Cultura
Hablemos Rápido.

Gabriela Ybarra: “Me costó mucho hablar de la amenaza de ETA, era algo que te enseñaban a no contar”

Escritora. Gabriela Ybarra (Vizcaya, 1983) es autora de ‘El Comensal’, un libro pequeño, breve y delicadísimo donde narra el asesinato de su abuelo, Javier Ybarra, a manos de ETA en 1977, y la muerte de su madre a causa de un cáncer. Ahora este relato intimista que, según la autora, tan duro fue de escribir y de contar porque eran dos historias muy personales, se ha adaptado a una película dirigida por Ángeles González – Sinde, la ex ministra de Cultura.

“El hecho de que mi padre estuviera amenazado era incómodo para nuestra vida. A veces, en lugar de descargar mi rabia contra los que le amenazaban, pagaba mi rabia con él porque siempre estaba pensando que nos pasaría algo”, explica Ybarra con serenidad. “Más tarde me di cuenta de que había sido muy injusta, las amenazas terroristas se llevan en absoluta soledad”, concluye.

Ybarra está escribiendo de nuevo, tampoco en esta ocasión ha podido dejar de lado el terrorismo, ese aspecto de su vida sobre el que tantísimo le costó escribir. “Fue difícil escribir el libro y hablar de él. Es decir, hablar de cosas que siempre me habían dicho que no se contaban”, concluye.

Cuando se habla de ETA, por ejemplo, hay quienes hablan de las víctimas usando los términos morir y matar como si fueran sinónimos. El final es el mismo, claro, sin embargo, es obvio que la matización entre ambos verbos es fundamental, ¿no crees?

Las etiquetas «asesinado» o «víctima de ETA» tienen casi el poder de borrar la biografía de las personas sobre las que recaen. Muchas veces, tal como aparecen representadas en los medios de comunicación, parece que la vida de las víctimas del terrorismo empieza y termina en el momento del atentado, reduciendo su historia personal al momento de su muerte. Además, para resarcir el horror que produce una pérdida así, se tiende a dar un halo de héroe o de santo al fallecido. A mí me resulta incómodo que se presente a las víctimas de ETA como seres moralmente superiores porque de alguna manera se niega su humanidad. A mí me gustaría que se hiciera un esfuerzo para reconocer la humanidad de los asesinados.

¿Crees que se anula la identidad real porque se convierten sólo en una víctima de terrorismo y en nada más?

Es que el hecho de ser asesinado, por ejemplo, dice poco de mi abuelo como persona. No dice nada de quién era como ciudadano, como político, como marido, como padre, ni de la labor que hizo en los reformatorios de menores o de su interés por el patrimonio y la cultura vasca. Mi abuelo, como todos, era una persona con muchas facetas y en algunas sería mejor que en otras. Creo que es importante recordar que no hace falta ser perfecto para que no te maten. Nuestras vidas son todas imperfectas, pero preciosas, y nadie tiene el derecho de arrebatárnoslas en nombre de ninguna causa. Lo que sí que deja siempre un asesinato es un trauma difícil de digerir para los que se quedan y, si el duelo no se elabora bien, se transmite a la siguiente generación.

Al leer el libro hay varios aspectos que impactan. Uno de ellos, sin duda, es la serenidad con la que tu abuelo afronta que el final es que lo maten. Los etarras entran en su casa, se lo llevan y no se opone, sencillamente asume su muerte y reza.

Hay diferentes maneras de vivir la religión, ¿no? Creo que él ve y asume que no tiene ningún control sobre lo que va a pasar, de modo que simplemente se pone en manos de la voluntad de Dios. De alguna forma, esto también lo hizo mi madre cuando estaba enferma, aunque no fuera tan creyente, pero también se entregó a lo que pudiera pasar. Los dos afrontaron, o al menos me gusta pensar eso, que asumieron una amenaza de muerte muy grande como es un cáncer o estar secuestrado por unos tíos armados, con sencillez. Creo que si en ese momento te sale una parte soberbia te mueres mal. O si te refugias en que haya un milagro o en que alguien te salve pensando que eres lo más importante también te vas a morir mal porque, de alguna forma, no vas a poder dedicar tus últimos días a hacer cosas importantes como, por ejemplo, reflexionar sobre tu vida o encontrarle un sentido a tu dolor.

Pero, Gabriela, hay una diferencia enorme entre ambas muertes. A tu madre sí que le dio tiempo a eso, pero a tu abuelo no.

Bueno, sí, pero a mi abuelo también le dio tiempo a reflexionar mucho, escribió muchas cartas y, fíjate, creo que ahí la religión le ayudó a dar un sentido a aquella situación terrible por la que estaba pasando.

Sé que la política no es algo que te entusiasme comentar, al menos en público. Pero, a tu abuelo lo mata ETA y tu padre siempre ha llevado escolta por amenazas. ¿Cómo se ve desde tu prisma a un Gobierno –como el actual– que gobierna con el apoyo de formaciones políticas que no condenan los asesinatos de ETA o siguen haciendo homenajes a etarras?

Mira, si te soy sincera, no es algo en lo que suela pensar, la verdad. Al final estoy en mi día a día…

Ya, pero, no sé, no te inunda la rabia, aunque sea a veces, ¿de verdad?

No, nunca he tenido rabia. Y no es por ir de buena, siempre me he relacionado con los etarras como si fueran unos entes de ficción, como si no fueran de este mundo. No los he visto, no me he enfrentado a ellos, ni nada de nada. Al final, y quizá te sorprenda, con quien injustamente he descargado mi rabia ha sido con la gente que tenía al lado como, por ejemplo, puede ser mi padre.

¿Por qué?

Porque al final vivir una situación así te puede dejar tocado y, entonces, hay comportamientos que no entiendes. Además, el hecho de que mi padre estuviera amenazado era incómodo para nuestra vida, por eso, supongo, en lugar de enfadarme con ETA me enfadaba con mi familia cercana. Te dices a ti mismo: “Madre mía, este tío, que está pensando todo el día en que nos puede pasar algo malo. ¡Qué cenizo!”. Y esto es algo que escribiendo el libro me di cuenta y me dije a mí misma: Qué injusticia, ¿no? Que tu propia familia no sea capaz de ver más allá.

Pero, claro, en ese miedo de tu padre también estaba vuestra propia protección, no sólo la suya. Debe ser muy incómodo vivir de esa forma, con alguien siempre a tu lado y tomando unas precauciones que alguien que nunca ha estado amenazado por ETA no llegamos a entender.

Claro. Te parece un incordio y al final te quedas con eso porque sueles pensar en todas las cosas que no puedes hacer, pero no en que te pueden matar. Creo que hay como un nivel de vida de mucho horror y de malestar que podemos soportar, sin embargo, a veces hacemos como si no existiera porque, si no fuera así, viviríamos en un ataque de pánico constante. Hay tantos males que pueden llegar que si lo tienes presente todo el tiempo no vives. Creo que en esta negación de la existencia del peligro hay mucho de supervivencia.

¿No se vive más a fondo? No digo quemando todas las naves, pero sí pensando en el peligro que se esquiva día a día cuando ETA te tiene en el punto de mira como le pasaba a tu padre.

Sí, pero, mira, incluso habiendo una amenaza real, no puedes vivir 24 horas al día pensando en ello. En realidad, la mayor parte del tiempo se te olvida, sólo se hace presente en momentos muy concretos. Son como apariciones casi fantasmales, como un trauma que está ahí y que, de repente, brota. Lo cierto es que lo metes en tu rutina y, de alguna manera, forma parte del paisaje.

Ya no lleva escolta desde hace años. ¿Cómo se siente él ahora?

Gracias a Dios, efectivamente, desde 2011 no lleva escolta. Ahora que lo pienso, no son tantos años. Mi padre tampoco lo recuerda mucho ni habla de ello, no es una época de la que sientas nostalgia. No creo que nadie añoré llevar escolta, pero sí es verdad que te acostumbras a ciertas maneras de vida porque, por ejemplo, él no conducía nunca, no buscaba jamás aparcamiento y ahora va a sitios a los que no podía ir, ¿sabes?

¿A qué sitios ha vuelto?

Por ejemplo, hicimos un viaje con él por el País Vasco en 2012 por pueblos a los que no podía ir porque llamaba mucho la atención. Imagina que llegaba con un coche, dos escoltas y es muy poco discreto y te ven rápido. Ahora es anónimo, no le reconocen, a no ser que sea alguna persona muy concreta que haya visto una foto de su cara, pero ahora es una persona que puede ir a cualquier parte.

Es muy fuerte lo que cuentas, pero, hija mía, qué serenidad. Te acostumbras a unas cosas que no son normales, ¿no?

No, claro que no son normales. Eres tú quien convierte lo anormal en normal, pero también un poco por seguir adelante y no quedarte encerrado en casa. ¿Sabes que pasa? Que es también muy injusto todo porque las amenazas de terrorismo se llevan en muchísima soledad. Tú no puedes hacer muchas cosas, pero el resto de tu familia sí. Mi madre, mis hermanas o yo siempre hemos ido a todas partes, el único que no podía ir era él.

Te enteraste de que a tu abuelo lo mató ETA porque a la madre de una compañera tuya de clase se le escapó de camino al colegio. ¿Tú se lo has contado a tu hijo? ¿Se lo contarás?

Sí, creo que sí que se lo explicaré en algún momento, pero aún es muy pequeño. Sí que le hablo de que mi madre ha muerto, de que estaba muy malita; pero el asunto de mi abuelo, la historia de mi familia, se la contaré, aunque el momento está lejos. Cuando vamos juntos a Bilbao me hace ilusión ir con él a los sitios, así que también le contaré la razón por la que nos fuimos de allí. Yo creo que la pregunta que más le voy a tener que contestar, más que lo del abuelo, es la de: ¿por qué te fuiste de este lugar que te gusta tanto?

Se rueda la adaptación de ‘El Comensal’ al cine, la directora es Ángeles González Sinde que, además, también tiene una relación estrecha con la muerte.

Sí, así es. Claudio, mi editor, que era su pareja murió, también murió su hermano, y siempre le ha interesado mucho el tema del trauma. Y, además, como ministra también vivió con escolta, ¿no? Entonces, al final, ella entendió muy bien el libro cuando se publicó y escribió una de las columnas que más me gustó. Fue más tarde cuando surgió el proyecto de la película.

¿Fue idea de ella hacer la adaptación?

No. Fue idea de la productora Isabel Delclaux, una chica nacida en Madrid, pero que toda su familia es de Bilbao. Comienza a trabajar como productora y decide que la primera película que quiere producir es ‘El Comensal’. Entonces, quedamos y comentamos el libro que, por cierto, ella muy simpática traía todo subrayado e imaginándose escenas. 

¿Ilusión?

Sí, me emocionó mucho.

No has escrito nada más, ¿no?

Bueno, estoy en ello.

¿Va a ser novela o algo intimista como esto?

Está bastante conectado con ‘El Comensal’. Sigue siendo mi vida, pero tiene más ficción. Es una historia muy personal y de algunas cosas que se quedaron por explorar en el primer libro. He vuelto un poco al terrorismo, un poco en contra de mi voluntad porque quedé agotada la última vez. Fue difícil escribir el libro y hablar de él, hablar de cosas que siempre me habían dicho que no se contaban y me costó mucho. Escribirlo fue terapéutico, hablar de ello fue más complicado.

¿Era duro porque era contar intimidades que, además, se relacionan con algo que siendo víctima se quiere también olvidar?

Había mucho tabú. Me parecía que estaba haciendo algo muy indiscreto contando todo, aunque dejas escarbar hasta donde tú quieres. La mayor indiscreción que podías contar es que tu familia estaba amenazada.

¿Por qué? ¿Era un estigma?

Bueno, no sé, era algo que no se decía. ¿Estigma? Según en qué ambiente, en el barrio donde yo crecí no había gente de la izquierda abertzale muy enfrentada. Vivía en un sitio donde no había eso, pero, aún así, aunque los demás lo supieran no se decía.

Un silencio que gritaba.

Sí. Pero, además, creo que había una parte de vergüenza.

¿Vergüenza?

Sí, es increíble, ¿verdad? Pero sí, ahora que lo pienso había una parte de eso.

Pero, ¿por qué?

Pues porque todo el mundo quiere ser normal, no quiere tener problemas. Igual que no cuentas tus problemas por ahí, pues tampoco contabas este de estar amenazada. Ya, es terrible.

@MaríaVillardón