Opinión

Los 16 años mentales de Sánchez

Parece que el presidente ha visto que el único foro en España que le aplaude es un botellón clandestino en un aparcamiento de mala muerte. La música estridente como ruido de fondo, el humo de los porros y litros y litros de alcohol, ciertamente, nublan la realidad y hacen perder la consciencia. Si siguieran en esa dinámica, los jovencitos podrían continuar de “juerga” hasta la madrugada para terminar el “sarao” pasando por las urnas y echar una papeleta diferente a la fumada durante toda la noche. Qué duda cabe de que serían votos asegurados para la locura creciente. “Quillo, vota a los que están que nos quitan de problemas. Que preñas a la Mari, pues aborta y ya está. Que ni pasas por el instituto, apruebas del tirón. Quillo, quillo, a meter el papelito ¡Vamos!”. Un drama de dimensiones incalculables para todos, empezando por ellos mismos.

La adolescencia es el período previo a alcanzar la edad adulta, que la OMS establece en los 19 años. La mayoría de edad está establecida en los 18, de manera que todavía, según esos médicos expertos, se les da a personitas que luchan internamente por mantener el equilibrio emocional y la estabilidad ideológica que se asocia por definición a una persona que ha cruzado ya esa frontera vital. Si está así establecido es porque antes de esa edad no ha habido posibilidad de que el crecimiento y el desarrollo evolutivo de un ser humano hayan llegado al orden que se asocia a un adulto. Se experimentan simultáneamente conductas infantiles y adultas en un período crítico, en el que el joven trata de emanciparse mental y emocionalmente de sus padres. Si ni siquiera saben lo que es bueno para ellos mismos, ¿cómo van a decidir lo que es bueno para la sociedad?

Sánchez sigue buceando en la falta más escandalosa de principios para salvar su cuello del naufragio. Por mucha tinta que se derrame, por mucho que nos escandalicemos, sólo la fuerza de la oposición va a poder frenar esta nueva locura. No jugamos bajo los mismos parámetros. Pasado el vendaval de este delirio de arrogancia, y si finalmente en octubre se aprueba esta nueva insensatez, será difícil por no decir imposible volver atrás. Los adolescentes no saben ni qué hacer consigo mismos, viven en una eterna lucha interior para establecer el orden de quiénes son y qué es lo que quieren, en una búsqueda lógica y natural por su propia identidad. Algunos votarán lo que digan sus padres; otros, por llevar la contraria, todo lo opuesto.

Esta nueva locura sanchista se aprovecha sin escrúpulos de la rebeldía propia de esa edad, de esas ganas de cambiar del mundo que está anclada en la fuerza de la inconsciencia. Claramente, este grupo de población es más fácil de manipular y por lógica buscan la máxima libertad posible. Es la edad en la que la diversión es uno de los valores prioritarios. De ahí que, cuando ese valor se mantiene tan alto durante el resto de la vida, se diga de un adulto que parece un adolescente. Sánchez también quiere divertirse, le divierte ver cómo crece su poder y cómo juega con nosotros. Es un indigno y despreciable juego propio de un individuo que tiene alguna tara inmensa, que no ha sabido digerir, y que va expulsando como lava para inundar todo de incongruentes miserias.

No sé cuántos años tendrán sus hijas. Se ha encargado bien de que sigan en el más puro secretismo. En eso, creo que es en lo único que ha acertado. Aunque aún nos queda la duda de si, antes de que acabe su escandaloso mandato, aparecerá una foto como aquella que está impregnada en la memoria colectiva como una inspiración de lo indefinible: la de la familia de Zapatero con los Obama. ¿Serán también de las que pasen del botellón a las urnas? ¿O pasarán por casa para preguntar a quién deben votar? Igual es su propio padre el que lleva más whisky al aparcamiento para que ningún adolescente dude de lo que es correcto. Esta obra sería el símbolo de la totalidad perfecta, la propia de este creador de despropósitos: destruir, destruir y destruir.