Choques violentos a las puertas del Parlamento libanés
La región de Oriente Medio sigue siendo foco de tensión y disturbios. Ahora vuelve la agitación a Líbano, donde la población se ha echado a las calles en protesta por la situación económica y política de la nación y ante el procedimiento de voto de confianza del nuevo Gobierno de Hassan Diab, quien sucedió al defenestrado Saad Hariri.
Los enfrentamientos han estallado definitivamente cuando una turba de manifestantes se desplazó hasta el centro de Beirut para asediar la sede del Parlamento, donde la nueva Administración Diab tiene previsto realizar su declaración política de cara a la moción de confianza para confirmar el nuevo poder parlamentario elegido. Hay 18 heridos, según medios locales del país de los cedros.
En el trasfondo de este hartazgo ciudadano está la grave crisis financiera nacional, arrastrada desde hace décadas y que hizo saltar de su puesto a Saad Hariri, también entre duras críticas por la corrupción institucional instaurada entre la clase política dirigente en los últimos años.
Fuerzas especiales de seguridad, la propia Policía y el Ejército han cercado la sede parlamentaria beirutí. En esta jornada de martes de disturbios, los manifestantes intentaron cerrar el acceso al Parlamento a los políticos convocados a la sesión en la Cámara, entre la respuesta firme de los cuerpos de seguridad, que utilizaron gases lacrimógenos, cañones de agua e incluso barreras de hormigón para disuadir a los protestantes y evitar el paso hacia las inmediaciones de la sede parlamentaria.
Ante el proceso de votación de confianza para refrendar al Ejecutivo de Hassan Diab, los ciudadanos echados a la calle han elegido un lema principal claro y conciso: “Sin confianza”. Ese es el principal mensaje lanzado por aquellos que están mostrando públicamente su oposición a la situación actual del país.
Desde hace varios meses ya se sigue arrastrando una preocupante situación de inestabilidad política y social en Líbano derivada, en gran parte, del preocupante escenario económico que atraviesa el país, el peor desde la guerra civil, la cual se desarrolló entre 1975 y 1990.
La falta de fondos públicos llevó incluso al ex primer ministro Saad Hariri a realizar una gira económica a principios del pasado mes de octubre por diversos países árabes como Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí y por otros europeos como Rusia, Francia y Alemania para recaudar dinero; acompañado en aquella ocasión por varios ministros, el gobernador del Banco Central de Líbano y 50 banqueros y economistas.
La acuciante situación de la economía libanesa muestra unos datos desoladores; 2019 cerró con una deuda pública en torno a los 85.000 millones de dólares, lo que viene a significar el 150% del Producto Interior Bruto (PIB) y se atraviesa un panorama de escasa confianza financiera y de bajo nivel de calificación de los principales depósitos bancarios, según los baremos de agencias de ‘rating’ como Moody’s.
La receta gubernamental para salir al paso se ha venido basando en el auge impositivo a los ciudadanos, lo que unido a una inflación preocupante ha llevado a una presión asfixiante sobre la población, que acabó por reaccionar protestando en las calles, señalando a la clase política.
Ante el escenario insostenible por el que atravesaba la nación, a finales del mes de enero Líbano anunció nuevo Gobierno, poniendo punto y final a tres meses de bloque político. Hassan Diab consiguió formar Ejecutivo, aprobado por la mayoría de los partidos políticos, de cara a poner un rumbo fijo ya para el país, todo ello tras la renuncia obligada de Hariri a finales de octubre pasado ante las demostraciones de la oposición ciudadana generadas por la crisis económica y el rechazo a la corrupción sistémica en la cúpula de poder.
Diab definió a su Ejecutivo como un “equipo de rescate” y prometió, como nuevo primer ministro, que su equipo trabajaría duro “para atender las demandas ciudadanas”. El nuevo jefe de Gobierno designó un grupo de confianza formado por tecnócratas y especialistas para lograr calmar las calles, que reclamaban una cúpula dirigente independiente y alejada de la élite política tradicional que ha arrastrado al país hasta la difícil situación actual.
A pesar de este anuncio del nuevo primer ministro, la tensión se siguió manteniendo en las calles. El nuevo Gobierno recibió un apoyo mayoritario del resto de formaciones políticas, incluido el sustento de los chiíes de Hizbulá, quienes apoyaron a Diab a cambio de dos puestos ministeriales.
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