Constitucionalistas del PSOE: la amnistía es inmoral
Pocas ganas, especula el cronista, pueden haberle quedado al desconstitucionalista Sánchez de volver a llamar a algunos expertos que en su mayoría han dictaminado lo siguiente: la amnistía, desde un punto de vista jurídico, puede ser, es muy difícil, constitucional, pero es políticamente inmoral. Sugieren que se puede amoldar a las normas forzando los términos al derecho de gracia que sí aparece en nuestro gran texto. Hasta ahí llegan los técnicos consultados, alguno -algunos más bien- de los cuales inmediatamente y tras esta afirmación aseguran sin ambages: «La presunta amnistía no puede justificar a quiénes han cometido el delito» y, añaden también y muy textualmente: «El argumento de desjudicializar la política es un disparate, es como volcar sobre la Justicia con mayúsculas la responsabilidad y la culpa de todo lo sucedido».
A Sánchez, con toda seguridad, le han llegado estas descalificaciones, pero no hay noticias de que las haya hecho el menor caso. Todos los historiadores de pitiminí que han surgido de la nada en estos días para edulcorar la barbarie sanchista están impartiendo una doctrina más falsa que la jeta de Iscariote: apelan a la Ley de Amnistía de 1887 para vender que esta figura está ya incluida en su precepto tercero. «Falso -afirma un catedrático de la materia, nada ajeno al mundo socialista- esa Ley excluye de forma terminante los delitos políticos». Ni los profetas, ahora de la amnistía sobre la que están chantajeando a Sánchez los secesionistas, albergan la menor duda sobre la certeza de que Puigdemont cometió un clamoroso delito declarando unilateralmente la independencia. ¿O es que -preguntamos todos- el tipo se hubiera fugado como un quinqui escondido en el maletero de un coche si no hubiera estado convencido de que había perpetrado la que se tildaba entonces de rebelión en toda regla?
Mariano Rajoy cuenta -quizá también lo haya escrito en alguno de sus recientes libros- que en una ocasión tuvo la deferencia y la mala idea (textual suyo) de invitar a Puigdemont a almorzar con él en La Moncloa. Rajoy, entre la bonhomía y el sarcasmo, suele decir que de entrada le pareció un «buen chico», así que, como equivocadamente pensó que se había establecido entre ambos un clima de una confianza, le preguntó: «Pero ¿tú crees, Carles, que yo te puedo conceder un referéndum de independencia?». Sin balbucear el tal Carles replicó al anfitrión presidente del Ejecutivo: «Pues claro que no». Es decir, el interfecto sabía ya entonces con toda claridad que la coacción a la que estaba sometiendo al Gobierno de la Nación Española era imposible, inaceptable porque era rematadamente ilegal. Ahora, uno de los voceros mediáticos del independentismo, enamorados, no se sabe a qué precio, del separatismo de Puigdemont, ha dejado escrito que la amnistía «no es cuestión de legalidad, sino de realpolitik», recogido el término del alemán que así debe creer el sujeto que le queda más culto y más universal.
Hace unas fechas, uno de los profesores mencionados anteriormente se planteaba a sí mismo esta especie diletante: «La cuestión ni siquiera es si la amnistía es constitucional, que ya sabemos la respuesta, la cuestión es si es conveniente, si ella va a traer consigo la resolución del llamado ‘conflicto catalán’». «Pues bien -sentenciaba- de ninguna manera, ellos lo volverían a hacer, pero es que, además, al país no le interesa porque muy mayoritariamente está en contra de ella». Alguno de los citados expertos se lamentan de que nuestra vigente Constitución, desde luego en peligro dada la letalidad de la gobernación sanchista, no recogiera en su momento el «Delito contra la Constitución», como si entraba en la redacción del texto de Garantías aprobado durante la II República.
Es más: ese delito, perfectamente descrito, era homologable al que ya ha abolido el patricida Sánchez, la sedición. Quizá si nuestros constitucionalistas del 78 hubieran copiado tal disposición republicana, el proceso de ensalzamiento de la amnistía que sigue Sánchez y sus cuates, hubiera sido abortado de cuajo. Todos los españoles estamos constatando en este brutal trance provocado por el sanchismo, que los padres que redactaron nuestra Norma Suprema se fijaron más en la Ley Fundamental de Bonn, Constitución de la República Federal Alemania tras la derrota de Hitler, que en estos antecedentes propios que ahora nos vendrán de perillas. ¿Por qué obviaron la improcedencia de la Amnistía en el 78? Dos diputados de la época, uno de UCD y otro del PSOE, han coincidido: «Es claro; no se hizo porque la nueva democracia que estrenábamos ya había concedido y aprobado primero unos indultos muy amplios y después una mayor amnistía». Nada más cierto: entonces, por la inmensa generosidad del nuevo Estado, se amnistiaron, o sea, se perdonaron, borraron y olvidaron, los delitos del terrorismo etarra porque el objetivo y el deseo era que esta magnanimidad sirviera para que los facinerosos y, también otros malhechores de su calaña, se integraran en la democracia sin cuentas pendientes. Ya se ve que aquella condescendencia no sirvió para el fin que se pretendió.
El cronista llegado este momento se siente lúcidamente fracasado. La razón estriba en que a Sánchez (a él y a sus amanuenses) les importan una higa los argumentos de inmoralidad suscritos por los constitucionalistas que incluso le han dejado su opinión por escrito. Personalmente, he preguntado a uno de ellos: «¿Qué ha respondido La Moncloa a sus argumentos?». Respuesta: «Nada, de nada, silencio administrativo». Un desdén propio del individuo que nos gobierna a pesar de haber perdido las elecciones. Es un desprecio sólo comparable al que presumen sus socios delincuentes de Junts y compañía que, encima, y para miccionarse en todos los españoles, avisan de que «lo volveremos a repetir», un aviso despiadado que a Sánchez no le da para suspender el entendimiento con los forajidos. No es de extrañar que algunos militantes históricos, no muchos porque, la verdad, este socialismo es cobarde, confiesen la decepción con su jefe de ahora mismo y adviertan con crudeza: «Si ahora Sánchez mete la pata, igual termina matando al PSOE». ¡Ojo!: le da igual, a lo mejor con los restos funda directamente el Partido Sanchista de la III República, con él, naturalmente, de presidente.