El ántrax, una peligrosa y letal arma biológica
La Segunda Guerra Mundial introdujo en el panorama bélico una nueva y letal arma, cuya solución no es un escudo ni una pistola. Un enemigo tan silencioso como mortífero que se popularizó en la contienda como “arma biológica”. Una nueva herramienta que ha dejado para la posteridad las masacres que ocasionaron los bombardeos con napalm, las tremendas explosiones de Hiroshima y Nagasaki y, más recientemente, el ántrax.
En 2001 un terrorista llamado Ivins perpetró un atentado «de última generación» contra el gobierno de Estados Unidos empleando sobres con harina y el elemento secreto: ántrax. Esta vez las 22 víctimas serían periodistas y políticos, de los cuales 5 perdieron la vida.
¿Cómo ataca el ántrax?
El carbunco, el ántrax maligno o el común aunque sea erróneamente llamado ántrax, es una enfermedad infecciosa cuya culpable es la bacteria Bacillus anthracis. Este elemento se encuentra especialmente en los suelos y a menudo infecta a animales salvajes, como es el caso de los chimpancés de Taï, que han sufrido un peligroso brote de la bacteria. También lo padecen los animales domésticos, especialmente cabras, vacas y ovejas. Una enfermedad que los trabajadores agrícolas ya conocían y habían superado tras haber entrado en contacto con lana, piel o huesos de animales infectados por carbunco.
Te preguntarás si esto puede matar a los humanos. Y aquí conviene separar los diferentes tipos de ramas del ántrax. El ántrax cutáneo, de fácil contagio, es el más inofensivo gracias a los avances de los antibióticos. Por otro lado se encuentra el ántrax gastrointestinal y, por último, el ántrax pulmonar. La rama más mortífera, hasta en un 95% de los casos, lo que hace de ella una aliada perfecta en la guerra biológica.
Aliado del bioterrorismo
Para desvelar el origen del bioterrorismo debemos remontarnos a la Primera Guerra Mundial, cuando desde los países escandinavos se usó para defenderse de las fuerzas rusas. Pero en la Segunda Guerra Mundial se buscaba la masacre, y el ántrax era una gran ayuda, ya que podía crearse en cualquier laboratorio y haciendo gala del carácter resistente de la bacteria Bacillus anthracis, sus infecciosas esporas podían mantenerse inactivas durante años tras ser aerosolizadas.
Ya expulsadas, solo quedaría esperar a que entraran en un organismo vivo y, una vez allí, lo destrozaran. Eso es lo que hizo el ejército británico con el ganado alemán, buscando la eliminación de todo sustento que pudiera abastecer a los soldados de Hitler.
Como adelantábamos en la entrada, en los cuarenta el Mundo se convirtió en un campo de pruebas en el que los derechos humanos poco o nada importaban. Los ataques solían ir dirigidos a poblaciones débiles y mermadas que “nadie iba a echar de menos”, pero esto solo era un experimento para arrasar con las grandes ciudades, el verdadero objetivo en esta guerra de situación. Y, quien sabe, en las guerras venideras.