Joaquín Leguina: «Zapatero debería explicar sus relaciones con un gobierno asesino como el de Venezuela»
En el desván de la memoria socialista, donde se acumulan los ecos de debates encendidos, aplausos cerrados y hasta críticas punzantes que alguna vez fueron síntoma de salud interna, Joaquín Leguina nos ofrece un diagnóstico demoledor: el PSOE, ese partido de 144 años de historia, «ha dejado de ser una formación democrática para convertirse en la finca privada de Pedro Sánchez». Arremete, por otra parte, contra Zapatero, del que dice que «debería explicar sus relaciones con un gobierno asesino como el de Venezuela».
Pedro Sánchez ha pasado de ser un líder político a ser el dueño del partido. Hoy no hay dirigentes, solo hay uno», sentencia Leguina, que conoce bien las entrañas del socialismo, no como un invitado de paso, sino como uno de sus arquitectos en tiempos de responsabilidad y convulsión. Fue miembro del Comité Federal, cuando Felipe González y Alfonso Guerra soportaban tempestades críticas con la convicción de que el debate fortalecía, no erosionaba. Ahora, observa con desolación un PSOE donde el disenso es una especie en extinción.
Según Joaquín Leguina, Sánchez no lidera; manda. Y lo hace desde la soledad del poder absoluto, sin voces discordantes a su alrededor. Es una metamorfosis que preocupa, porque transforma un partido con una tradición de pluralidad y discusión en una máquina dócil y obediente al servicio de un solo hombre. Y ese hombre, asegura Leguina, tiene un objetivo claro: perpetuarse en la Moncloa. Pero perpetuarse, avisa, no es gobernar. Sánchez, dice Leguina, gestiona el país a base de pactos que diluyen la esencia socialista y de una agenda que prioriza su supervivencia política sobre el debate ideológico.
En su análisis del PSOE actual, Joaquín Leguina no se olvida de señalar a José Luis Rodríguez Zapatero, a quien acusa de ser el precursor de la deriva identitaria que, según él, ha desnaturalizado al partido. «Zapatero debería explicar sus relaciones con un gobierno asesino como el de Venezuela», afirma, refiriéndose al vínculo del ex presidente con el régimen chavista. Pero la crítica no se queda ahí: para Leguina, Zapatero también reabrió heridas innecesarias con su resurrección discursiva de la guerra civil, un capítulo que España, dice, había superado en gran medida.
Pese a este panorama sombrío, Leguina no renuncia a la esperanza. Quiere pensar que aún queda gente dentro del PSOE que mantiene posiciones coherentes con el socialismo que alguna vez representaron González, Guerra o él mismo. Sin embargo, su visión sobre la cúpula actual es lapidaria: no existen dirigentes, solo hay un dueño.
Y ese dueño, Pedro Sánchez, parece haber olvidado que los líderes pasan, pero las ideas permanecen. Joaquín Leguina lo reconoce: Sánchez ve a los históricos del partido como reliquias que deben quedarse en el pasado. Pero ahí reside la paradoja. Sin memoria no hay futuro, y sin debate no hay socialismo.
En este diagnóstico, que suena tanto a advertencia como a lamento, Leguina no se guarda nada. Su mensaje es claro: un partido no puede ser prisionero de un solo hombre, porque entonces deja de ser partido para convertirse en feudo. Y la historia, que tantas veces ha sido generosa con el PSOE, no perdonará que un día deje de ser referencia para convertirse en sombra.
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