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Descubre las mejores frases de Rafael Alberti

Representante de la Generación del 27, el escritor español Rafael Alberti no solo fue conocido por sus obras, sino también por su vida política.

Representante de la Generación del 27, el escritor español Rafael Alberti no solo fue conocido por sus obras, sino también por su vida política.

Concretamente, tuvo que exiliarse cuando Franco estuvo en el poder porque fue miembro del Partido Comunista. Pero evidentemente lo conocemos por su legado de escritor. Conocemos algo más de él a través de las frases de Rafael Alberti.

Si mi voz muriera en tierra, llevadla al nivel del mar y dejadla en la ribera.

Hace falta estar ciego, tener como metidas en los ojos raspaduras de vidrio, cal viva, arena hirviendo, para no ver la luz que salta en nuestros actos, que ilumina por dentro nuestra lengua, nuestra diaria palabra.

Alma en pena: el resplandor sin vida, tu derrota.

A través de los siglos, por la nada del mundo, yo, sin sueño, buscándote.

Dame tú, Roma, a cambio de mis penas, tanto como dejé para tenerte.

Se equivocó la paloma, se equivocaba. Por ir al norte fue al sur, creyó que el trigo era el agua. Creyó que el mar era el cielo que la noche la mañana.

Nunca escribió su sombra la figura de un hombre.

Si mi voz muriera en tierra, llevadla al nivel del mar y dejadla en la ribera.

Y el mar fue y le dio un nombre, y un apellido al viento, y las nubes un cuerpo, y un alma el fuego. La tierra, nada.

Yo no quiero morir en tierra: me da un pánico terrible. A mí, que me encanta volar en avión y ver pasar las nubes, me gustaría que un día el aparato en el que viajo se perdiera y no volviera. Y que me hicieran un epitafio los ángeles. O el viento.

Yo nunca seré piedra, lloraré cuando haga falta, gritará cuando haga falta, reiré cuando haga falta, cantaré cuando haga falta.

Ángeles buenos o malos, que no sé, te arrojaron a mi alma.

Buscad, buscadlos: En el insomnio de las cañerías olvidadas, en los cauces interrumpidos por el silencio de las basuras. No lejos de los charcos incapaces de guardar una nube, unos ojos perdidos, una sortija rota o una estrella pisoteada.

Yo te arrojé de mi cuerpo, yo, con un carbón ardiendo.

Cuando tú, al mirarme en la nada, inventaste la primera palabra. Entonces, nuestro encuentro.