Imagine Dragons evoluciona hacia la perfección en el Palau
El anagrama desconocido que se esconde tras el nombre de Imagine Dragons provocó el delirio en el todavía esbozo de sus acordes. Montjuic encontraba un recodo de felicidad, un equilibrio idóneo en las afueras de un Palau Sant Jordi que se vistió de gala, con el tiempo acompañando, para la visita de los jugadores de Las Vegas. La espera para los curiosos fueron los minutos antes de una primera cita: interminables.
El rayo aterrizó y se desataron los truenos en la garganta de Dan Reynolds. El arcoiris artificial de Evolve iluminó los rostros de los cuatro mesías musicales de Las Vegas: el momento del reencuentro de Imagine Dragons con Barcelona había llegado. El líder de la banda entonó las primeras notas de I don´t know why ante un público con un exceso de ganas, como el mono de un drogadicto.
Todavía con sudadera, Dan Reynolds se disfrazó en una mezcla entre Chris Martin y Bruce Springsteen con movimientos arrítmicos en el escenario, llenos de potencia, contagiando a los afortunados que estaban en pista y levantando a los más tímidos en las gradas. El outfit de combinación hortera en cualquier ciudadano, desprendía el rollazo urban que sólo puede cuadrar en un escenario. Combinó con un español de preescolar, esforzándose por ganarse a un público que alucinaba. Alma de líder.
La setlist había llegado en forma de regalos pretéritos y futuros. Una selección perfecta, de gourmet, entonando clásicos de su época más oscura, de sus visiones nocturnas, su juego de humo y espejos, y su evolución definitiva. Desde su época más oscura en el desesperado himno de Gold, pasando por la felicidad y esperanza de sus inicios en It`s time o Demons, alcanzando el punto álgido de su percusión en Whatever it takes. Himno tras himno. Épica de estadio en un ‘pequeño’ pabellón.
La película pasaba sin descender el nivel entre canciones más desconocidas para el respetable, como el caso de Yesterday, I´ll make it up to you, Mouth of the River o Rise Up, todas ellas de Evolve. Todo se unía formando una homogeneidad asombrosa, convenciendo a los más dubitativos a ser adeptos a su religión. Creyentes. Believers.
Se marcharon a un escenario B, situado en el centro del Palau, para entonar la nueva Next to me, Bleeding out y I bet my life. Se fundieron todavía más con los fieles y, en otro guiño a la banda de Chris Martin, sonó el discurso de Chaplin en El gran dictador. Rompió Thunder en estridente épica haciendo de telonera de esa canción por la que merecía la pena cualquier desconocimiento (si es que lo había) de la banda: Radioactive.
Una percusión de piel de gallina durante los siete minutos de tambores, agudos en la guitarra de Wayne Sherman, sintetizadores y potencia desmedida en las cuerdas vocales de Dan Reynolds. Subieron por una escalera ingrávida sin vencer, lanzaron llamaradas a un escenario que no se abrasó de escucharlos y que ya cuenta la horas de un nuevo delirio de fuego de Imagine Dragons en el futuro.
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