Mi amigo Silvio, Gianni Agnelli y la entrada en el PPE (Partido Popular Europeo)
Para un joven español, miembro del Parlamento Europeo, recibir una llamada de la oficina del abogado Gianni Agnelli fue un momento realmente increíble y emocionante. Agnelli para mí siempre ha sido un icono. Ha representado el emprendimiento y el estilo de Italia, un país que siempre he amado. «El abogado quiere conocerte», ése fue el breve mensaje de su secretaria. Cancelé inmediatamente todos los compromisos de mi agenda, organicé el viaje y junto con mi colega Walter Gabronsky fuimos a Turín. Durante los días anteriores del encuentro, me preguntaba continuamente: «¿Por qué el abogado quiere verme?». Y llegó ese día.
Era mayo de 2001 y yo era un político principiante de 30 años. Pocos años antes había sido elegido secretario del Partido Popular Europeo. El PPE era en ese momento muy fuerte en Europa, aglutinaba los partidos de centroderecha de todo el continente. Llegué al histórico Lingotto, famoso cuartel general del grupo Fiat, y fui llevado directamente a la oficina del abogado. Ése fue uno de los momentos más importantes, y breves, de mi vida. El abogado era un hombre de gran carisma. El abogado fue extremadamente educado, me llamó «querido secretario» con ese modo especial de pronunciar la «r» que sólo él tenía. Fue directo al grano: «¿Todos los miembros del PPE, especialmente los alemanes y los españoles, apoyan a Berlusconi?». Mi respuesta fue igualmente directa e inequívoca: «Nuestro apoyo a Berlusconi es sólido como una roca. Le apoyaremos bajo cualquier circunstancia». Y así fue.
El encuentro terminó en poco tiempo. Esperaba ser despedido de manera rápida y educada. Imaginaba que el abogado debía volver a sus negocios. Sin embargo, comenzó una agradable y larga conversación sobre mi país, España. Hablamos durante horas. Descubrí que Agnelli amaba España tanto como yo amo Italia. Parte de la charla se centró en la figura de Francisco Franco. El abogado me contó que después de hablar varias veces con el Caudillo, Fiat decidió producir un automóvil diferente: así nació el Fiat 600, que muchos españoles corrieron a comprar, incluida mi madre.
Cuando dejé su oficina para ir al aeropuerto, la primera llamada que hice fue a Silvio Berlusconi. Antes de aterrizar en Turín, ya le había avisado que iba a encontrarme con Agnelli, pero le indiqué por teléfono que el encuentro había sido un éxito y le conté la conversación que tuve con el abogado. Para contextualizar ese momento, es necesario recordar que Italia estaba inmersa en una agria campaña electoral, con Berlusconi liderando en las encuestas. Gran parte de la prensa extranjera montó una campaña muy agresiva, algunos cuestionando las posibilidades reales de Berlusconi de ser elegido y otros considerándolo incapaz de gobernar. En particular, recuerdo que The Economist tituló: «¿Está listo para ser primer ministro?». Al día siguiente de la reunión con el abogado, leí con placer la entrevista que Agnelli había concedido al Corriere della Sera. El titular principal, escrito en letras mayúsculas, rezaba: «Italia no es una República Bananera». Fue un mensaje claro a la prensa extranjera: Italia es capaz de elegir a sus propios representantes y líderes.
Mi relación con Berlusconi se remonta a años atrás. Cuando fui elegido secretario del PPE, me encargaron dos grandes líderes de entonces, José María Aznar y Helmut Kohl, seguir el Dossier Italia. Nuestro objetivo era derrotar a los socialistas y convertirnos en la fuerza política más votada en Europa. Para lograrlo, necesitábamos un aliado fuerte, como Italia, y nuestro aliado era Silvio Berlusconi. Más fácil decirlo que hacerlo. Históricamente, la Democracia Cristiana ha sido uno de los pilares del PPE hasta su disolución y la fragmentación en muchos pequeños partidos, algunos de ellos apoyando a coaliciones de izquierda. La mayoría de los votos y los electores de la Democracia Cristiana migraron hacia el bloque liderado por Berlusconi. A pesar de su decadencia, la influencia de las publicaciones y los partidos democratacristianos fue muy importante para la estructura electoral del PPE. Hubo un largo y minucioso trabajo para respaldar la entrada de Forza Italia en el PPE. Tuve mucha suerte en aquellos tiempos de contar con la ayuda de Pier Ferdinando Casini, quien en ese momento era el líder de la UDC, uno de los muchos partidos surgidos tras la desaparición de la DC.
Durante aquellos años, tuve el honor de encontrarme con personalidades como Giulio Andreotti, Francesco Cossiga, Franco Marini, Rocco Buttiglione y Clemente Mastella. A algunos les agradaba, a otros, no tanto. Pero al final la realpolitik prevaleció. Sin embargo, la clave para el ingreso de Forza Italia en el PPE fue la conciencia que Silvio Berlusconi tenía de sí mismo. Il Cavaliere tenía una visión clara de su partido y de Italia. Para él, Forza Italia debía formar parte de la alineación más grande y fuerte que existía en Europa. Por eso, Berlusconi atrajo la ira de otros partidos cristianodemócratas europeos, como los alemanes y los belgas. Pero eso no mermó su determinación. Aún recuerdo su felicidad cuando Forza Italia fue admitida en el PPE. Él sabía muy bien que eso sería un paso decisivo para su partido, un momento fundamental en su carrera como líder internacional.
Durante esos años, tuve la suerte no sólo de conocerlo, sino también de convertirme en su amigo. Fue uno de los grandes privilegios de mi vida. Berlusconi es una persona difícil de describir: generoso, divertido, inteligente. Un gran hombre. Echo de menos las cenas basadas en pasta tricolor: rojo, verde y blanco. Pero también sus bromas, sus preguntas y las canciones con Apicella. Buen viaje, presidente.
Fuente: Riformista
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