Opinión

Los empresarios catalanes del mítico Vía Véneto

Casi ocho mil compañías han abandonado Cataluña desde que Puigdemont dio el golpe de Estado contra el orden constitucional en octubre de 2017 como culminación del llamado procés. Para que esto fuera posible, para canalizar el miedo cerval que muchas de ellas sintieron en aquellos momentos trágicos de la historia de España, fue crucial la actitud del entonces ministro de Economía del Gobierno de Rajoy, Luis de Guindos.

En esos días aciagos, quizá el personaje más notable del empresariado catalán de los últimos años, Isidro Fainé, que presidía CaixaBank, llamó al señor de Guindos, con el que colaboró en el rescate del sector financiero, principalmente de Bankia -con el resultado de defenestrar a Rodrigo Rato- y le imploró: «Querido Luis, tienes que hacer algo y de manera urgente, tenemos que irnos de aquí con celeridad y con la mayor premura posible». Y el ministro se sacó de la manga un decreto exprés que permitía el cambio de domicilio fiscal de manera inmediata.

Seis años después de aquella época turbulenta, el capricho de este pueblo español domesticado y temeroso nos ha devuelto al punto de partida. Podríamos habernos librado de Sánchez el 23 de julio pasado para siempre, pero muchos sintieron vértigo a la hora de entregar el nuevo Gobierno a un PP que iba a necesitar a Vox, y además el señor Feijóo contribuyó a agravar las dudas denostando con frecuencia al partido de Abascal y tratando de ser más socialista que el PSOE, una estrategia que jamás puede ser exitosa, pues para ganar hay que proponer todos los días lo contrario de lo que nos ofrece el socialismo, que ha cavado muy hondo la tumba del país.

Las organizaciones empresariales que agrupan a las principales compañías que todavía residen en Cataluña, tras la diáspora mayoritaria a Madrid -y en menor medida a otros territorios como la Comunidad Valenciana o Aragón-, tampoco han aprendido nada desde entonces. Con una desenvoltura que invita a la perplejidad, apoyan las negociaciones entre Sánchez y el prófugo, dan por buena la amnistía, desean un pacto económico que mejore la financiación autonómica de la región más privilegiada del estado después del País Vasco, y así actúan porque sostienen que este nuevo entendimiento presidido por la cordialidad contribuirá a normalizar la situación, volverá a atraer inversiones y propiciará el regreso de las empresas fugadas.

Naturalmente, ni ellos se creen el dislate, éste es el grado de delirio en el que navegan, y se explica porque estos señores esencialmente mediocres y cobardes, por no utilizar palabras más groseras, piensan que un acuerdo, que un pacto entre Sánchez y Puigdemont les asegurará el orden en las calles y la tranquilidad en sus haciendas. Piensan, y en esto no yerran, que un eventual Gobierno de Feijóo devolvería la furia al elegante paseo de Gracia, e impulsaría a todos los macarras que han alimentado a sus pechos, y que tienen una querencia genética por incendiar el carrer, enturbiando la tranquilidad de que disfruta la burguesía catalana de siempre, con su mesa preparada en el mítico restorán Vía Véneto.

Es decir, prefieren la vileza y falta de principios de un personaje como Sánchez, al que en el fondo desprecian, que la moderación y el sentido común de un Feijóo, cuya pasión por el riesgo es equivalente a cero, pero que sería sin ningún género de duda mucho mejor gobernante, si pensamos que éste debe trabajar en pos del bien común.

Para la desgracia de estos líderes empresariales que jamás dan un paso al frente para canalizar los mejores propósitos de la sociedad civil, ninguna de las firmas catalanas que abandonaron la patria chica tiene intención de volver. Todas contemplan lo que está sucediendo como una pesadilla de la que se han librado, pero que les asalta en las noches de desvelo, cuando flirtean con lo que podría ser aquel país en manos de gente honrada con principios y una cierta rectitud moral. Ni CaixaBank, ni Sabadell, ni Naturgy o Abertis y otras, por citar las más relevantes, tienen encima de la mesa el expediente de regreso. No sólo eso. Todas están persuadidas de que depender de Puigdemont será una vuelta a los tiempos más deletéreos a punto de resucitar. Para mal.

Tengo un gran amigo empresario catalán, al que no cito para no comprometerlo, que después de tantos años ha llegado a la conclusión de que el problema entre España y Cataluña no tiene arreglo. Ya lo dictaminó en su día el presidente de la República Manuel Azaña, que echaba pestes de los políticos de aquellas tierras, y lo sentenció el filósofo Ortega y Gasset cuando dijo que este conflicto será eterno, algo «que desgraciadamente habrá que conllevar» por los siglos de los siglos. Pero por si parecía ya entonces que la situación se enquistaría a perpetuidad, el conflicto se ha agravado.

La educación y el odio

Fruto de una educación sectaria y pertinaz, de un clientelismo nocivo, de una corrupción rampante, y de una voluntad destructiva de todos los lazos que en algunos momentos nos unieron, hoy gran parte de la clase política catalana y, lo que es peor, de los ciudadanos del país odia literalmente a España y a los españoles; no nos soporta y está dispuesta a cualquier infamia para destruirnos. Digamos, sin exagerar, que su posición es la misma que la de los terroristas de Hamás con Israel.

Todo esto es de conocimiento público y notorio, las organizaciones empresariales catalanas lo saben, y algunas -las que agrupan a las pymes- incluso lo alientan. Por eso cabe concluir que quizá algún incauto español, o muchos, por ejemplo, los socialistas sanchistas y otras especies igual de venenosas piensen que una concesión más contribuya a calmar las aguas, sedimente la reconciliación. Esto podría entenderse, pero que ésta sea la postura de cualquier empresario catalán, que conoce el conflicto y está al tanto de lo que sucede en el día a día, no puede ser otra cosa que mala fe. El catalanismo moderado y conciliador que algún día pensamos que existía en aquella tierra atávicamente desleal ha desaparecido por completo.

Y no volverá. Ha sido destruido en la escuela y en la Universidad, devastadas por un empuje político que nunca ha sabido frenar el Gobierno de la nación. También ha desaparecido de las familias catalanas, que hoy trotan sin orden ni concierto. Cuanto antes nos demos cuenta de este fenómeno, quizá desgraciadamente irreversible, mejor. Por fortuna, las empresas catalanas que huyeron y que no volverán lo tienen claro. Y al resto de los españoles, a los que nos lo podemos pagar de vez en cuando, siempre nos quedará el comedor de Vía Véneto, donde se almuerza exquisitamente y se puede contemplar un espectáculo único en el mundo: un gran puñado de hipócritas celebrando su decadencia inexorable.