Cuando el más tonto es un héroe en Cataluña: Guardiola y todos los demás

Cataluña Guardiola
  • Teresa Giménez Barbat
  • Escritora y política. Miembro fundador de Ciutadans de Catalunya, asociación cívica que dio origen al partido político Ciudadanos. Ex eurodiputada por UPyD. Escribo sobre política nacional e internacional.

Es que es muy fácil. Estás en una tierra en la que te dicen que por ser de aquí (sobre todo si tienes apellidos catalanes) eres más moderno, más europeo, más listo, más trabajador y más honrado que «los españoles». No tienes que ser nada de esto, claro. De hecho, no lo eres. Pero sólo tienes que decirlo; tienes que creerlo y ya está.

El proceso de construcción de este mito, o de su generalización en una parte de la sociedad, ha llevado años. Pero si salieron en algún momento dos millones de personas a la calle es porque se consiguió. Media Cataluña se vino arriba (estratosféricamente) sin que hubiera el menor motivo objetivo para ello. Ya se tenían comprados los medios de comunicación, pero las redes sociales fueron un empujón trascendental. Realmente hubo gente que se lo creyó. Dos millones de moscas en el vecindario no pueden estar equivocadas.

El problema es que ahora nos lo tenemos que comer todos. Incluso los que advertimos de lo que se avecinaba: putos españolistas vendidos a un país aún franquista y subdesarrollado. Para que luego creamos que los delirios de masas son cosa de la Edad Media, con el Mal de San Vito y todo esto.

Estos días, ese frívolo zampabollos hijo paradigmático de la cultura narcisista y mimada del nacionalismo, Joan Laporta, incapaz de dar explicaciones sobre ese caso de corrupción o de simple estafa que ha sido el asunto Negreira, sacaba por billonésima vez la carta sudada y carcomida del anticatalanismo y del franquismo como el escapulario mágico que siempre les ha salvado el culo. Felicidades a los que aún pueden sentir los colores del Barça y no morir de escrofulosis. Siempre fue «más que un club», aunque mucha gente se empeñara en no entenderlo del todo.

Lo mismo este juego sucio y fascista que representó el Tsunami Democràtic, que fue responsable de salvajadas como los boicots al Ave, la invasión del aeropuerto, los cortes de carreteras o el escrache violento en la comisaría de Policía de la Vía Layetana, auténtico símbolo para los catalanes horrorizados con el procés. Gracias a la Guardia Civil y la Audiencia Nacional sabemos que quienes estaban detrás eran gente de ERC y del entorno de Puigdemont, y la instrucción sigue adelante. Sin embargo, a esa ola totalitaria de heroicidad subvencionada y protegida, se apuntaron otras instituciones de Cataluña, como ese «más que un club» que ahora no sabe como justificar sus pagos a los árbitros. Todos recordamos la calva cabeza de Josep Guardiola comunicando en inglés al mundo entero (eso creía él por lo menos) la insostenible opresión que ejercía España sobre una Cataluña indefensa y superdanesa. Una España que, a diferencia de cualquier país del entorno, no parecía dispuesta a permitir, después de tantos avisos, que los independentistas convirtieran en extranjeros a la mitad de sus estupefactos conciudadanos. Y que la lucha no se detendría, decía ese Espartaco de barretina, «hasta que termine la opresión y se respete el derecho de determinación».

Aunque, como dice mi amigo Iñaki Ellakuría, si la Audiencia Nacional concluye que el Tsunami de la puñeta era una organización terrorista, Guardiola, uno de sus propagandistas más destacados, debería asumir sus responsabilidades como el chico mayor que es.

Nos han dejado Cataluña (y ya no digo Barcelona) como un erial. Ahora tratan de distanciarse y volver a la «centralidad». Como el fichaje de Trías para su lista, Joana Ortega, que dice que «la independencia no es factible ni posible en estos momentos». «Estos momentos», oigan. No les voten para nada.

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