La autocracia sanchista
Que Sánchez es gafe es algo que a estas alturas no requiere de demostración por ser ya una evidencia, y se conoce como Dogma de Fe en el ámbito de la religión. Basta recordar que desde que fue investido presidente el 7 de enero de 2020, no hemos parado de padecer una sucesión ininterrumpida de calamidades diversas, de origen natural unas y de origen humano otras.
Se podrá argumentar que han sido mundiales y no específicas de España lo que es cierto en general, pero algunas han ocurrido sólo en nuestros lares, como el caso de la borrasca Filomena, sucedida justo un año después de su investidura, o el caso del volcán Cumbre Vieja en la isla de Palma para que no hubiera ni un momento de tranquilidad.
Por lo demás, la gestión de la pandemia no ha sido un modelo de eficacia en el ámbito sanitario y muy grave en el legal, con dos estados de alarma, ambos declarados inconstitucionales por el TC, lo que no es una cuestión menor en absoluto.
Los españoles han tomado buena nota de todo ello y los resultados obtenidos en la mayoría de elecciones celebradas durante el transcurso de la actual legislatura lo acreditan sin ningún género de dudas: Galicia, Castilla y León, Madrid y Andalucía muestran un demoledor veredicto popular. Tras la debacle madrileña el 4M del pasado año, Sánchez efectuó una amplia crisis de gobierno que fue complementada en el PSOE, en el 40º Congreso Federal celebrado en Valencia el pasado mes de febrero.
Ahora, el varapalo recibido en Andalucía y todavía mayor que el madrileño, ha provocado una crisis en el partido que no tiene precedentes en el PSOE, ni en el fondo ni en la forma. En el fondo, porque ha significado su fagotizacion por el Gobierno, es decir, de Ferraz por la Moncloa, con un Comité de dirección socialista de nueve miembros, de los cuales la mayoría son ministros, y que asume todo el poder político y electoral. En cuanto a la forma, provoca sonrojo como han sido hechos públicos todos los nuevos nombramientos, enmendando las decisiones del Congreso Federal de apenas cuatro meses antes, y quedando la Comisión ejecutiva federal como silente espectadora de acuerdos adoptados por si y ante sí por Sánchez, y hechos públicos con anterioridad a un inexistente debate en el órgano del partido teóricamente competente para ello.
Desde la Transición no se había visto una autocracia como en la actualidad en un partido que tiempo atrás presumía de democracia interna e incluso de historia centenaria y de honradez. Podrá molestarle mucho el calificar de autocracia al actual PSOE, pero los hechos son contundentes.
Si en otros tiempos se decía que “el que se movía no salía en la foto”, el actual partido sanchista se ha convertido en un mero decorado para aclamar al líder indiscutible, en el que si alguien se atreve a pensar por su cuenta, no tiene cabida. Estas formas en “su partido” las está trasladando al gobierno, no aceptando controles, ni límites, ni criticas a su proceder. Así se entiende el continuado intento de asalto al CGPJ y al TC, como última entrega de una auténtica mutación constitucional pretendiendo actuar como Jefe del Estado de una inexistente República presidencialista.
Al tiempo no asume ninguna responsabilidad sobre lo que sucede y así, si España tiene una inflación superior a la media europea, la culpa es de “la guerra de Putin” y ante la ola de incendios que asola nuestra geografía, la culpa es “del cambio climático y de los negacionistas que se oponen a las políticas medioambientales”. No es ocioso recordar que con la exigua cifra de 84 diputados accedió a la presidencia del gobierno por la vía de una moción de censura que consideraba “inaplazable para regenerar nuestra democracia, asediada por la corrupción”, comprometiendo “transparencia” para elevar la calidad de la misma, y hoy hasta el coste del Falcon es secreto oficial, y el plasma lo habitual.
Una cosa es acceder a la Moncloa con los votos de los que quieren romper España, y otra es pretender gobernarla con ellos. Y los andaluces, los gallegos, los madrileños, los castellanos… ya han tomado nota.
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