Opinión
AZUL Y ROSA | MI SEMANA EN OKDIARIO

Avenida Reina Victoria 64-66 (dedicado a Felipe VI)

Cada vez que paso frente al número 64-66 de la Avenida Reina Victoria de Madrid, a 800 metros de donde vivo, siempre me quedo mirando la pequeña y vulgar placa de mármol de 60 por 30 colocada en la entrada a la izquierda a nivel de la calle, con el siguiente texto de 22 palabras, sin dar crédito a lo que leo: «En este edificio, siendo la antigua Clínica de Nuestra Señora de Loreto, nació el 30 de enero de 1968 S. M. Felipe VI». Una verdad incompleta. Faltan dos nombres más. Porque en este centro sanitario privado también nacieron el 20 de diciembre de 1963 la infanta Elena y el 13 de junio de 1965 la infanta Cristina. Pero como si no.

Era mi época de gran reportero de Europa Press, y, como tal, cubrí los tres nacimientos gracias a la colaboración del doctor Mendizábal, el ilustre ginecólogo fallecido en 1996, que ayudó a traer el mundo a los tres hijos de los hoy reyes eméritos Sofía y Juan Carlos y con quien inicié una gran amistad en su hogar del Paseo de la Castellana de Madrid.

El 30 de enero de 1968, doña Sofía entraba por su propio pie en esta clínica, como lo había hecho en las dos anteriores ocasiones: los nacimientos de Elena y Cristina. Y lo hacía con un agudo sentimiento de inquietud, preguntándose si sería niño u otra vez niña. En aquella época no había posibilidad de un diagnóstico prenatal del sexo fetal mediante ecografía, por lo que se ignoraba que en el útero de la principesca parturienta, latente, replegado, compacto, dormido, avanzando y esperando nacer, había un niño. Pero doña Sofía sólo lo sabría cuando saliera de sus entrañas y, traspasado ya el umbral de su cuerpo que era su útero, fuera libre de comprobar el sexo del nasciturus.

Todos querían un niño

Cuando, en abril de 1967, se supo que la entonces princesa Sofía estaba de nuevo embarazada, la esperanza cambió de alma. Aquel embarazo produjo en la familia un agudo sentimiento de inquietud. Porque varón, después de dos niñas, deseaban los padres; varón, los abuelos; varón, también, el general Franco. Todos querían lo mismo. Aunque con variantes muy matizadas. Doña Sofía quería un hijo que pudiera convertirla en la madre del futuro Rey y, pasado el tiempo, en la Reina Madre. Don Juan Carlos, un heredero que consolidara el carácter dinástico de la institución. Don Juan, el abuelo paterno, un heredero para su hijo. Y la reina Victoria Eugenia, un varón pero no para que el general tuviera dónde elegir; para ella, siempre prevalecería el orden sucesorio natural. Y para la reina Federica, la abuela materna, un paso más, el más importante, para que su hija se convirtiera en Reina de España cuando ella misma ya no lo era de Grecia. Y ¿para Franco? Eso se sabría más tarde.

Para más inquietantes razonamientos, se sabía que los Borbones no habían sido, lo que se dice, excesivamente prolíficos en varones: Fernando VII, ninguno; Isabel II, sólo uno, y Alfonso XII, también sólo uno y póstumo, Alfonso XIII.

Intentó inducir el parto

Era tal el nerviosismo y la angustia por la espera que, dos días antes y según me informó mi amigo el ginecólogo, doña Sofía, sin poder aguantar más, se presentó en la clínica de madrugada. Y, aunque todo estaba ya preparado porque había salido de cuentas, no fue posible ya que el cuello del útero no estaba dilatado. A primera hora de ese día, regresó a Zarzuela con un estado difícil de calificar.

Resulta fácil imaginar el nerviosismo con el que vivieron estas horas hasta las doce de la mañana del día 30 de enero, cuando descendió a pie de la habitación 605 de la sexta planta (siempre la misma en los tres partos) para dirigirse al paritorio.

La expulsión, en 20 minutos

Sólo llevaba puesta la chaqueta del pijama de su marido, el príncipe Juan Carlos, que la acompañaba junto con su madre la reina Federica. Treinta minutos después daba a luz. Aunque la expulsión duró, exactamente, veinte minutos, la hora que quedó registrada fue la de las 12:45.

Resulta fácil imaginar la tensión y el nerviosismo que se vivieron ese día en esta clínica y la indescriptible alegría que se apoderó de don Juan Carlos cuando vio con sus propios ojos que el recién nacido era el deseado varón, el ansiado heredero.

¡Ha sido machote, como su padre!

Lógicamente la primera llamada que realizó el felicísimo padre fue a quien entonces mandaba no sólo en España sino en él, de quien dependía su presente pero, sobre todo, su futuro, como quedó demostrado el 22 de julio de 1969 cuando, sabedor de que la dinastía estaba ya asegurada vía de varón, lo designó su heredero «a título de Rey».

Tan interesado estaba Franco sobre el sexo de quien acababa de nacer que la primera pregunta que le hizo al príncipe no fue interesarse por la madre, que nada parecía importarle, sino la vulgarísima:

«¡Estoy contentísima!», declaró doña Sofía. «¡Imaginaos!, después de dos niñas seguidas nos ha nacido el varón!».

No dijo un varón sino «el varón», el niño de todas las quimeras, de todos los sueños y que, como testimonio de su nacimiento, existe esta pequeñísima placa en el edificio número 64-66 de la Avenida Reina Victoria y que motiva hoy esta columna.

¿Qué pensará hoy aquel niño, convertido en el Rey Felipe VI, de los escándalos sexuales de su padre? Escándalos que ponen en peligro la institución cuya razón de ser es que todos sus miembros, todos, sean ejemplares.

Chsss…

Todo el mundo espera que Felipe se pronuncie en su discurso tradicional de Navidad, aunque difícil lo va a tener.

Que el silencio de la familia no les convierta en cómplices de lo que siempre han sabido.

Al menos, una defensa de la Reina, la más afectada por los desprecios de su marido.

Dicen que ella la odia. Lógicamente querida ¿cómo no la va a odiar si ha destruido su matrimonio?

Si hoy él muriera, ¿qué entierro le darían?: ¿De Jefe de Estado con la viuda detrás del féretro?

¡Ay Gaudencio! ¿Qué pensabas en el aparcamiento de Bárbara mientras tu jefe andaba copulando, chingando?

Lleva razón Gaspar Llamazares: «Se está derrumbando el mito». Yo añadiría, ¡con todo lo bueno que hizo!

Si su viuda hubiera publicado sus memorias, hoy no se especularía.

Enhorabuena a Miguel Alamillo, director general de la Clínica Rementería, por el premio a «La Trayectoria Profesional».

Si ella resulta elegida presidenta de los Estados Unidos, serán ya… ¡¡¡30!!! los países del mundo entero con una mujer al frente de la Jefatura del Estado.

Muchos me han preguntado si ella debería divorciarse. Por supuesto que sí.