Opinión

‘Fausto’ Sánchez, el socio del diablo

Muchas veces he dicho que el pecado original del mal moral global que afecta a la sociedad española de nuestro tiempo es dar por normales cuestiones que son una auténtica anormalidad en términos morales, éticos e incluso legales. Cosas que hace una década, dos, tres e incluso cuatro hubiéramos considerado una aberración pasan desapercibidas como si nada. El problema no es sólo que se produzcan, que también, sino tanto más que no provoquen una sola reacción en la opinión pública ni en la publicada, básicamente, porque la mayor parte de los medios (en un 80%) están del lado de quienes nos imponen el trágala de confundir el mal con el bien.

Si al adolescente que yo era en tiempos de Felipe González le llegan a vaticinar que el PSOE iba a pactar con los malnacidos hijos políticos de ETA, hubiera mandado a esparragar al interlocutor de turno. El proyecto político del más longevo presidente de nuestra democracia jamás de los jamases coqueteó con quienes asesinaban a policías, guardias civiles, militares, civiles o correligionarios. Es más, y obviamente no lo justifico, durante su mandato se creó una banda para matar terroristas. “Si matan a los nuestros, nosotros les mataremos a ellos”, dicen que dijo el presidente González. Cosas veredes: los sucesores de quienes crearon los GAL son los que ahora flirtean día sí, día también, con los bilduetarras.

Sé lo que piensan los González, Guerra, Bono, Corcuera, Leguina y cía porque alguno de ellos me lo ha transmitido personalmente y porque otros lo han proclamado públicamente. Lo obvio en gente decente desde el punto de vista intelectual. Políticos de fuste que saben que no hay nada que hablar y menos que acordar con malnacidos que asesinaron a 857 españoles, hirieron o mutilaron a miles, extorsionaron a otros tantos y secuestraron a decenas. Consensos básicos transversales que van intrínsecamente unidos a ese Pacto de la Transición que es lo mejor que hemos hecho en 500 años de historia.

Pedro Sánchez ha dinamitado estos perogrullescos principios morales. Le da igual ocho que ochenta. Tiene más claro que el propio Nicolás Maquiavelo que el fin justifica los medios. ¿Que me tengo que aliar con el mismísimo diablo para lograr el poder en una comunidad autónoma, una diputación, un ayuntamiento o el mismísimo Gobierno de España? Pues me alío y aquí paz y después gloria. Y a la Constitución, que le den. Un asco.

Cuenta la periodista Lorena Gómez-Lobato en su interesante libro La Moción que la secretaria general de los socialistas vascos, Idoia Mendía, se sentó a negociar con Bildu el respaldo al golpe de gracia parlamentario a Mariano Rajoy. Añade que el presidente del Gobierno fue personalmente a agradecer a la parlamentaria filoterrorista Marian Beitialarrangoitia el “sí” a la moción de censura que le permitió mudarse a La Moncloa. Un asco.

El ataque a la memoria de las víctimas del terrorismo acababa de empezar. Nos quedaban por ver infamias mayores incluso. La más reciente se está gestando en Navarra y culminará con la socialista María Chivite de presidenta del Gobierno de mi tierra. De momento va de la manita de Geroa Bai, la marca local del racistoide PNV, Podemos e Izquierda Unida. Pero precisará del voto activo o pasivo de Bildu para lograr su objetivo. ¿Tienen alguna duda de que lo tendrá? Un asco.

Por no hablar de la que ha tenido lugar en la Diputación de Barcelona, un organismo redundante pero que sin embargo todos anhelan. ¿Será tal vez porque maneja un presupuesto de 1.000 millones de euros que da para hacer todas las trapacerías que uno quiera? No afirmo, sólo interrogo. La socialista Nuria Marín fue investida presidenta el jueves pasado con el respaldo de quienes hace no 21 años sino 21 meses perpetraron un golpe de Estado en Cataluña: Junts per Cat, el partido del delincuente fugado Carles Puigdemont. Otra vez un asco, como ven.

Un interesante análisis publicado por Carlos Cuesta revela que el PSC, el apéndice catalán del PSOE, ha hecho alcaldes con sus votos a 47 independentistas de diferentes municipios. Una aberración más de un Pedro Sánchez y un Miquel Iceta que no tienen reparos en vender a su padre o a su madre con tal de conseguir poder y más poder. ¿Acaso se creen que esto no tiene nada que ver con la conquista de la Diputación de Barcelona? Más asco.

La Alcaldía de la localidad alavesa de Samaniego está en manos de quien está, Bildu, el partido de ETA, gracias a los sufragios de ese Partido Socialista de Euskadi que continúa mancillando el espíritu de quienes dieron la vida por defender la democracia en territorio comanche: Enrique Casas, Ernest Lluch, Joseba Pagaza, Juan Mari Jáuregui, Froilán Elespe, Juan Priede y otros cinco socialistas más. Asco moral al cubo.

Tampoco olvidamos ni olvidaremos que el presidente del Gobierno lo fue gracias a los “síes” en la moción de censura de ERC y JxC, los dos vértices del segundo golpe de Estado de la democracia. Haya o no investidura dentro de dos semanas, la haya en septiembre o diciembre, lo cierto es que Pedro Sánchez no pondrá reparos a que ambos grupos le den el plácet para mantener su colchón en Moncloa. Esto también es un asco.

Cruzo los dedos para que llegue el día en el que este mundo al revés en el que nos ha sumido Sánchez vuelva al lugar que nunca debió abandonar. A esa normalidad institucional, moral y legal que es siempre el camino más corto al bienestar común. Cruzo los dedos por España en general y por el Partido Socialista en particular. Un PSOE que de la mano de Felipe González fue tal vez el partido más transversal en 40 años de democracia, un PSOE al que nunca se le pasó por la cabeza llegar a un acuerdo con Batasuna o con los golpistas que un año antes de su llegada al poder habían intentado robarnos la libertad. Un presidente puede pactar con quien quiera, con Ciudadanos, con el PP al estilo alemán e incluso con Podemos, por mucho que nos disguste el partido totalitario de Pablo Iglesias. Lo que no es de recibo es vender el alma de todos los españoles a ETA o a los protagonistas de una rebelión. Esto es un asco.

El presidente del Gobierno se parece cada vez más a Fausto, criatura literaria que Goethe elevó al Olimpo de la literatura universal. El personaje que se echó en manos del demonio para conseguir los objetivos que hasta entonces Dios y el destino le habían negado y acabó como acaban todos los que se entregan al maligno: de manera violenta y en el infierno. La metáfora de la obra cumbre del gigante alemán es obvia pero impepinable: el que pacta con el mal termina peor que mal. Es lo que puede suceder a un PSOE al que las mieles del poder nublan el discernimiento e impiden adivinar las hieles que llegarán cuando se pase a la oposición y explosione víctima de estas contradicciones éticas. Fausto Sánchez va por mal camino: ni en política ni en la vida vale todo.