De burkinis y de libertades individuales
Los libertarios de manual lo tenéis claro, un liberal no puede estar a favor de que se prohíba nada. Tenéis que defender el aborto, la prostitución, el suicidio, y hasta la posibilidad de que una persona libre se venda a sí misma como esclava, siempre que lo haga voluntariamente. Pero también existimos otros liberales que todas esas cuestiones las sometemos a diferentes filtros de sentido común y que antes de pronunciarnos examinamos en profundidad el alcance de cualquiera de esas pretendidas libertades, porque ya sabemos que donde comienzan a aparecer distintas libertades, empieza a desaparecer la libertad.
Muchos vais a estar de acuerdo conmigo en que la mejor definición que de libertad podemos hacer es la que expuso Friedrich A. Hayek en Los fundamentos de la libertad cuando definió el ‘estado de libertad’ como «aquella condición de los hombres en cuya virtud la coacción que algunos ejercen sobre los demás queda reducida, en el ámbito social, al mínimo.» El estado en virtud del cual un hombre -o más bien mujer, en el caso del que me voy a ocupar- no se halla sujeto a coacción derivada de la voluntad arbitraria de otro o de otros lo define Hayek como libertad «individual» o «personal». Y este es el concepto fundamental que nos ocupa puesto que no existirá libertad bajo coacción violenta y hasta que no desaparezca esta coacción ninguna elección podrá calificarse como libre.
En estos momentos sufrimos en occidente el creciente uso de prendas de vestir femeninas no tradicionales en el mundo islámico, sino que, por el contrario, representan sólo un símbolo político del que se sirven los fundamentalistas islámicos de extrema derecha para aumentar su visibilidad e imponer sus opiniones a expensas de las mujeres. Muchos expertos señalan que estas prendas no proceden ni siquiera de un mandamiento islámico. Algunos países de nuestro entorno han decretado la prohibición del uso del velo en las escuelas públicas, la prohibición general del burka y del nikab y algunas ciudades comienzan a prohibir el burkini. Y existen ya sentencias de tribunales que niegan el derecho a usar estas prendas en determinadas circunstancias. Pero se prohiben argumentando, en ocasiones la laicidad del Estado, otras veces la seguridad e incluso a veces la higiene; no como principio moral en defensa de la verdadera libertad de las mujeres, tal y como yo propongo que se haga.
Los detractores de estas normas restrictivas pretenden defender una supuesta elección libre por parte de una minoría de musulmanas a vestir como ellas desean, pero callan ante la inmensa mayoría que es masacrada por negarse a usar estas prendas por todo el mundo. Luchan contra el imperialismo capitalista poniéndose al lado del islamofascismo más radical. La mujer musulmana es coaccionada violentamente por sus familiares, vecinos e imanes, haciéndoles creer desde niñas que su cuerpo es el pecado y que ellas son responsables de la violenta excitación sexual machista. Protestan para defender el derecho de una ridícula minoría de mujeres musulmanas a las que se les impide usar libremente la ropa que supuestamente desean, pero no dicen una palabra sobre la inmensa mayoría de ellas que son forzadas violentamente a usar unas prendas que las humillan, representando la opresión que estas sociedades de extrema derecha fundamentalista, machistas y heteropatriarcales a nivel medieval, ejercen sobre ellas. En defensa de la libertad y en la lucha contra el machismo en occidente no podemos dar ni un sólo paso atrás. Hasta que del mundo islámico desaparezca toda violencia coactiva contra las mujeres deberemos prohibir los símbolos de su sumisión.
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