Bruselas, la ‘Charo’ suprema
Asistimos atónitos al funeral del costumbrismo español. La decisión de perseguir la palabra «Charo» no es una medida contra el odio; es un atentado contra la sociología nacional. Porque, seamos serios, «Charo» es un concepto hermoso y una categoría taxonómica indispensable. ¿Cómo vamos a referirnos ahora a esa realidad biológica de pelo teñido de rojo violín intenso, enfundada en un abrigo de Desigual, que te perdona la vida desde su ventanilla funcionarial? Esa figura mitológica que mezcla el feminismo de primero de primaria con la gestión emocional de un inquisidor del siglo XV. Además, borrar la palabra no hace que esa señora deje de existir, ni que su café de media mañana sea menos sagrado; simplemente nos obliga a ser más creativos para esquivar su dogmatismo.
Lo mismo ocurre con el término feminazi. Nos lo han vetado bajo la excusa de que hiere sensibilidades, cuando lo único que hacía era describir con precisión quirúrgica a quien lleva el feminismo a un totalitarismo de trinchera: odio al varón, exclusión histérica y ramplonería intelectual. Pero claro, vivimos en la era de la asimetría woke: Irene Montero puede llamar «fascista» a medio hemiciclo —banalizando el crimen más atroz del siglo XX— y es «debate parlamentario». Pero si tú usas el sarcasmo para defenderte de su sectarismo, eres un peligro público.
¿Y de dónde sale esta fiebre prohibicionista? Aquí viene lo fascinante. Es una coproducción. La maquinaria la pone Bruselas con sus leyes mordaza digitales, pero el guión se escribe aquí. El Instituto de las Mujeres ha publicado un sesudo informe literalmente titulado: «Una aproximación al uso del término Charo en la cultura del odio».
¡Es sublime! Han puesto a funcionarias a redactar un PDF pagado con nuestros impuestos para analizar por qué llamarlas por su nombre es «violencia simbólica de la manosfera». Es el Meta-Charismo: Charos institucionales prohibiendo la palabra Charo para protegerse a sí mismas. Una pescadilla que se muerde la cola teñida de caoba.
Y ojo, la jefa suprema de todo esto es Ursula von der Leyen. Mírenla: peinado inamovible, sonrisa de azafata de catástrofes… Ella es la matriarca de la charocracia y encarna el «complejo de la derecha europea»: ese pánico atroz a parecer antigua. Una derecha «sin gluten» y con leche de soja que sufre el síndrome del invitado pobre en una fiesta vegana, pidiendo perdón por existir y comprando el discurso woke entero para que le den el carnet de «buena demócrata».
El problema de Bruselas es el aburrimiento existencial. Una vez que han regulado la curvatura del pepino y la potencia de nuestros aspiradores, esos burócratas grises se han quedado sin juguetes. Y como necesitan justificar la nómina, han decidido que ahora van a regular nuestras almas. Quieren que nuestro timeline esté tan limpio, aséptico y muerto como la moqueta de sus despachos.
Lo que ignoran es que, como intuía Freud —a quien hoy cancelarían por «señoro, cuñao y pollavieja»—, el primer humano que lanzó un insulto en lugar de una piedra fue el fundador de la civilización. El insulto no es barbarie; es su antídoto. Es una sofisticación evolutiva que nos permite canalizar la agresividad a través del ingenio y no de los puños. Al prohibirnos la ironía y la palabra afilada bajo la excusa del odio, no nos están haciendo más educados; nos están «des-evolucionando». Nos empujan a volver a ese estado tribal donde, al habernos confiscado los adjetivos, solo nos quedarán las piedras.
Y mientras usted se preocupa por llegar a fin de mes, hay una funcionaria monitorizando si llamar Charo a una señora de izquierdas es violencia. Lo llaman «informe de alto valor pedagógico». Yo lo llamo delirio dictatorial.
Y aquí es donde la broma se convierte en tragedia. Porque al mismo tiempo que estas señoras juegan a ser la policía del pensamiento, la realidad ahí fuera se ha vuelto un lugar mucho más oscuro para las mujeres. Y de eso, curiosamente, no hay informes.
Hablemos de lo que el «feminismo progre» calla: A finales de octubre, una joven sufrió una violación grupal en Pamplona. ¿Hubo manifestaciones masivas convocadas por el Ministerio? ¿Hubo un PDF de urgencia? No. Quizás porque los cuatro detenidos —de origen magrebí y tres de ellos con orden de expulsión— no encajaban en su narrativa.
Los datos son tozudos y muy poco políticamente correctos. En Cataluña los delitos sexuales se han disparado y hay una cifra que enmudece a las feministas de salón: según datos de Interior, en torno al 43% de los autores de agresiones sexuales grupales son extranjeros. ¿Ha dicho algo el Instituto de las Mujeres sobre el choque cultural o la importación de machismo real? Ni una palabra. Prefieren perseguir memes en internet.
La hipocresía es tan densa que se puede cortar con una radial. Tenemos un Gobierno que presume de feminista pero que, tras regalar rebajas de pena a más de 1.200 violadores con el Solo sí es sí, decidió cambiar las pulseras telemáticas antimaltrato. Desecharon las que usaban tecnología israelí —que funcionaban perfectamente— para contratar otras que la propia Fiscalía denunció por fallos técnicos y desprotección de las víctimas. Todo porque la tecnología hebrea les estropeaba el feng shui ideológico propalestino.
Esto no es feminismo. Es una estafa piramidal moral pagada, cómo no, por usted.
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