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Madrid en la posguerra precisó de una organización nocturna que dependía de trabajadores que asumían funciones vinculadas al alumbrado, la vigilancia y el control de incidencias en calles poco transitadas. En esta dura etapa, la limitación en cuanto a materiales y a la renovación urbana, justificaron la apariencia de oficios que involucraban tareas destinadas a mantener el orden.
Con el paso del tiempo, ese modelo laboral dejó una estela de testimonios familiares y documentos institucionales que permiten reconstruir una función ya desaparecida. Su evolución está ligada al crecimiento de la ciudad, a las condiciones del espacio público y a la incorporación de tecnologías que acabarían por sustituirlo.
¿Cuál fue el oficio que marcó las noches de Madrid en la posguerra?
Ese trabajo se conoció como sereno, una figura vinculada históricamente al alumbrado nocturno y a la custodia de las llaves de los portales. Desde el siglo XVIII, su presencia cubría necesidades básicas en una ciudad que aún no disponía de iluminación suficiente ni de una estructura policial capaz de atender todos los incidentes nocturnos.
En el Madrid de la posguerra, su labor se hizo especialmente relevante: activar farolas, recorrer calles con regularidad, anunciar la hora y alertar sobre emergencias formaban parte de una rutina establecida por reglamentos antiguos.
La historiadora Sonia Taravilla, creadora de la cuenta Instagram @el_sereno_de_madrid, explicó que «se dio cuenta de que apenas una generación recordaba lo que era un sereno».
Su investigación muestra cómo esta figura se institucionalizó con Carlos III y Carlos IV, y cómo las normas exigían voz firme, resistencia física y capacidad para mantener la calma en situaciones imprevistas. Aunque no tenían autoridad formal, su presencia servía como elemento disuasorio y como referencia para los vecinos.
El oficio se organizaba en demarcaciones fijas y funcionaba a partir de propinas. Las zonas más pudientes aportaban mayores ingresos y en distritos con menos recursos la situación era más precaria. Por ello, la mayoría tenía un segundo empleo que completaba su economía.
Los vínculos vecinales y la memoria familiar que dejó el Madrid de la posguerra
La relación entre los serenos y los barrios fue intensa. El testimonio de Paqui Vallejo, hija de un trabajador de Manoteras, ilustra ese vínculo.
Su padre alternaba jornadas en la construcción con turnos nocturnos y dependía de las propinas que ofrecían vecinos y comercios. La ausencia de un salario fijo y la carga de horas influyeron en la vida familiar, algo habitual en muchos distritos.
Aun así, el contacto diario con los residentes generó una cercanía particular. Los serenos conocían los horarios de las viviendas, distinguían ruidos habituales y detectaban situaciones anómalas.
También acompañaban a personas que regresaban tarde, buscaban ayuda médica o avisaban si se producía un incendio. Este papel social, no regulado, reforzaba la percepción de que eran parte del entramado de cada barrio.
Los documentos del Instituto de Estudios Madrileños, publicados en los años 70, describen rondas estructuradas, cantos de hora cada ciertos metros y avisos continuos mediante silbatos.
También recogían quejas por retrasos salariales, huelgas y situaciones en las que algunos trabajadores descuidaban sus responsabilidades. La precariedad formaba parte del oficio, pero también lo hacía la utilidad que aportaban en momentos críticos.
Indumentaria, funciones y expresiones populares de los serenos
El uniforme tradicional incluía capote gris, gorra, farol, chuzo y un manojo amplio de llaves. El uso frecuente del silbato terminó originando expresiones como «tomar algo por el pito del sereno». La imagen del trabajador nocturno, con accesorios que evolucionaron con los años, formó parte del imaginario madrileño y aparece en fotografías de distintas décadas.
En otras ciudades españolas también se consolidaron variantes del oficio. En Valencia, por ejemplo, surgió a partir de antiguos coheteros que quedaron sin empleo en el siglo XVIII.
Allí, su grito característico combinaba la hora con el estado del tiempo: «¡La una en punto y sereno!». En Badalona tenían una función añadida: despertar a pescadores que dejaban cuerdas con nudos indicando la hora.
El declive, la modernización y la figura de Manuel Amago, el último sereno
La aparición de porteros automáticos, nuevas cerraduras y una organización moderna de la seguridad provocó el declive del oficio en los años setenta. En Madrid desapareció oficialmente en 1977.
No obstante, algunos continuaron por cuenta propia, como Manuel Amago, cuya actividad se mantuvo especialmente en la zona de Manuel Becerra. Vecinos del entorno colocaron una placa en su honor, agradeciendo décadas de trabajo y recordando su presencia nocturna.
Tras desempeñar funciones en varios puntos de la capital desde mediados del siglo XX, Amago quedó como último referente del oficio. Su fallecimiento en agosto de 2025 simbolizó el cierre definitivo de una etapa. Con él desapareció el último nexo vivo con una forma de organización urbana que había acompañado a la ciudad durante generaciones.
Hoy, algunas iniciativas cívicas en distintas ciudades tratan de recuperar parcialmente servicios de acompañamiento nocturno, aunque sin reproducir la estructura original. Estas propuestas muestran cómo ciertos elementos de convivencia mantienen vigencia, incluso cuando los oficios de la posguerra que los originaron han desaparecido.
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