La ruta de España llena de cascadas que casi nadie conoce: también tiene tesoros ocultos
En el corazón de Galicia, en el norte de España, donde la historia industrial se funde con la exuberante naturaleza, se encuentra una ruta de senderismo que es mucho más que un simple paseo por el bosque. Se trata de un viaje al pasado, un recorrido que serpentea entre ruinas de antiguas fábricas de papel, cascadas cristalinas y bosques frondosos, ofreciendo una experiencia única.
Este sendero, de aproximadamente 20 kilómetros, bordea los ríos Vilacoba y San Justo en el municipio de Lousame, al suroeste de la provincia de La Coruña. Con inicio en el Parque de San Mamede, el trazado permite adentrarse en pasadizos naturales que desembocan en antiguas fábricas de papel, como las de Brandía, Fontán o A Galiñeira. A lo largo del camino, el visitante se sumerge en un patrimonio industrial olvidado, donde la piedra dialoga con la vegetación y cada fábrica abandonada es testigo de una Galicia que fue un gran motor económico en los siglos XIX y XX.
La ruta más bonita de España
Caminar por la ruta de Lousame es como abrir un libro antiguo escrito entre árboles, agua y piedra. Desde el Parque de San Mamede, punto de inicio del itinerario, el sendero se interna en una Galicia salvaje y tranquila a la vez, donde el verde parece tener 1.000 tonalidades. Lo primero que llama la atención es el ambiente: fresco, húmedo, con ese olor a tierra mojada y madera que solo se encuentra en los bosques gallegos. A medida que uno avanza, se deja atrás la sensación de estar en el presente. Aquí el tiempo se diluye entre canales olvidados y muros de piedra colonizados por la naturaleza.
El recorrido discurre paralelo a los ríos Vilacoba y San Xusto, que guían al senderista como un hilo de agua entre las curvas del terreno. No hay prisa. Cada paso es una invitación a detenerse, a observar cómo el musgo tapiza los restos de antiguas fábricas de papel (como las de Brandía, Fontán o A Galiñeira) que parecen dormidas, como si aún esperaran el sonido de las máquinas y el bullicio de los obreros. Son estructuras que datan de los siglos XIX y XX, cuando esta zona era un punto clave en la actividad papelera de Galicia.
Ruinas que cuentan historias
Una de las particularidades más notables de esta ruta es cómo la arquitectura industrial abandonada se funde con la vegetación. No son simples ruinas: son fragmentos de un pasado que se resiste a desaparecer. Las antiguas fábricas de papel, en su mayoría de piedra, aparecen como fantasmas en medio del bosque. Algunos tramos permiten incluso entrar en ellas, siempre con cuidado, para descubrir muros que todavía se mantienen en pie, restos de chimeneas o arcos que sostuvieron un día tejados hoy devorados por los árboles.
Estos edificios, ocultos entre la espesura, hablan de una Galicia trabajadora, con un marcado pasado industrial. Caminar entre sus restos genera una mezcla de emociones: asombro, respeto y una cierta nostalgia por lo que fue. No hay carteles turísticos ni demasiadas indicaciones; eso convierte la experiencia en algo casi íntimo, personal. El viajero se convierte en explorador, descubriendo una historia que no está en los museos, sino escrita sobre la piedra y el musgo.
El agua como guía y compañea
A lo largo de la ruta, el sonido del agua es una constante. El rumor de los ríos, el susurro de pequeños arroyos, el estruendo puntual de alguna cascada. El agua fue, en su día, la fuente de energía que movía la industria de la zona, y hoy sigue siendo protagonista del paisaje. Una de las joyas del recorrido es la cascada de Toxosoutos, situada muy cerca del antiguo monasterio del mismo nombre, fundado en el siglo XIII. Allí, la naturaleza parece haberse apoderado por completo del entorno, creando una estampa de postal donde la historia y lo salvaje se abrazan sin resistencia.
Pero hay más. Canales de agua cuidadosamente trazados, presas antiguas y molinos en ruinas salpican el camino, recordando el ingenio hidráulico que durante siglos permitió a estas tierras prosperar. Cada estructura tiene un propósito, una lógica. Y aunque muchas ya no están en funcionamiento, conservan una dignidad silenciosa, como si aún quisieran demostrar su valor en la vida de las generaciones pasadas.
Miradores, minas y sorpresas ocultas
El itinerario está lleno de rincones inesperados. Algunos, como el mirador del Monte da Muralla, ofrecen vistas panorámicas que cortan la respiración. Desde allí, en los días despejados, se puede ver la Ría de Muros-Noia, las colinas onduladas que definen el paisaje gallego y, a lo lejos, los perfiles difusos de otros pueblos.
Esta ruta en el norte de España el lugar perfecto para detenerse, respirar profundo y sentirse pequeño ante tanta inmensidad. Otro enclave que merece una parada es la mina de wolframio de San Finx, un testimonio de la actividad minera que marcó el siglo XX en Galicia.
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