Adiós a una farsa funesta
La etapa más negra de la historia reciente de España después de la Guerra Civil, con 50.000 muertos por la pandemia, ha sido una cadena continuada de despropósitos, errores y negligencias del Frente Popular que ocupa La Moncloa. Una farsa funesta a la que ahora decimos adiós y que arrancó mucho antes de aquel 13 de marzo en que Sánchez avanzó lo que sería un deleznable Estado de excepción encubierto. Desde entonces, cien días de alarma y ruindad.
El Gobierno socialcomunista subestimó las alertas internacionales sobre la que se avecinaba. Priorizó su agenda ideológica y evitó tomar medidas drásticas de distanciamiento social antes del 8 de marzo. Reveló 24 horas antes la adopción del real decreto y provocó así salidas masivas de las grandes ciudades propagando el virus. No tomó temperatura aquellas semanas a ningún pasajero de los miles de vuelos procedentes de Italia y China.
Dejó en un cajón el desarrollo del plan anti-pandemias que heredó del Ejecutivo de Rajoy. Ignoró un aprovisionamiento de material sanitario que debió comenzar meses atrás. Suplicó ayuda in extremis a un Amancio Ortega odiado por Podemos para que le facilitara contactos de proveedores e incluso fletara aviones para traer mascarillas, respiradores y demás. Compró productos ‘fake’ a millares, a offshore de «dirección desconocida», y pagó la tardanza a precio de oro.
Puso más multas con esa Ley de Seguridad Ciudadana tan repudiada por Iglesias que test PCR practicados a los ciudadanos. Dio más libertad a los perros que a los niños, obligando a padres y madres a llenarse de paciencia e ingenio mientras teletrabajaban, y alargó hasta la vergüenza, frente a otros países, la prohibición de hacer deporte al aire libre. Persiguió los rezos en iglesias que cumplían la seguridad y trató de disuadir las protestas cívicas contra su nefasta gestión.
Desasistió a las residencias de mayores, con un Pablo Iglesias más preocupado por ocupar plano que por dar una respuesta eficiente sobre el terreno a la tragedia de los geriátricos, como coordinador de los servicios sociales por delegación del mando único. Eso sí, el Gobierno aprovechó un decreto de la crisis sanitaria para colar al líder podemita, amigo de narcodictaduras, en la Comisión delegada de control del CNI. Jaleó las caceroladas contra la Corona y se apropió del aplauso sanitario mientras dejaban sin protección a los profesionales, el 24% de los infectados.
Castigó a trabajadores con el retraso en el pago de los ERTE. Cobró las cuotas a los autónomos pese a la prestación prometida. Mitigó las colas del hambre a través de sus satélites mediáticos. Pactó con Bildu una derogación íntegra de la reforma laboral del PP cuando ni siquiera necesitaban a los proetarras. Cedió a los nacionalistas y separatistas una desescalada a la carta. Y abrió las fronteras a los alemanes antes de permitir a un almeriense ir a Murcia.
Cambió de criterio una y otra vez, cayendo en el bochorno más absoluto, sobre la necesidad de llevar mascarilla. Ordenó a la Guardia Civil que persiguiera en las redes la «desafección» y el cabreo generalizado con el gabinete Cum Fraude. Paralizó el control parlamentario y silenció a la oposición al más puro estilo bolivariano. Purgó a mandos del Instituto Armado en el marco de la investigación al socialista Franco por no cancelar el infectódromo feminista.
Impidió a los familiares dar un último adiós a su seres más querido, pero permaneció de brazos cruzado ante el cortejo fúnebre de Anguita. No reconoció a los muertos con sintomatología de coronavirus y manipuló las cifras hasta caer en la mayor ignominia. Robó el duelo a los españoles escondiendo los ataúdes y no decretó el luto hasta 70 días después, politizando el dolor incluso en el BOE. Ya sólo queda el recuerdo desgarrado y la necesidad de que se haga Justicia.
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