Cena en El Pardo
El Rey Juan Carlos I y su naturaleza de rey nato retornarán en las próximas horas. Uno de los mejores reyes de toda la historia de España regresa de su expatriación para cenar con su familia en el palacio de El Pardo, una cena íntima que se ha organizado con motivo de la jura de la Constitución en el Congreso de su nieta Leonor. Pertenezco a esa casta que se resiste a recordar sus extravagancias donjuanescas o su amor desmesurado por el dinero por encima de su formidable logro histórico. Más mujeriego que amador -en esa creencia tan extendida que eleva esta conducta al imperativo psicológico de que es éste un lujo muy español-, ha sido un hombre imperfecto (que dé un pasito adelante el que no lo sea); pero no se puede pasar por alto su triste e injusta ausencia en el solemne acto institucional de este martes por la mañana.
El carácter consensuado de la Constitución de 1978, esa que jura respetar ahora su nieta, le debe mucho. Expansivo y cordial, atractivo, amable y agradable, tuvo un papel crucial que contribuyó de manera decisiva al asentamiento de la democracia, en contraste con lo que había pasado con sus antepasados desde 1808. Es cierto que tuvo un contexto internacional favorable, pero él garantizó el pleno ejercicio de las funciones de la Corona en el sistema parlamentario español: simbolizó la unidad y permanencia del Estado, arbitró y moderó el funcionamiento regular de las instituciones, asumió la más alta representación del Estado en las relaciones internacionales y ejerció las competencias que le atribuyen la Constitución y las leyes. Y todo ello lo hizo de forma intachable, como lo está haciendo ahora su hijo.
El Rey Juan Carlos I y su mujer, la Reina Sofía, no estarán tampoco en los actos previstos en el Palacio Real (la imposición del collar de Carlos III y el posterior almuerzo oficial). La única participación del abuelo está limitada a una cena íntima y familiar en ese otro palacio, el de El Pardo, tras la que volverá a su residencia en Abu Dabi. Me consta que el Rey está bien allí, refugiado del exceso de acontecimientos desgraciados; pero no deja de ser paradójico que sus íntimos sufrimientos finales los esté viviendo expatriado, en una interna soledad. Un espíritu fatigado que ha cambiado de sujetos, de atmósfera, de lenguajes para restablecer el equilibrio perdido. Es un placer ver regresar su imagen castiza en estos momentos en que está en juego, una vez más, la destrucción de España. «¿Qué le parece, S. M.? ¡Vaya catástrofe la que viene!». La risueña calma que da la edad, una broma oportuna podría llevarle a decir: «Estoy de paso, querida».
La princesa de Asturias, tan regia ya como su padre y su abuelo, jura respetar la norma suprema que sirve de canon a todo el ordenamiento jurídico y permite articular un auténtico Estado democrático y social de Derecho, que reconoce y garantiza los derechos y libertades de todos los españoles. En la penumbra, tristemente borrosas, están las sombras de sus abuelos, que fueron los gestores de este hito para la convivencia. ¿Tanta importancia tienen la insoportable rubia alemanita, o el viejo elefante o los dichosos dineritos extra? El Rey Juan Carlos ha demostrado excelentes cualidades de serenidad y decisión, reflejos rápidos y buen cálculo de distancias. Viene a la cena privada. Su reino agonizante no acepta su presencia en los actos importantes, y su hijo no se ha impuesto. No soy supersticiosa, aunque como buena española me avengo fácilmente con ese fatalismo que dicen que nos inocularon los moros.
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