¿Por qué no se rompen las alas de los insectos?
Las venas de las alas de los insectos las hace sumamente resistentes
Es curioso, pero lo cierto es que no se rompen las alas de los insectos. Pero, ¿cuál puede ser el motivo de que esta parte de su cuerpo sea tan resistente? A continuación, trataremos de dar respuesta a esta curiosa cuestión.
Y para hacerlo, lo mejor será mirar en la revista especializada PLos ONE el estudio llevado a cabo por científicos del Trinity College de Dublín. En el mismo, demostraron que las alas de los insectos que habitan nuestro planeta aparentan ser frágiles, pero no lo son en absoluto.
Para ello, observaron alas de insectos como libélulas o saltamontes, plagadas de venas. Y resulta que precisamente esas venas son las que evitan las roturas, pues dividen en compartimentos la zona para que no se estropeen.
Descubre por qué no se rompen las alas de los insectos
El ejemplo más gráfico que usaron los expertos fue el de la Schistocerca gregaria, es decir, la langosta del desierto. Este insecto vuela durante días y atraviesa océanos y grandes distancias desérticas agitando alas con un grosor que triplica en delgadez a un cabello humano.
Estas langostas soportan vientos huracanados, altas temperaturas y todo tipo de inclemencias durante estos extensos vuelos, y sus alas y cuerpos no sufren el mínimo daño. ¿Cómo puede ser?
Pues no se rompen las alas de los insectos como la langosta del desierto gracias a la cutícula que forman en las alas y en el cuerpo, ya que es el segundo material más abundante en el mundo y uno de los más resistentes de cuantos existen en el planeta.
Realizando muescas en las membranas de los insectos, los científicos pudieron observar y filmar el proceso a la vez que medían la fuerza que hacía falta para crear fisuras. Y aquello que en principio no parecía muy resistente, una vez analizado pormenorizadamente en las grabaciones, permitió comprobar que las grietas realizadas no se expandían una vez chocaban con las venas membranosas. Así pues, demostraron que estas barreras dotaban a las alas de insectos de un 50% más de resistencia.
Acabado este proceso, los investigadores midieron el tamaño, así como la forma de unas 1000 celdas que se encontraban en cada ala para identificar que cada espacio entre vena y vena es conocido como punto crítico de fisura. Es decir, ese es el lugar en el que las grietas menores dejan de extenderse. O sea, que con esa distribución venosa entrecruzada, las fisuras se paran antes de alcanzar un tamaño crítico que les pudiera hacer perder ligereza.
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