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OKDIARIO revive en presente cinco días que no debemos olvidar (III)

ETA asesina a Miguel Ángel Blanco tras 48 horas de agónico secuestro

El alcalde de Ermua, Carlos Totorika, habla con su grupo de confianza en una de las salas del Ayuntamiento. El reloj marca las 16.00 horas del 12 de julio. El margen dado por los etarras llega a su fin. El silencio pesa, pesa el aire y la angustia, también pesa el cansancio. Las frases de los concejales se construyen con lentitud. Intentan distraer el transcurso del tiempo, detenerlo, hacer que se estire hasta el infinito con tal de no caer en la gravedad del instante. Mantener así con vida a Miguel Ángel Blanco aunque sea en la conversación.

Nadie sabe nada por el momento pero en la cabeza de todos se ha instalado una certeza: ETA ha asesinado al concejal del PP. No obstante, no hay una sola voz que quiera romper los últimos vínculos con la esperanza. Nadie verbaliza lo que todos piensan. Dentro y fuera del Consistorio, con su alcalde a la cabeza, los ermuarras se mantienen expectantes mientras el reloj del Ayuntamiento deja caer los minutos como si constituyeran el desenlace de una historia.

La familia Blanco Garrido ha regresado a casa hace un par de horas procedente de Bilbao. Allí, arropados por más de medio millón de personas y en compañía del presidente del Gobierno, José María Aznar, y del lehendakari, José Antonio Ardanza, Marimar Blanco ha vuelto a pedir la liberación de su hermano: “Un ser humano no puede tener un futuro de 48 horas, porque la vida es un derecho de todos”. Estaban todos los partidos políticos menos Herri Batasuna. Ha sido la manifestación más numerosa en la historia del País Vasco. Padres e hijos, hermanas y hermanos, rivales políticos, todos han caminado en defensa de la libertad. La continuidad de lo que se vivió anoche en una vigilia compartida por toda España.

Totorika también estuvo en pie durante la velada. En los últimos días, se ha olvidado de dormir. El primer edil del Ayuntamiento de Ermua tiene los ojos hundidos y la cara afilada por la desesperación. Ni siquiera ha tenido tiempo para comer. Apenas un par de bocados aquí y allá. Sus hombros se adivinan enjutos tras el polo rojo que viste hoy. “Miguel Ángel Blanco…”, esas han sido las tres palabras que más ha repetido desde que el delegado del Gobierno en el País Vasco, Enrique Villar, lo llamara el pasado 10 de julio para decirle que ETA había secuestrado a su compañero de corporación. En las manifestaciones, con la familia, calmando el ánimo de los vecinos… Totorika ha tratado de ser omnipresente. Ahora mira de reojo el teléfono que tiene delante.

“No son vascos, son asesinos” 

El reloj que ha ido hacia atrás durante los dos últimos días avanza inmisericorde desde las cuatro de la tarde. Las manecillas marcan ya las 17.00 horas. La siesta no existe en Ermua, los vecinos llenan las calles. Desde la casa de Miguel Ángel hasta el Ayuntamiento, miles de personas forman parte del mobiliario urbano. Se resisten a darse por vencidas. Algunas no aguantan más la tensión de la espera y se echan a llorar. Otras se abrazan y buscan un punto de apoyo para no desplomarse contra el suelo. Hay quien sonríe a causa de la inercia que lleva implícita el cansancio. El tiempo pasa y la esperanza mengua.

De repente ocurre: suena el teléfono en el Ayuntamiento de Ermua. La sala donde Totorika hablaba con su gente queda en silencio. Contesta el alcalde y, por primera vez desde que obtuviera el bastón de mando hace seis años, siente que su voz se ha quedado sin palabras. Todo el cansancio del mundo cae sobre su garganta y un picor insistente coloniza sus ojos.

Minutos después, sale al balcón. Agarra un micrófono y se dirige a sus vecinos. Colgada de la barandilla, hay una pancarta con un gran lazo azul y un mensaje: “Miguel TE ESPERAMOS”. Todo el mundo calla. Su alocución es breve pero sacude los cimientos de Ermua: “Nos han confirmado que Miguel Ángel ha sido asesinado”. Y un rugido de espanto se mezcla con la rabia contenida desde el pasado 10 de julio. El pueblo estalla en mil lamentos distintos, inteligibles. Las tripas del pueblo rugen por el asesinato de uno de los suyos. Suenan como si mil cañones dispararan al unísono.

“No son vascos, son asesinos”, “hijos de puta”, “Miguel, Miguel, Miguel…”. La furia y el ruido de la masa. La agitación, el nervio… La calle y la gente, la gente y la calle… Mimetizados en un solo cuerpo, sedientos de ley… incontrolables. Totorika se da cuenta y conmina a sus paisanos a una marcha en repulsa del asesinato. A esa misma hora, casi en paralelo, la familia de Miguel Ángel Blanco viaja a toda velocidad hacia San Sebastián con la esperanza de que el coma que sufre el concejal pueda ser reversible. Las informaciones son confusas. Por un instante, rebrota la esperanza de que pueda aguantar con vida.

ETA ha cumplido su amenaza. Unos cazadores han encontrado el cuerpo maniatado de Blanco con dos tiros en la cabeza. Estaba muy cerca de Lasarte, a 50 kilómetros de Ermua. El joven de 29 años aún estaba con vida cuando ha llegado al Hospital de Arantzazu, en Donostia. No obstante, los daños son irreversibles. Su familia llega al centro hospitalario. La ilusión se desvanece en cuanto ponen pie a tierra. Sólo pueden abrazar el cuerpo inerte del joven que quería ser músico.

El espíritu de Ermua 

El asesinato de Miguel Ángel Blanco enciende el valor de sus vecinos y el de los vecinos de otros pueblos vascos. Ese valor recorre Euskadi hasta rebosar sus fronteras y extenderse por toda España. Cientos de miles de personas salen a la calle. Da igual la hora, tampoco importa si hay una convocatoria oficial o no. En el País Vasco, decenas de ertzainas se quitan el pasamontaña y se abrazan con los ciudadanos que protestan delante de las sedes de Herri Batasuna y de las herriko tabernas.

La violencia engendra violencia. Arden algunos centros abertzales en varios municipios. Carlos Totorika sabe que su pueblo es un polvorín de sentimientos enfrentados y trata de calmar a la gente. Han caminado durante cuatro horas para condenar el crimen. Sin embargo, no resulta suficiente. Con la noche sobre la localidad vizcaína, el propio Totorika tiene que empuñar un extintor para apagar las llamas que devoran una sede radical. El alcalde insiste: “No podemos ser como ellos”.

En otras poblaciones vascas la gente se manifiesta por barrios de Batasuna. La ciudadanía mira por primera vez a los ojos de los verdugos. Mientras tanto, el cuerpo sin vida de Miguel Ángel Blanco aguarda el momento de volver a su pueblo. Ermua albergará el próximo lunes 14 de julio un auténtico funeral de Estado al que asistirán el príncipe Felipe y todos los presidentes del Gobierno desde la Transición hasta ahora.

Muere el concejal que tocaba la batería, el melómano empedernido. Un joven de 29 años al que no le dio tiempo a casarse con su chica de toda la vida. El hijo afable, el hermano amigo, ya no tendrá ocasión de ayudar a su madre en casa, tampoco volverá a pasear por Galicia en compañía de su padre. Muere Miguel Ángel Blanco Garrido. Nace un mito.