La carne y el marxismo cultural
Continúa el debate público muy agitado con el patinazo del ministro Garzón quien, queriendo defender su posición elitista sobre la producción y consumo de carne, puso bajo sospecha a todo el sector ganadero español. El debate, con todo, plantea una cuestión de fondo mucho más grave: de un tiempo a esta parte (tal vez desde hace unos cincuenta años o más) la izquierda moderada, el centro exquisito, la derechita pompier y los despistados en general decidieron cederle la hegemonía cultural al comunismo. Lo ocurrido con la carne no es más que un episodio de todo este proceso.
Y es que con la carne pasa como con los coches, las casas, la luz o tantas otras cosas: a los comunistas se les ha metido en la cabeza que el mundo debería ser verde como el mejor camino para que sea rojo. Y ello implica que hay que reducir las construcciones aunque la gente esté sin casa, eliminar las nucleares aunque la gente se quede sin luz, suprimir los coches de combustible aunque sólo los ricos puedan usar un eléctrico, y reducir la producción de carne a lo que cabe en el cuento de Heidi aunque la “mayoría social” a la que constantemente invocan se tenga que alimentar de legumbres y cereales. Como siempre ocurre (lean a Mises) el comunismo produce un resultado contrario al que decía perseguir: sus políticas no benefician a los pobres, y por eso cuando logran el poder, reducen las posibilidades de elección. Porque saben que si la gente puede elegir, no elige el socialismo.
Pero el problema no es que exista gente así, que siempre habrá señoritos utópicos capaces de decidir lo que conviene al pobre desde un departamento universitario. El problema es que los políticos realistas, en lugar de poner pie en pared en beneficio del bien común, se dedican a reírles la gracia formando coaliciones con ellos o integrando las majaderías intelectuales del marxismo cultural en Agendas 2030 y otras florituras. Y así, vemos cómo el mismo PP que ahora se presenta con vacas en lugar de con jóvenes en los mítines, se ha opuesto a las macrogranjas en muchos municipios. Y vemos cómo el PSOE no se atreve a sostener en público lo pactado antes con los comunistas, mostrando además una enorme incoherencia con “el chuletón” respecto de otras materias: siendo que las macrogranjas son las nucleares del alimento, el PSOE todavía no ha explicado por qué nos quiere con carne pero sin luz.
Un amigo tradicionalista dice que un liberal conservador es un incauto que cree que puede lanzar una pelota cuesta abajo y en un momento dado se para sola, pero no se da cuenta de que si admites la revolución al final se producen sus consecuencias. Con el socialdemócrata pasa un poco lo mismo: cree que se puede combinar el marxismo cultural con la realidad sin asumir las consecuencias. Y en ese dilema anda el PSOE: padeciendo las consecuencias de su torpe coalición.
Garzón es perfectamente coherente, y lo que dice de que simplemente defiende el programa de coalición y la Agenda 2030 es la pura verdad. El desmarque del PSOE es la confirmación de que cederle la cultura al marxismo ha sido un error. Lamentarse ahora de que los comunistas quieran dejar a los pobres sin carne, cuando se lleva años dándoles bola, es poner tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias.
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