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Ni vascos ni gitanos: el enigmático pueblo perseguido y marginado en España desde la Edad Media

Durante siglos, un grupo humano fue objeto de marginación sistemática en distintos rincones del norte de España y del suroeste francés. Sin compartir una lengua, religión o rasgos diferenciadores con la población que lo rodeaba, conocerás a continuación la historia de un pueblo perseguido, discriminado y segregado por completo de la vida cotidiana.

Impedido de casarse, de comerciar libremente o de participar en el culto religioso en igualdad de condiciones, esta minoría dejó una huella apenas visible en la historia oficial. Y eso, que su estigmatización perduró hasta el siglo XX.

¿Cuál fue el pueblo perseguido y discriminado en España desde la Edad Media?

A lo largo de la historia peninsular, múltiples comunidades han sufrido la exclusión social. Entre ellas, el caso de los agotes se distingue por la falta de una causa evidente para su discriminación.

Este pueblo perseguido, asentado desde la Edad Media en zonas como el Valle de Baztán, Roncal, Guipúzcoa, Bearne y Aquitania, fue segregado por completo del resto de la población, a pesar de compartir idioma, religión y modos de vida.

Las primeras referencias a los agotes datan del siglo X, aunque su presencia se vuelve más notoria desde el siglo XIII. Su ocupación principal fue la carpintería, además de trabajos con piedra, hierro y otros oficios manuales.

Aunque eran vecinos habituales en los pueblos pirenaicos, fueron confinados a barrios específicos, obligados a la endogamia y excluidos de actividades económicas consideradas «limpias» o «respetables».

¿Por qué los agotes fueron etiquetados y aislados por siglos?

Su exclusión no fue espontánea. Desde finales del siglo XIII, numerosas ordenanzas municipales les negaron el acceso a espacios y servicios comunes:

El prejuicio era tan estructurado que los agotes eran obligados a llevar señales visibles en su vestimenta: un símbolo rojo similar a una pata de ave. También tenían que hacer sonar una campanilla al pasar por las calles para advertir a los demás.

La discriminación hacia este pueblo perseguido se sostuvo mediante una serie de mitos y leyendas que reforzaban su condición de marginales.

Se les atribuían rasgos físicos distintivos (como la supuesta ausencia de lóbulo en la oreja) y prácticas culturales que nunca fueron probadas. Incluso se llegó a pensar que portaban enfermedades como la lepra, lo que intensificó su exclusión.

En los siglos XVI y XVII, representaban aproximadamente el 2% de la población en algunas regiones del suroeste francés y navarro. Sin embargo, su presencia en los documentos oficiales se limitaba casi exclusivamente a listas de restricciones y normativas discriminatorias.

En 1721, un episodio en Biarritz marcó un punto de inflexión. Un carpintero agote, Miguel Legaret, fue agredido por sentarse en una zona prohibida de la iglesia. La sentencia del Parlamento de Burdeos en 1723 les dio la razón, prohibiendo el uso de insultos como «agote». Sin embargo, la resistencia popular impidió que el fallo se cumpliera de forma efectiva.

¿Cuál fue el origen de este pueblo perseguido y discriminado?

Diversas teorías intentaron explicar el origen de los agotes. La más común los vinculaba con los godos vencidos por los musulmanes tras el siglo VIII, pero no existen pruebas documentales que avalen esta afirmación.

Otra hipótesis relaciona su nombre con términos peyorativos como cacot (leproso) o cagot (mendigo falso), usados en el sur de Francia.

Lo cierto es que ninguna explicación logra justificar la intensidad ni la persistencia del rechazo. La evidencia apunta a un origen campesino y pobre, cuya marginación pudo haber empezado por motivos económicos y luego se convirtió en exclusión cultural e institucional.

El lento fin de la discriminación hacia los agotes

A partir del siglo XVIII comenzaron algunos avances legales. La bula del papa León X de 1514, que pretendía eliminar las restricciones litúrgicas, tuvo escaso impacto. Más relevante fue la derogación de leyes discriminatorias en Navarra en 1819, aunque la integración real fue mucho más lenta.

Algunos intentos de dispersión, como el traslado forzoso a Nuevo Baztán (localidad cercana a Madrid fundada en 1715), fracasaron. La mayoría de los agotes permanecieron en sus comunidades originales.

En localidades como Arizcun (Navarra), el estigma social se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX. El barrio de Bozate es un ejemplo claro: fue el gueto donde se concentraba esta población.

Frases como «Al agote, garrotazo en el cogote» reflejan la violencia simbólica y física que enfrentaban. Incluso la pseudociencia racial del siglo XIX trató de justificar su exclusión con argumentos frenológicos.