La pérdida de identidad de los barrios de Palma
El goteo de cierres de comercios familiares es incesante. Ahora le llegará el turno a Frama, pastelería situada en Son Armadams, que bajará la persiana definitivamente el viernes 28 de marzo después de 60 años de historia.
El cierre tiene que ver en este caso con la falta de relevo generacional, pero las consecuencias van mucho más allá, puesto que ello supondrá asistir a la muerte lenta del barrio, en este caso mi entrañable Son Armadams.
No deja de ser una ironía el hecho de asistir a la muerte lenta de un barrio, precisamente en momentos en que la Agenda 2030 predica el impulso de la ciudad del cuarto de hora, lo que conlleva incentivar una proximidad extrema, con la idea de estimular el transporte ecológico (la bicicleta o ir a pie preferentemente) y en un segundo plano, no confesado, proceder a una suerte de desconexión de vecinos por la vía de enclaustrar a la población en cotos, palabra que refiere «delimitados o reservado su uso». Un gueto.
Dividir los barrios equivale exactamente a conseguir su completa inacción prevaleciendo por encima de todo una severa e inequívoca separación.
Es irónico, en primer lugar, porque el concepto ciudad del cuarto de hora nos remonta en origen a 1900 y a la idea desarrollada por Clarence Perry, urbanista estadounidense, sobre el papel del vecindario. Y es irónico por el hecho de que en tiempo reciente el objetivo apunta a un modo de vida local que tiene que ver con invasivo enclaustramiento; en absoluto la diversidad que invita al tránsito de los vecinos, curioseando entre los barrios.
En España durante las últimas décadas la economía productiva está en manos de la pequeña y mediana empresa, en sí misma de claras raíces familiares, lo que explica el ataque sistemático a las PYMES desde los cenáculos del poder, puesto que hablamos de prácticas que escapan a su control. La destrucción de la familia está en la Agenda 2030 por su naturaleza de negar la tradición.
Nací en un edificio de Marqués de la Cenia, que también era el lugar donde abrió sus puertas Frama en 1945, pero no sería hasta el año 1965 que la familia de artesanos, los Prats, comenzaron a darle significado al horno para quienes vivíamos en sus proximidades. Mi memoria de infancia retiene momentos de aquella época donde el artesano era parte consustancial del paisaje.
Cuando bajábamos al centro ‘íbamos a Palma’ porque siempre había estado ahí: alejados dos kilómetros de Cort. La proximidad se entendía como un ejercicio de hermanamiento entre vecinos que se miraban a los ojos y que se reconocían de inmediato, por extensas que fueran las distancias. Cogías un taxi, en el centro, y decías: “Als Set Pisos”, y allí llegabas sin más.
En Navidad el horno de Frama era referencia para los vecinos que llevaban las lechonas para hacerlas a fuego lento. En el mostrador las dos hermanas Pérez, una de ellas Ana, casada con Sotero y madre de Fernando, quien no va a tener más remedio que bajar la persiana el próximo día 28. Ha sido un largo recorrido en compañía de su esposa Rosa María Díaz. Pareja de artesanos, que muy pronto nos dirán adiós. La más dicharachera de las hermanas Pérez, al ver por primera vez en Frama al Príncipe de Asturias, se limitó a preguntarle: «¿Y tú, qué haces aquí?». Hoy es el Rey Felipe VI y esas eran las formas espontáneas de confianza que se gastaban en los barrios de Palma; de una entrañable Palma, que se encuentra en curso de lastimosa demolición.
Un poco más arriba estaba la lavandería Carmen, que limpiaba la ropa del velero Giralda y después la ropa blanca del Palacio de Marivent, y en esas, éramos alguien señalado con absoluta naturalidad. El 28 de marzo el barrio se morirá un poquito más, pero ahí tenemos, en apenas los 40 portales de la acera derecha, cinco salones chinos de masaje y también un hotel, el Artmadams, por cierto propiedad familiar, perseguido por el Pacte de Progrés en Cort porque los España no eran de su cuerda.
Desde que apareció en prensa el cierre de Frama ha sido constante el desfilar de los vecinos para irse despidiendo de Fernando y Rosa María, lamentándose de que los placenteros momentos han llegado definitivamente a su final. Es el réquiem por un barrio que en su día albergó viajantes, antes que turistas.
Ninguna autoridad local en las últimas décadas ha sido capaz de asegurar la identidad de cualquier barrio de Palma, donde hijos de artesanos están en su derecho de no continuar con el negocio familiar, pero sí la autoridad de dar compromiso en asegurar trayectorias y no dejando morir lo singular, que es lo más valioso del patrimonio que aportan a los barrios sus artesanos.
Palma está perdiendo su identidad y en absoluto es por culpa de un turismo presuntamente abrasivo. La extrema realidad es que hemos abandonado el valor de nuestros artesanos; verdadera seña de identidad. Fernando y Rosa María despiden su contribución al empeño de ser reconocidos por su labor y el ensueño de hacer con las manos el sencillo sueño de un vecindario, que consiste en estar ahí en disposición de dar testimonio de un gran pasado.
Todo ello parece haber desaparecido irremediablemente. Así que Fernando y Rosa María, gracias por haber mantenido encendida la antorcha del buen vecino, de la ciudadanía soñada. El día 28 iré a por ensaimadas y la tartaleta de manzana para deciros adiós mientras desayuno con mi mejor amiga.
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