Opinión

El liderazgo de las confluencias VS Podemos

La lupa de los medios de comunicación llevaba meses centrada sobre las miraditas platónicas y nada fortuitas entre los diputados ‘galácticos’ de Podemos y el portavoz y líder de Izquierda Unida, Alberto Garzón. El foco mediático estaba excesivamente distraído analizando el lenguaje corporal de sus señorías, con la esperanza de poder resolver el galimatías electoral desplegado por el sentimentalismo gazmoño y populista de izquierdas y que, de resolverse de cara al 26J sumando a los comunistas, invitaría a toda España a las exequias políticas del PSOE y Pedro Sánchez.

No obstante, parece que tras la polvareda levantada el martes por la pirotecnia de Oltra y su oferta de pacto in extremis a Sánchez, la realidad política ha chasqueado los dedos sobre el tótum revolútum de las convergencias autonómicas, que ya habían sacado bola por Podemos en las horas bajas de la vitalidad política de Pablo Iglesias y de un Podemos desvalido e irrelevante en las autonomías hacendadas por los nacionalistas: Compromís en Valencia, En Comú Podem en Cataluña y En Marea en Galicia. Todas ellas, desde los comicios celebrados en mayo, han manejado los tiempos, las estrategias y su propio liderazgo con la primorosa diligencia de un oficinista, aunque en esta ocasión no han peleado por el honor político de su socio o por un auténtico pacto de Gobierno de izquierdas, sino por su propia victoria en el relato y la reivindicación de su propia autoridad política.

Las propias confluencias ya tomaron consciencia de su supremacía sobre el ejecutivo de Iglesias al lograr 29 diputados para Podemos en las elecciones de diciembre y, ahora, exigen la incorporación de Garzón en el melifluo pacto de “las fuerzas del cambio”. Saben que se quedaron a menos de medio millón de votos de superar al PSOE y que, con el millón de papeletas atesorado por Izquierda Unida, su vuelo raso se habría convertido en vuelo en picado para cazar a los gamusinos políticos de Ferraz. Así lo reconocía en abril de este año Ada Colau, siempre tan escurridiza en las manos de Iglesias: “Si van todos a una, lo lógico es que sumen al máximo”. Su influencia sobre las decisiones de Iglesias es innegable, ya que, a su modo, puede presumir de haber superado las expectativas de sorpasso de Podemos a los socialistas con su consumado tortasso al emérito CiU de Trías la pasada primavera.

A su vez, su querencia al garzonismo siempre ha sido reivindicada en los mismos términos por la propia Mónica Oltra, quien, con tan sólo 4 diputados se ha atrevido a marcar la agenda de la segunda fuerza del país. Así de moribundo está Sánchez. Además, Oltra tiene a Iglesias cogido por las gónadas del podemismo tras situarse como segunda fuerza en Valencia a la zaga del Partido Popular. Así que, cada vez que Iglesias se entregue al desaliento en la negociación con Garzón, Oltra se atusará el pelo y esgrimirá su extremaunción al PSOE valenciano como ejemplo de fagocitación del establishment. Su ‘Gobierno a la valenciana’. El que el martes pasado volvió a llamar al párroco para ofrendar esa misma homilía en Ferraz. Mejor a Sánchez que a nosotros. Éste era el mismo peligro populista que Iglesias. Un político menor de edad necesitado de la tutela de Ciudadanos y del aliento del chavismo. Un político peligroso capaz de aceptar todas las quimeras populistas letales para nuestra sociedad. Todas menos tres: las que el martes comprometían a su propia supervivencia.