Opinión

Draghi frente a Sánchez o la eficiencia frente al caos

Mario Draghi fue elegido primer ministro italiano recientemente, con un amplio apoyo del parlamento y una elevada aceptación popular. Es verdad que siempre puede haber un riesgo en nombrar personalidades tecnócratas fuera del circuito directo de las elecciones, pero también es cierto que su elección es legal conforme a la legislación imperante y que puede resolver muchos problemas enquistados en Italia. Es más, en España, también lo sería si el elegido no fuese diputado, pues la Constitución no lo exige (de hecho, Sánchez presentó una moción de censura sin tener, en esos momentos, escaño en el Congreso, aunque el elegido, en este caso, no viniese a solucionar problemas, sino a crearlos o a agigantarlos).

La elección del anterior presidente del Banco Central Europeo (BCE) se debió al fracaso de su antecesor, Conte, cuyos resultados dejaban mucho que desear de manera estructural, aunque también en la crisis coyuntural derivada del coronavirus, tanto en su vertiente sanitaria como económica. Por eso, el presidente italiano decidió encargar la formación de Gobierno a una persona que demostró sangre fría en los momentos más delicados para la eurozona -entre 2010 y 2014- y que no se cansó de repetir que las medidas que aplicaba de política monetaria extraordinariamente laxa sólo tendrían validez si se acompañaban de reformas estructurales por parte de los distintos gobiernos, cosa que no sucedió, pero él hizo su parte y advirtió de los problemas que surgirían si los políticos no cumplían con su cometido.

Ahora, como primer ministro italiano y jefe de un Gobierno de unidad nacional, dio el otro día su primera rueda de prensa, en la que afirmó que no prometería nada que no se pudiese cumplir, porque no quería generar falsas expectativas; que lo principal es controlar y superar la situación no sólo sanitaria, sino muy especialmente la económica, con ayudas directas y cuantiosas a quienes las autoridades han obligado a cerrar, sin dejar de recordar que ahora el endeudamiento no debe ser la preocupación, pero que sí que hay que volver a la estabilidad en el futuro, tras superar la pandemia, con lo que está en línea con la Comisión Europea; y que seguirá los pasos de la UE si su itinerario respecto al aprovisionamiento y gestión de compras de las vacunas es eficiente, pero que, si no, tomará decisiones unilaterales, pues prima una rápida vacunación sobre todo lo demás.

Es decir, Draghi, al igual que hizo durante su mandato como presidente del BCE, fue claro, escueto, pero conciso, en sus respuestas, y no abrió nunca la puerta ni a la propaganda ni al populismo. Podrá equivocarse o no, y podrá tener éxito o no, pero su forma de actuar está basada en la racionalidad, la seriedad y la eficiencia.

En el otro extremo tenemos al presidente del Gobierno español, a Pedro Sánchez, que, a diferencia de Draghi, prefiere dar muchas ruedas de prensa para no decir nada, que una, como Draghi, para dejar claro qué va a hacer. Sánchez, huye de la eficiencia, porque el populismo en el que vive envuelto la ha sustituido por completo. Da igual si vienen o no muchas vacunas; lo importante para Sánchez es que lleguen convenientemente etiquetadas con los rótulos del Gobierno de España. Da igual si el ritmo de vacunación es rápido o lento, porque él no se cuestiona la eficiencia de la UE, sino que incluso se abona a una vacunación más lenta, cuando una vez que la Agencia Europea del Medicamento confirmó que no hay problemas con la vacuna AstraZeneca, no reanudó inmediatamente la vacunación con dicha vacuna, sino que lo ha retrasado hasta este miércoles.

A Sánchez le importa muy poco si las ayudas llegan a quienes han tenido que cerrar por imposición gubernamental vía restricciones, siempre que las que lleguen salgan en los medios de comunicación o que, incluso, aunque no haya ayudas directas se vendan como que sí lo son.

España no puede seguir así, parada, maniatada en la eficiencia por la cuerda de la propaganda a la que nos tiene sometidos el laboratorio de mercadotecnia que Sánchez tiene instalado en La Moncloa y que lo único que hace es agravar la situación, aunque traten de ocultarlo con los miles de fuegos artificiales que salen de un recipiente vacío de contenido, de ideas y de propuestas serias. Es la diferencia que hay entre Draghi y Sánchez, o, lo que es lo mismo, entre la eficiencia y el caos, respectivamente. España necesita un Draghi.