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Nos alojamos tres noches en Son Vell, el nuevo hotel de Menorca del que todos hablan: te contamos todo

Viajamos a Menorca durante tres días para probar en primera persona el hotel del que todos hablan y que acaba de abrir sus puertas al público.

Como sabrás, o quizá no, a nuestra redacción llegan a la semana decenas de propuestas para que probemos servicios o productos. Y tras ello, seleccionamos solo las mejores o las que creemos que pueden interesar más a nuestros lectores. Por eso, cuando recibimos la llamada del equipo de Vestige Collection para que probásemos su nuevo hotel de Menorca, Son Vell, no nos lo pensamos ni un segundo por varios motivos.

No solo creemos que puede ser muy interesante para ti, que estás leyendo estas líneas en este preciso momento, sino porque el aterrizaje de Vestige en el sector turístico ha dado mucho que hablar, ya que no es una cadena hotelera al uso, sino una marca nacida para rescatar y rehabilitar tesoros arquitectónicos de España que están deshabitados o en desuso. Uno de los ejemplos más recientes es el Palacio de Figueras, que ahora puede reservarse para eventos, como bodas. Y otro es Vestige Son Vell, un hotel ubicado en la carismática y relajada isla de Menorca, en una impresionante finca de más de 180 hectáreas, repleta de naturaleza.

Por qué hemos decidido visitar el hotel Vestige Son Vell

Como te decíamos, no se trata de un hotel al uso, pues hasta hace bien poco era una finca en la que convivían una elegante casa solariega original del siglo XVIII y edificios tradicionales de labranza.

Pero gracias al trabajo del equipo que forma Vestige Collection —formado por arquitectos, museístas, paisajistas, historiadores, interioristas, académicos…—, ahora esa casa y esos elegantes edificios no morirán en el olvido y podrán ser utilizados por todo aquel que quiera alojarse en ellos.

Una bonita iniciativa que beneficia al patrimonio español y que ha sido posible tras un meticuloso y delicado proceso de restauración, en el cual se ha respetado en todo momento la identidad propia de los edificios de la finca. De hecho, se ha mantenido el marés (arenisca) y la piedra caliza tradicionales, así como la madera original y los elementos de arcilla artesanal.

Sin duda, un laborioso proceso, que lleva años de trabajo y dedicación, que necesitábamos ver con nuestros propios ojos. Sobre todo porque con lo fácil que sería construir un hotel neutro y simple desde cero, ¿por qué complicarse con restauraciones de edificios emblemáticos? Al llegar entendimos todo.

Un hotel con un encanto indescriptible

Nada más llegar, por el Camí de Cavalls, nos encontramos con los jardines, cítricos, olivares y un huerto ecológico, los cuales rodean la propiedad. Más tarde, entramos en el hotel Son Vell, y nos damos cuenta de por qué el equipo de Vestige Collection tuvo tanto empeño en rehabilitar y rescatar esta maravillosa finca.

Y la razón solo se puede resumir en cuatro palabras: elegancia, singularidad, historia y belleza. Una de las condiciones que pusimos para aceptar esta propuesta era la de poder dormir en diferentes habitaciones, ya que considerábamos que no podíamos dar una opinión objetiva si nos alojaban en la mejor que tenían. Aceptaron. Nos comentaron que tenían 34 habitaciones y suites, y elegimos tres de ellas.

Lo que más nos llamó la atención de cada una de ellas fue su arquitectura de estilo veneciano, pues nos embriagaba la sensación de en casas de la nobleza. Todas las estancias conservan su encanto individual y tienen zonas de estar, lujosos dormitorios y baños, muebles antiguos, arte y esculturas contemporáneas. Asimismo, como comprobamos en primera persona, muchas de ellas también tienen acceso a terrazas o espacios ajardinados particulares.

Nuestras tres noches en el hotel Vestige Son Vell

Al hotel fuimos dos personas y comenzamos la experiencia de tres noches en la habitación denominada Terrace Suite, que cuenta con 47 metros cuadrados, una cama de matrimonio grande, salón, sala de estar, vistas al jardín y patio. Como puedes ver en las fotos, la elegancia y la singularidad inundaban la habitación. Un auténtico lujo al alcance de todos nosotros.

La noche siguiente nos trasladamos a la habitación Deluxe superior, que era un poco más grande que la anterior. Esta, de 57 metros cuadrados también nos encantó. Huelga decir que todas las estancias, al menos las que probamos nosotros, tenían lo esencial: Smart TV, caja fuerte, minibar, agua gratuita, cafetera y tetera, armario y ropero, etc.

La tercera noche nos trasladamos a la Garden Junior Suite, de 45 metros cuadrados. Esta nos gustó especialmente, ya que tenía un amplio salón, vistas al jardín, un patio y un jardincillo. Todo ello en la mágica isla de Menorca. Un sueño.

Nos quedaron por probar muchas otras estancias, como las habitaciones Garden Deluxe superior, de 38 metros cuadrados. Así que volveremos, sin duda, por nuestra cuenta.

Qué hicimos fuera de las habitaciones

No viajamos solo a Menorca a dormir, como comprenderás, pero en tres días tampoco nos dio mucho tiempo a salir de la finca. Y lo cierto es que no nos hizo falta, pues disfrutamos de la piscina del hotel, del spa, de la biblioteca y de sus bares y restaurantes.

A media mañana y media tarde, fuimos a los bares del hotel (tiene dos), en los que pedimos algo para picar y unos cócteles deliciosos que degustamos junto a la piscina. Y para comer y cenar, hicimos uso de sus dos restaurantes: Sa Clarissa y Vermell.

De Sa Clarisa podemos destacar sus recetas tradicionales elaboradas con ingredientes de altísima calidad (hacía mucho que no nos comíamos una ensalada tan deliciosa). Es como la comida menorquina de toda la vida pero cocinada con mimo y maestría. Y por cierto, mi acompañante, que estaba a dieta, no tuvo problema, pues adaptaron la carta a su gusto.

Y Vermell es puro lujo, elegancia y sofisticación, pues nunca disfrutamos como enanos de la mejor comida gourmet. Si te animas a ir, te recomendamos pedir los menús degustación varias noches, ya que así podrás probar toda la carta (además de sus deliciosos vinos).

En resumen, nos encantó el hotel. Eso sí, teníamos dudas sobre la restauración, en especial sobre si se había hecho con cuidado, respetando su autenticidad. Pero nada más lejos de la realidad. Cada rincón desprende su encanto original y te traslada a otra época pero con las comodidades del siglo XXI. Sin duda, Son Vell es un ejemplo más de que las cosas bien hechas, y desde el cariño y el respeto, siempre salen bien.