Fermín Bocos, periodista y viajero: «La India es el último paraíso»
"El viajero, como Ulises, siente la nostalgia de los países que no ha conocido"
Fermín Bocos llega puntual, con su simpatía y cultura desbordantes. Ha sido testigo privilegiado de la actualidad durante décadas en radios, televisiones, corresponsalías y columnas. Entre otras cosas, dirigió el Telediario y el Área de Internacional de TVE, fue uno de los fundadores de Telemadrid y el primer director de sus servicios informativos. Pero detrás del informador riguroso, siempre ha habitado otra vocación más antigua: la del viajero. No el turista ni el cronista ocasional, sino el verdadero viajero, el que mira el mundo como un enigma moral y geográfico, y escribe como quien explora.
Estaba deseando hacer la entrevista porque me había hecho imaginarme viajando por la historia, por territorios inhóspitos. En esta entrevista, hablamos de su último libro, Cuando viajar era descubrir (Almuzara), una obra que regresa a su esencia: la del observador curioso, culto, lúcido, profundamente humano. El periodista que no se conforma con contar lo que ve, sino que necesita saber qué hay detrás de cada frontera, de cada ruta, de cada mito.
«Mientras ahora que somos espectadores de esta vida, otros fueron los protagonistas de la suya», dice. De esos otros —los que eligieron caminar cuando el mundo aún no estaba fotografiado ni geolocalizado— se ocupa este libro. Un homenaje a los grandes viajeros de la historia que hicieron del movimiento un modo de conocimiento. Pero también un recorrido por la historia misma: los imperios, las guerras, el colonialismo, las creencias que movieron el mundo y las heridas que aún no han cicatrizado.
Mary Godwin Shelley, Lawrence de Arabia, Richard Burton, Patrick Leigh Fermor, Gertrude Bell, Blasco Ibáñez, Annemarie Schwarzenbach… Todos ellos pasan por estas páginas como figuras de una epopeya compartida: la del ser humano enfrentado al vértigo de lo desconocido. Viajar, para ellos, no era un lujo, sino una necesidad ontológica.
No son pocas las mujeres que recorren estas páginas, lo cual resulta extraordinario si uno recuerda que durante siglos el mundo —y especialmente el mundo en movimiento— les estuvo vedado. Viajar, para ellas, era una osadía. No se concebía que lo hicieran solas, ni siquiera acompañadas. Salvo que se tratara de una peregrina o de una misionera. Ahí aparece Egeria, la monja gallega del siglo IV que dejó escrito el primer relato de viajes de Occidente, narrando su travesía por Jerusalén, el Sinaí, Egipto, Siria y Mesopotamia. Y con ella, muchas más: Agatha Christie cruzando Iraq en coche; la formidable Dervla Murphy con su bicicleta y su pistola; Ella Maillart, olímpica y mística; Mary Kingsley, en la selva con corsé y diario; o Ida Pfeiffer, quien se abrió paso por medio planeta con una sola brújula: la determinación.
Entre todas ellas, destaca Annemarie Schwarzenbach: el ángel devastado de la Europa de entreguerras, escritora, fotógrafa, andrógina y trágica, viajera por Persia y Afganistán en busca de algo que, como sucede siempre en los grandes viajes, tal vez no existía fuera de ella misma.
El siglo por excelencia de estas hazañas fue el XIX. El país, Inglaterra. Y el destino que emerge con mayor nitidez, entre selvas, desiertos y glaciares, es Grecia. La madre. La patria del pensamiento, del mar y de la tragedia. Fermín Bocos regresa a ella, desde las grutas del Peloponeso hasta los monasterios del monte Athos, donde aún se escucha el murmullo de Bizancio y el silencio de Dios, y la convierte en un personaje; el lugar al que terminan llegando muchos de los protagonistas del libro —desde Fermor al propio Bocos.
«Cuando partimos, ya llevamos con nosotros a Ítaca», escribió Cavafis. Pero Bocos parece responder: también llevamos la posibilidad de no regresar iguales, porque si algo deja claro este libro es que viajar no es desplazarse. Es explorar, aprender, comprender. Es leer los signos de una ciudad, el polvo de una carretera africana, el eco de una batalla, el desdén educado de un lord británico ante una mujer que osa viajar sola. Es entender que, aunque hoy tengamos vuelos directos y mapas perfectos, hay misterios que solo se revelan a quienes caminan despacio, preguntan con respeto y escuchan con atención.
Cuando viajar era descubrir no es un libro de rutas. Es un mapa del alma; un recordatorio de que el mundo aún guarda secretos y que la curiosidad —cuando es culta, elegante y verdadera— sigue siendo una manera de coraje.
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