Opinión

El feminismo feroz y el marroquí maltratador

  • Teresa Giménez Barbat
  • Escritora y política. Miembro fundador de Ciutadans de Catalunya, asociación cívica que dio origen al partido político Ciudadanos. Ex eurodiputada por UPyD. Escribo sobre política nacional e internacional.

Una mujer de 25 años llegó a Cataluña con un hombre con el que se había casado en Marruecos. El tipo era bastante mayor que ella, 40 años. Por el motivo que fuera, nada más llegar a nuestro país, la encerró en la casa que compartían. No podía salir, incluso la obligaba a estar con las persianas bajadas. El secuestro de facto no era todo: la joven sufría un maltrato físico que incluía golpes y latigazos con el cinturón. Al final logró enviar un correo a servicios sociales para pedir ayuda. Como después se hizo el silencio, esto preocupó a los responsables del centro, que enviaron a los Mossos d’Esquadra y a la Policía Local, que intervinieron y la liberaron. El detenido fue acusado de malos tratos y de detención ilegal.

Estos días hemos sido testigos de la reacción furibunda que ha mostrado el feminismo radical ante el libro de Juan Soto Ivars sobre denuncias falsas. Que un ensayista ose señalar que esa cifra casi mítica del cero coma cero no sé cuántos no se sostiene de ninguna manera es un disparo en la línea de flotación de una construcción, la «ideología de género», que presenta a las mujeres como incapaces de albergar razones espurias o mala fe en casos de separación o divorcio. Por culpa de esa narrativa ha operado como una religión de Estado durante 20 años, hombres inocentes son encarcelados por denuncias instrumentales. Naturalmente, en ningún caso ese libro niega que haya mujeres víctimas del abuso y del maltrato. Vean si no el caso de la chica marroquí. Existen hombres que merecen que caiga sobre ellos toda la fuerza de la ley. Simplemente señala una asimetría penal que no es precisamente progresista: es una anomalía democrática que castiga por el hecho de ser hombre y premia la delación sin pruebas.

Por eso, porque estamos ahora mismo con este debate en los medios de comunicación, es mucho más flagrante el caso de esta joven encerrada y maltratada, cuyo agresor hubiera requerido de mayor severidad. Pero no ha sido así. La jueza, pues era una mujer, consideró los hechos probados. Y el mismo acusado reconoció que la había retenido en contra de su voluntad, que la había golpeado y que la había sometido a un trato vejatorio. Sin embargo, la sentencia dictada por la magistrada fue sorprendentemente leve. No le pide más de 14 meses, una pena que queda suspendida de inmediato para evitar que el condenado entre en prisión. En realidad, se va a librar si se mantiene (y ya sabemos qué garantías tienen esas pulseras de Ana Redondo, la ministra de Igualdad) a 1.000 metros de la víctima y si se aviene… a realizar uno de esos cursitos sobre «sensibilización sobre igualdad».

O sea: mucho aspaviento tratando de contrarrestar los efectos de un libro que pone en entredicho la misma «ideología de género» y a la vez tenemos la aplicación de una pena que es un mero conjuro de quien cree en la magia del discurso doctrinario. Por un lado, la perversión de un sistema judicial que ha propiciado la escandalosa discriminación de la mitad de la población de este país y, por el otro, un cruel maltratador que, quizá por venir de una cultura «protegida», se va a ir de rositas. Un alma en el fondo buena que entenderá enseguida que está feo pegar y encerrar, que lo suyo es un caso de «masculinidad tóxica» y que se cura hablando. Francamente, entre las fantasías woke y el feminismo revanchista, esto es como las siete y media: o te pasas o no llegas.

Mientras tanto, los datos del Balance de la Criminalidad del Ministerio del Interior revelan que, en los primeros nueve meses de este año, los delitos han crecido un 1% en España, las violaciones se han disparado hasta aumentar un 4,6% respecto al mismo período del año anterior y suben los secuestros en un 13%. La «ideología de género» es un fracaso y nos hace falta urgentemente un enfoque de los problemas sociales desde el sentido común.