que la historia reconoce antes a los fundadores de los partidos que a los primeros ministros. Se definía como un «paquete» histórico «porque en el franquismo la moto la giraba a la izquierda y en la democracia a la derecha… Lo fundamental era mantener la moto recta».
Nunca pudo cumplir el gran sueño que confesaba a su tía Amadora, una gallega sabia, con la que don Manuel se confesaba a diario. El de ser primer ministro al estilo Winston Churchill. Fue, sin embargo, padre aventajado de la Constitución y se enfrentó a todo tipo de extremismo; le interesó más la «reforma» que la «ruptura». Durante unos años triunfó lo primero; ahora campa por sus respetos lo segundo.
¡Sic transit gloria mundi!
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