Hamburgo: puerto, cultura, mercaderes y código de honor
El carácter de Hamburgo (Alemania) está marcado por el comercio y el agua. La ciudad y el puerto son dos conceptos indisolubles, es harto complicado hacer una división clara entre ambos, ya que el espacio, tanto desde el punto de vista urbanístico como económico y social, está conformado a través de un discurso comercial regido por la honorabilidad de los hombres de negocios. El maridaje del agua, la residencia y el trabajo inspira la concepción urbana del puerto.
Miguel Aguiló, director de Política Estratégica de ACS, que ha llevado a cabo el octavo tomo de la colección de monográficos de las grandes ciudades del mundo de ACS, explica con detalle que la esencia de Hamburgo reside en su carácter comercial. “La gracia es que el puerto está en el origen de la ciudad y es indisoluble de la misma. Y eso es así”, apunta, “porque la ciudad no ha dependido jamás ni de un príncipe, ni de la Iglesia, ni de nobles, ni tampoco de una dinastía que diera paso a otra. Es decir, siempre ha estado dominada por el gobierno de los propios comerciantes, entendían las ciudades a través de sus negocios y unos códigos de honor muy estrictos”.
En Hamburgo, detalla Aguiló, había dinastías naviero-financieras como los Vorweck, los Warburg, los Woerman o los Laeisz, entre muchas otras, que mantenían una gran presencia institucional y participaban en la vida pública de la ciudad. “Los grandes mercaderes, por la mañana, estaban pendientes de sus negocios de ultramar; mientras que por la tarde, se entregaban con espíritu a todo lo que pudiera necesitar la ciudad”, explica Aguiló. Es decir, mezclaban sus intereses de ultramar con los propósitos urbanos de medio y largo plazo, por lo que tuvieron un destacado papel en la conformación del carácter ciudadano.
Cuando se consolidó con la república hanseática –Bremen, Hamburgo y Lübeck– tras el Congreso de Viena de 1815, hubo un sistema asociativo en negocios que estaba liderado por estas élites, conocidas como las Primeras Familias, personas procedentes de la burguesía hereditaria como, por ejemplo, alcaldes, senadores o diplomáticos. “Thomas Mann, miembro de una familia burguesa de Lübeck, retrató a una de estas familias muy bien en su novela ‘Buddenbrooks’ (1901), por la que se llevó el Premio Nobel de Literatura en 1929, donde se retrata un modo de vida y una visión del mundo de estas ciudades ligadas al comercio marítimo”, describe.
En la misma línea, además, destaca Aguiló que, efectivamente, estas oligarquías gobernantes “se comportaban honorablemente porque, si no desempeñaban su labor, ya fuera privada o pública, con honor dejaban de lado los negocios con ciertos apellidos porque se entendía que si no había equilibrio no eran de fiar y esto, claramente, perjudicaba de lleno a la ciudad”.
El peso del humanismo y la cultura
Hamburgo siempre se ha sostenido sobre su comercio, desde el S. XVIII, sus lazos comerciales se extendieron por todo el mundo. Concretamente, sus negocios con España, Países Bajos, Italia e Inglaterra convirtieron a la ciudad alemana y a sus banqueros mercaderes en la envidia del mundo. “Era un verdadero intercambiador de todo tipo de mercancías y, además, de información y, por supuesto, cosmopolitismo y humanismo”, apunta Aguiló.
Prueba de esto último es la que Hamburgo, la ciudad portuaria con negocios de ultramar, contaba con una de las escuelas de estudios humanistas más importantes de Europa que se convertiría en un espacio de ideas y pensamiento que eran exportadas por el mundo.
De hecho, a principios del S. XX, y debido a la tranquilidad y el pensamiento libre de la República de Weimar, en la ciudad hubo una revolución histórica y cultural donde estaban presentes figuras tan importantes como Aby Warburg –millonario interesado en las artes y las humanidades que se definía a sí mismo como “hamburgués de corazón, judío de nacimiento y florentino de espíritu”–, Panofski o Cassirer, entre otros, que conformaron la conocida ‘Escuela de Hamburgo’, la cual se trasladaría a EEUU con la llegada del nazismo.
Al otro lado del Atlántico, además, hubo una intensa fascinación por toda la efervescencia de las artes, especialmente por la Bauhaus impulsada por Walter Gropius. Tanto es así que en 1938, apenas unos años después del exilio masivo de los artistas multidisciplinares, se organizó una gran exposición en el MOMA de Nueva York, una muestra que contribuyó a la admiración absoluta por las artes procedentes de Weimar.
La entrada de la modernidad en Hamburgo
La modernidad entra en la ciudad de Hamburgo de la mano de Fritz Schumacher, arquitecto procedente de Bremen y figura clave en el ideario impulsado por la Bauhaus, ya que también, al igual que Gropius o Mies Van der Rohe, había trabajado en el estudio de Peter Behrens –autor de la famosa fábrica de turbinas de AEG en Berlín–.
Tal y como explica Aguiló en este libro monográfico de Hamburgo, Schumacher fue el primero en usar el término de ‘escuela de arte unificada’, un nuevo tipo de escuela donde se aglutinan todas las artes –tanto las plenamente teóricas, estéticas como artesanales ligadas a los oficios– y se crean sinergias entre ellas.
Es decir, lo que más tarde fue la Bauhaus, pero que en 1910 sólo era una idea que no se había materializado. Tenía este arquitecto la preocupación, así como la intención, de crear una enseñanza inclusiva de todos los oficios relacionados con el diseño de los construido. Por ello, detalla el catedrático de la UPM, propuso combinar los talleres de maestrías de artes y oficios, así como sacar los estudios de arquitectura de las universidades para formar escuelas de diseño artístico.
Se trata, no obstante, de una preocupación y una ambición de todos los contemporáneos que cristalizaría años más tarde en una modernidad que estaba encarnada a la perfección en la escuela de Gropius en Bremen y, más tarde, en Dessau por motivos de ideologías reaccionarias. Frente a esto, es cierto, tal y como expresa Aguiló, Hamburgo era una ciudad con corazón comercial y, de frente a la Bauhaus, tenía un peso algo más ligero en las corrientes estéticas y filosóficas, pero no por ello menos decisivo gracias a la presencia de Schumacher.
El arquitecto y teórico llegó a Hamburgo como director de edificios estatales con el fin de poner en marcha más áreas verdes, edificios con alturas de cinco pisos como máximo, así como áreas residenciales inundadas de luz y naturaleza. Monumentalizó las construcciones usando ladrillo, azulejos y esculturas, “mientras abría camino en Hamburgo a una arquitectura más expresionista”. Combinó lo antiguo con lo nuevo, por eso utilizó muchísimo el ladrillo, porque era un material usual en las construcciones de fábricas y espacios industriales.
La última gran transformación: HafenCity y la Elbphilharmonie
Comenzaban los años 90 y la ciudad comenzó la última transformación urbanística y, una vez más, todo estaba organizado a través de algunos ejes nada desconocidos para Hamburgo: el puerto, el urbanismo y las artes. En esta etapa se comenzó a levantar el conocido Proyecto HafenCity volcado en la diversidad de usos terciarios y conseguir mover el centro de la ciudad hacia el sur como camino de futuro para su permanente expansión.
Con respecto a la cultura, prácticamente presente en todas las etapas de transformación de la ciudad, se introducen antecedentes de la música, el arte y la imagen, se hace un repaso por museos, teatros y auditorios. Pero, sin duda, de este momento hay que destacar la gran Elbphilharmonie –Filarmónica–, construida por Grupo ACS, proyectada por Herzog & de Meuron miraron a la tradición del ladrillo para conformar la base del edificio, pero miran mucho más allá que los antepasados de Hamburgo al elevar su altura incluyendo un conspicuo de vidrio para albergar nuevas funciones del espacio.
En este sentido, recordemos, se trataba de un almacén donde se guardaban los sacos de cacao y de café. Además, su silueta, y de cara a la ciudad, lo que consiguen estas formas es suavizar la presencia permanente de las grúas que salpican todo el paisaje urbano. Según explica David Koch, arquitecto de ACS, la construcción fue muy compleja, ya que la sala de conciertos, el cuerpo de vidrio tuvo que ser construido sobre una arquitectura existente, la cimentación se hizo sobre el río Elba y los ladrillos tuvieron que ser renovados porque estaban muy gastados al estar a la intemperie.
En definitiva, añade, ha sido un proyecto donde se han superado los desafíos, así como un espacio que es un hito arquitectónico y musical de la ciudad. “Toda la complejidad ha sido superada gracias a la colaboración de todos los participantes en el proyecto bajo la dirección de Hotchief. Contribuyó de manera significativa al hecho de que Hamburgo pueda usar ahora con orgullo su Sala Filarmónica del Elba”, concluye.
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